El general Manuel de Serviez y Francisco de Paula Santander en 1816 están tratando de salir del infierno neogranadino donde el Pacificador Pablo Morillo ha llegado para “enderezarlas”. Toman estos dos oficiales hacia los llanos por la ruta de Casanare. Las rencillas entre venezolanos y granadinos continúan enrareciendo el ambiente político y militar. Los segundos decían que los primeros eran agresivos e intransigentes, brutos y mandones.
Santander no conocía hasta aquel momento la vida de los llanos y a los llaneros, y la impresión que le produjo aquellas inmensidades con sus gentes semidesnudas o desnudas, descalzos, rodeadas por peligros de todo tipo, en donde sobrevivían los más capaces y mejores dotados físicamente, jamás pudo comprenderla ni aceptarla. Trabó amistad con José Antonio Páez y con él recorrió grandes extensiones hasta la región de Trinidad de Arichuna viendo la manera diestra y admirable como este indómito llanero manejaba la lanza, nadaba, coleaba y montaba a pelo su brioso caballo. Se vio que no estaba en condiciones de convertirse en jefe de aquellos bravos patriotas. Correr a caballo, meterse en los ríos y manejar la lanza como un florete, requerían de un tenaz y largo entrenamiento, y prácticamente había que nacer con condiciones para hacerlo.
La división de Casanare, a las órdenes del coronel venezolano Miguel Valdez, propuso a Serviez, a Urdaneta y Santander, y a otros oficiales, que se reunieran en el Arauca para saldar muchas diferencias y ponerle coto a la anarquía. Aquella junta se reunió sin la presencia de Urdaneta, el 16 de julio de 1816. Entre otros estaban el ya referido coronel Miguel Valdez, los tenientes coroneles Paredes y Guerrero, y los comandantes de infantería. ¿Con qué laureles y antecedentes se presentaba Santander como para convertirse en el posible jefe militar de la zona? Verdad era que se había salvado de la degollina realista que acabó con millares de sus compatriotas en la Nueva Granada, pero no había participado en un solo hecho glorioso en el que él hubiese dado pruebas de arrojo militar, de cualidades estratégicas valiosas y determinantes frente al enemigo: un rosario de fracasos, de posiciones vagas y cobardes y de mediocres actividades eran las que sobrellevaba. Sin duda que la información que sobre él tenía aquellos llaneros venezolanos que lo reciben en Guasdualito era totalmente equivocada, confusa.
Dice el historiador Rafael María Baralt, que “los tristes restos que sobrevivieron a Morillo y a varios jefes oficiales distinguidos llegaron a Guasdualito y luego pensaron en establecer un gobierno que diese unidad y eficacia a los refuerzos comunes, y los libertara del caos político”. Se nombró Presidente de la república al teniente coronel Fernando Serrano, ex gobernador de la provincia de Pamplona, consejero de Estado a los generales Urdaneta, Serviez, y al doctor Francisco Javier Yáñez. El mando en jefe del ejército se confirió por mayoría al coronel Santander. Baralt dice “que aquel mini-gobierno, sin tierra ni súbditos era altamente ilegal y ridículo”, y se preguntaba: “¿El ejército de Santander, granadino desconocido en Venezuela a la que jamás había hecho el más pequeño servicio, dónde estaba?”.
Sin embargo, el historiador granadino J. M. Restrepo toma más en serio aquella administración y hace notar un punto de honor y delicadeza en favor de su paisano. Dice que éste, sorprendido por su nombramiento, y no creyéndose con las cualidades para mandar a los llaneros de Venezuela, hizo esfuerzos por que se admitiera su renuncia, que presentó en el acto; pero ésta le fue negada. Añade Restrepo que uno de los motivos principales que le hicieron predecir a Santander un mal resultado de aquel nombramiento era que se le había tachado, desde los sucesos en Cúcuta entre Bolívar y Castillo, de enemigo de los venezolanos. Sigue diciendo, entre otras cosas, que Santander no tenia dotes para mandar hombres semibárbaros como los llaneros de Casanare y del Apure; que éstos sólo apreciaban a los jefes que tenían un valor y fuerza corporal superiores a los demás, que domaban los caballos cerreros, toreaban con destreza, y atravesaban a nado los ríos caudalosos; que Santander sólo era un buen oficial de estado mayor instruido y civilizado y que esto los llaneros los veían con recelo.
Hasta entonces los granadinos no tenían un guerrero de la talla de Páez o Bermúdez, Mariño o Urdaneta y otros tantos, quienes en territorio venezolano habían provocado grandes pérdidas a los realistas. Así que las sugerencias del coronel Valdez para formar una unión con aquellos granadinos eran harto generosas. La historia sobre la renuncia de Santander la cuenta Baralt de otra manera; dice que cuando aquel cuerpo administrativo se trasladó a Trinidad de Arichuna, varios jefes venezolanos se opusieron fuertemente a él, y propusieron en su lugar a un jefe único y absoluto que tuviese la confianza de los llaneros y les llevará a una guerra total contra el enemigo. Se provocó un pequeño desorden pidiéndose la deposición de Santander, y viendo éste que no era el hombre de aquellas circunstancias, renunció inmediatamente al mando ante el presidente Serrano.
“El principal promotor de la deposición –dice O’Leary- fue el coronel Rangel. Observando éste la apatía con que Santander miraba las privaciones de las tropas y el descontento de los oficiales, le hizo en nombre de éstos y en distintas veces algunas observaciones. Vio Santander como impropio de un subalterno las palabras de Rangel, y tanto por orgullo como por espíritu de contradicción insistió en las medidas que había adoptado. El disgusto se hizo general y Santander aparentó no perturbase. Resolvió Rangel removerle de un puesto que desempeñaba con más terquedad que lustre. Con todo hizo todavía un último intento para persuadirle a que oyese los justos reclamos de los oficiales. Se dirigió a su habitación, donde le encontró tan tranquilo como si nada sucediese.
-Coronel –le dijo Rangel-, estamos en la necesidad de salir de este lugar; las tropas están disgustadas y los caballos muriéndose de hambre y de sed con la sequía.
-Yo también debo morir algún día –fue lo que respondió Santander.
Después de una fuerte discusión, Santander renunció y, con “un digno ejemplo de patriotismo se presentó servir en la misma división que había sido jefe”. Aunque cabizbajo y silencioso, viendo el techo pajizo del rancho donde se encontraba, debió decirse: prefiero servir a los godos, que a estos bichos insensatos...
Dos años menor que Páez, Santander resultaba en ciertos aspectos su polo opuesto: sus divergencias morales serán, con el tiempo los arquetipos políticos de las regiones que representarán. Páez era arrebatado y mañoso; los venezolanos serán arrebatados y tramposos. Páez era muy mujeriego y, por tanto atrevido, desconfiado. Santander era de falsa delicadeza, proclive a ceder ante lo convencional; rencoroso y vengativo, y tenía paciencia, sabía esperar: amaba eso que se llama el espíritu de las leyes, pero en verdad que sólo cuando debía esgrimirlas para favorecer sus planes, sus proyectos muy personales. Lo del encontronazo en Trinidad de Arichuna los muestras a los dos claramente: cuando Santander, enfático, reclama le sea aceptada su renuncia, Páez se ríe de estas minucias. Funesto habría sido el resultado, de haber resultado designado Santander como Comandante en Jefe del Ejercito en aquella ocasión; Páez era todo un gran señor del poder sobre Apure, rica provincia que entonces tenía un millón de reses y medio millón de caballos –cuarenta mil de ellos domados y listo para ser utilizados en la guerra. -¿Qué habría hecho Santander, en caso de que hubiese tenido valor militar, con los inmensos recursos que había en los llanos, ante aquella famosa comisión que enviaría el general Bolívar –quien, de paso, se encontraba con fuerzas sin cohesión, maltrecho y desobedecido por oficiales de inferior rango al que ostentaba Páez- para proponer nada menos que se le reconociese como jefe supremo de la república? Páez no vaciló ponerse bajo sus órdenes, a pesar de que hasta entonces no lo conocía personalmente. Tampoco se puso Páez con teatros legales para despojarse del mando supremo que se le había conferido y del cual no tenía facultades para delegarlo en otra persona. Tan mal se hablaba entonces de la fiereza y el salvajismo de los llaneros, que no era concebible una conducta moderada al servicio de los cultos abogados, legisladores y burócratas, al estilo de Santander, y que a la postre habrían de provocar desastrosas luchas locales, que aún continúan siendo la negra mancha que sufre la república de Colombia, por ejemplo. Hasta esta época, Páez no había sido envenenado por la ambición personal, por la oligarquía caraqueña y valenciana. Podía decirse que era un hombre puro, un verdadero revolucionario.
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