Ocurrió en el supermercado “Alto Chama” de Mérida. El local estaba desbordado de gente haciendo cola o comprando, y por doquier rumores y críticas contra el gobierno. Yo en estos casos nunca me quedo callado, y me escamó la presencia del dueño del negocio que le iba diciendo ante cada pregunta de los compradores: “No eso no hay, y no lo busque. De eso tampoco; pídanselo a su Presidente…”. Casi se enorgullecía de proclamar, en medio de un estado totalmente histérico, de que no había arroz, ni harina de trigo, tampoco azúcar ni papel toilet,…, y gritaba: “Vamos a tener que organizarnos e ir hasta las puertas de Miraflores para reclamarle a este señor que nos dé de comer, que produzca algo, que haya alimentos…”
Era tanta la enfermiza verborrea que intervine y le dije: “Eso no es culpa del gobierno, señor”. Entonces el energúmeno comenzó a dar alaridos: “¡Sí es! Usted no sabe de eso… Eso es totalmente culpa del gobierno, y no me venga a decir lo que yo conozco desde hace cuarenta años.” Le contesté: “Usted que ha vendido como nunca este año, que ha ganado como nunca este año, no debería quejarse. Como nunca usted está vendiendo, señor y no invente, por favor.”
El hombre me miraba con odio congestionado y comenzó a bufar: “Qué le pasa a usted. ¿Es usted funcionario de este desastre?”, y a medida que iba balbuceando se metía entre los pasillos y continuaba con su delirio maldiciendo del estado horrible del desabastecimiento.
El tipo era moreno, calvo, y se esmeraba en ir preguntándoles a todos en la cola que le parecía la situación nacional. Lo deje en sus manías, pero pensaba en que esto debía estar dándose en toda Venezuela.
Comencé hacer la cola, y delante de mí iban unas señoras también echándole pestes a la horrible situación de la inflación, del costo de la vida, que los venezolanos no servimos para nada, que nada producimos, que como nunca todo es un desastre; que lo que se avecina es muy peligroso, y que Dios sabe cómo nos las arreglaremos para salvar el pellejo.
Yo, claro, no podía contradecirlas, pero las traté de llamarlas a la calma, como si fuera un semi-escuálido razonable. Les pregunté si estaban pasando hambre y me dijeron que no. Les pregunté si conocían la miserias de los barrios y si habían en sus vidas visitado alguno, y también me contestaron que no. Que si no tenían más carros que antes, que si no habían estado viajando más que antes. Muy educadamente les pedí que vieran si alguna vez alguien se había ocupado en Venezuela en enseñarnos a producir; claro, lo que respondían era que en este país todo el mundo es flojo y nadie quiere trabajar. Pero todo lo que constaban era que todo estaba peor. Me daba cuenta de que la clase media parece que es la que tiene derecho a protestar, a decir horrores contra el gobierno y creer que toda la razón está de su parte.
Comencé a pensar que estamos muy mal, porque esto es general. Se vive en casi todos los negocios, y esta vaina es tan grave que sin pendejadas puede tumbar al gobierno. No es cuento. O aquí se saca al ejército para arreglar este peo del desabastecimiento y hacemos un balance de los productos que no pueden faltar en el comercio o nos lleva el diablo. Todo este cuadro se vivió con intensidad en las semanas previas al Referendo del 2-D. Yo realmente estoy preocupado, y veo esta vaina muy delicada. Claro, la culpa principal las tienen los medios, pero veo que es muy tarde para controlarlo, y en el gobierno no hay suficientes bolas para conseguirlo.
Ojos avizor, camaradas.