Seguridad alimentaria: Dos visiones del problema

“La Soberanía Alimentaria es el derecho de los pueblos a definir sus propias políticas sustentables de producción, distribución y consumo de alimentos, garantizando el derecho a la alimentación para toda la población, con base en la pequeña y mediana producción, respetando sus propias culturas y la diversidad de los modos campesinos, pesqueros e indígenas de producción y comercialización agropecuaria, y de gestión de los espacios rurales, en los cuales la mujer desempeña un papel fundamental. La soberanía alimentaria debe asentarse en sistemas diversificados de producción basados en tecnologías ecológicamente sustentables”

Vicent Garcés

(Foro Mundial de Porto Alegre 2002)

Según el informe anual 2004 de la FAO “El estado de la inseguridad alimentaria en el mundo”, el hambre crónica que resulta de la carencia de la Seguridad Alimentaria afecta a más de 850 millones de personas, especialmente en los llamados países en desarrollo donde se estima que de cada 5 habitantes 1 padece esa penuria. Asimismo, por esa causa nacen anualmente 20 millones de niños con bajo peso con alta probabilidad de fallecer en la infancia y si sobreviven, sufrirán de discapacidades físicas y mentales de por vida, todo ello debido a los altos niveles de pobreza. Al lado de este drama que crece al ritmo con el cual crece la población mundial -particularmente en África, Asia y América Latina, aunque también en los llamados países del primer mundo comienzan a evidenciarse cada vez más los signos de la miseria- contradictoriamente crece también la opulencia de la riqueza y el bienestar de que disfrutan el minúsculo club de las clases pudientes. Mientras unos pocos se someten a costosos tratamientos para reducir de peso debido a sus excesos en la ingesta de alimentos o las grandes corporaciones destruyen volúmenes enormes de ellos solo con el propósito de estabilizar o elevar los precios, millones pasan hambre crónica y debido a ello no tienen futuro. Todo esto ocurre a pesar de los vertiginosos progresos que la humanidad ha logrado en el campo de la biotecnología y en general, en el desarrollo innovador de las tecnología agroalimentarias para hacer cada vez más productiva, estable, sostenible y limpia la producción de alimentos, con el concurso de los extraordinarios avances científicos y tecnológicos que han devenido en las últimas décadas. Lester Thurow, notable estudioso de las tendencias de la economía mundial, sostiene que hoy existe en el planeta una capacidad productiva suficiente para alimentar a doce mil millones de personas o sea, el doble de la población actual. El hambre que hoy aqueja a cientos de millones de seres humanos en el mundo no es causada por la incapacidad tecnológica para producir los alimentos necesarios, sino por la pobreza que los afecta. El problema más que tecno-económico es político-económico.

A mitad de camino -15 años- antes de cumplirse las Metas de Milenio, la erradicación del hambre y la pobreza extrema en el mundo, en lugar de disminuir, los indicadores revelan por el contrario que ha crecido y la tendencia es a que siga aumentado en términos absolutos, que por cierto es la forma como debe medirse la existencia y calidad de vida de los seres humanos y no, en términos relativos, considerándolos como meros objetos o cifras estadísticas. Estos resultados confirman que la solución del problema no vendrá a través de tímidos programas de “cooperación internacional” o mediante exiguas “donaciones” de los países ricos o de aportes de los excedentes alimentarios de la grandes corporaciones transnacionales, las cuales para sacarlos de sus mercados privilegiados y para aliviar la sobreproducción, lo destinan a paliar las escandalosas hambrunas crónicas de los países pobres, como las que padecen periódicamente las Naciones del África Subsahariana donde la esperanza de vida no alcanza a los 50 años.

Este fracaso es expresión de la inviabilidad del modelo económico neoliberal –aplicado en ALC en los 90’s- que sustenta el desarrollo del capitalismo global depredador, basado en un “libre comercio” que intencionalmente hace caso omiso de las profundas asimetrías que separan el norte y el sur para dictar las reglas del comercio internacional, y cuyos efectos, vertiginosamente nos está conduciendo a un mundo inviable, en el que la brecha social se amplía aceleradamente provocando el establecimiento de una violencia social endémica y una mayor concentración de la riqueza en un puñado de corporaciones gigantescas que lucen cada vez más poderosas frente a los Estados Nacionales para imponer sus planes de negocios, por encima de cualquier intento o aspiración soberana de éstos de endogenizar su desarrollo. Esas mismas corporaciones transnacionales que igualmente, no descansan en su afán de mantener una división internacional injusta del trabajo mediante una relación desigual y neocolonial de los términos de intercambio, colocando a los países pobres como proveedores natos de mano de obra y materias primas baratas o como enclaves maquiladores, mediante los cuales han pretendido crear la ilusión del “crecimiento exportador” como paradigma.

Dos Visiones del problema

Podríamos decir que en torno al reconocimiento de la existencia del problema de la inseguridad alimentaria hay un relativo consenso en el seno de los especialistas, sin embargo, respecto del origen y tratamiento del mismo, existen dos visiones totalmente contrapuestas. Entre quienes le asignan la solución a la “mano invisible” del mercado y la acción asistencial institucional complementaria del Estado para corregir sus “imperfecciones” y, quienes desde la perspectiva de los pueblos hambrientos y neocolonizados por el contrario, impulsan una solución estructural basada en la construcción de la soberanía alimentaria de los países atendiendo a sus propias realidades, intereses y necesidades, mediante el desarrollo endógeno y la integración socioproductiva a través de un modelo participativo, democrático y societario, que propenda a crear cadenas de valor y un tejido socioproductivo cooperativo, apoyado en la cooperación sur-sur.

Nuestra constitución sabiamente sustenta la seguridad alimentaria en la soberanía alimentaria. Mientras las relaciones económicas internacionales se basen en la irracionalidad de la competencia capitalista, los excedentes agrícolas tenderán a colocarse en los mercados que paguen más y generen mayor rendimiento. En un escenario como el actual, donde la demanda de productos agrícola se mantiene creciendo en forma sostenida, entre otras razones, por la incidencia que en ella tienen las economías emergentes de mayor peso cuantitativo, como son las de China e India, derivada del incremento extraordinario que ha experimentado la capacidad de consumo de sus poblaciones. En éste contexto, el mercado de los países en desarrollo pasan a un segundo plano para las empresas que manejan dichos excedentes y a la inversa, a los llamados “países en desarrollo” que viven de las exportaciones agrícola, se le hace mucho más difícil competir con la agroproducción beneficiaria de grandes subsidios en EEUU, Europa o Canadá. En estas circunstancias, un país que depende de las importaciones de leche, cereales, carne o huevos para satisfacer su demanda alimentaria interna, como es el caso actual de Venezuela, de no construir su propia agroproducción soberana -en el marco de un proceso de complementación mediante la cooperación sur-sur y la profundización del proceso de integración de ALC- estará siempre dependiendo de esos excedentes y si tiene la oportunidad de acceso a ellos, tendrá que pagarlos a los precios del mercado internacional, los cuales tienden a crecer debido al déficit de oferta que genera el fuerte incremento de la demanda como ya dijimos. Estos son externalidades económicas que, sin duda, comprometen la seguridad alimentaria, con lo que se crea la posibilidad de que esa vulnerabilidad se utilice en su contra, como chantaje político, mediante el bloqueo abierto o encubierto del suministro de alimentos, el cual ya experimentamos en el sabotaje petrolero de 2003.

El mito globalitario y del libre mercado, no es más que un señuelo ideológico que solo ha pretendido en nuestra región, fortalecer el modelo de dominación neocolonial e imperial. Para decirlo en pocas palabras, sin capacidad de producir y manejar de manera autónoma el suministro de los alimentos básicos que consumimos, no habrá seguridad alimentaria ni libertad soberana para autodeterminarnos, porque siempre seremos vulnerables frente a la codicia imperialista, aún con mayor razón por nuestra condición de país poseedor de grandes reservas petroleras.

El propio gobierno estadounidense, por boca del Presidente Bush ha reconocido que la suficiencia alimentaria es un asunto de seguridad nacional, al afirmar categóricamente en su discurso del 27 de julio de 2001: “…Es importante para nuestra nación construir: cultivar alimentos, alimentar a nuestra población. ¿Pueden ustedes imaginar un país que no fuera capaz de cultivar alimentos suficientes para alimentar a su población? Sería una nación expuesta a presiones internacionales.

Sería una nación vulnerable. Y por eso, no hablamos de la agricultura norteamericana, en realidad hablamos de una cuestión de seguridad nacional”. A confesión de partes relevo de pruebas. Si no hay soberanía alimentaria no habrá garantía de disponibilidad, estabilidad y acceso a los alimentos, y por lo tanto, tampoco habrá seguridad alimentaria.

Las importaciones de alimentos, supuestamente más “competitivas y baratas” -debido a los enormes subsidios de que disfrutan- procedentes de los países desarrollados, podrían terminar siendo un arma de doble filo para nosotros y como dice el sabio refranero popular son “pan para hoy y hambre para mañana”.

gamarquez2@yahoo.com


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Gustavo Márquez Marín

Carabobeño, nacido en Valencia, ingeniero egresado de la Universidad de Carabobo donde también ejerció la docencia, durante la gestión del Presidente Hugo Chávez se desempeñó como Ministro de Industria y Comercio (1999), Ministro de Estado para la Integración y Comercio Exterior (2005-2007), Embajador en Austria y Representante Permanente ante los Organismos de Naciones Unidas en Viena (2001-2004), Comisario General del Pabellón de Venezuela en la Expo 2000 Hannover (1999-2001) y Miembro de la Comisión de Negociación con Colombia de las Áreas Marinas y Submarinas (1999-2001).

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