Delirio capitalista

La derecha mundial piensa de forma empresarial, mercantilísticamente, concibiendo la vida como un diseño estricto para el comercio y la ganancia monetaria. Su caballo de andanzas es el sistema capitalista, el postulado ideológico de las diferencias de clases que coloca a los más "tesoreros" como más aptos para las condecoraciones y la vida en general. Su lema es generar riquezas, haciendo abstracción del resto de las aptitudes humanas como valores secundarios que conforman los condicionantes o circunstancias a vencer para el logro de sus objetivos, humanidad incluida.

Su consecuencia inmediata en la configuración social es el establecimiento en el mundo de una suerte de "monarquía imperial", donde unos cuantos -los más aptos, los más adinerados- detentan el poder por encima de una especie de tabla clasificatoria del resto del género humano, que culmina con las grandes masas esclavizadas, menos afortunadas en el arte de sobrevivir "generando riquezas", destinadas al servilismo, según capacidades humanas no desarrolladas. El poder estigmatizador de los monarcas en las alturas se las arregla para conjurar cualquier resistencia del humano orgullo para que cada quien acepte su rol. No es difícil, a través del brillo del oro enceguecedor y de las pantallas de los medios de comunicación, sembrar la ética de la escuela tecnocrática en la sociedad como guía moderadora de las aspiraciones humanas.

De forma que si yo no puedo mostrar talento humano y contrahumano para ascender en las escalas, debo en consecuencia asumir mi barranco y sentirme feliz con mi oficio de digno limpiabotas –pongamos por caso-, agradecido con que el sistema imperial capitalista o neocapitalista no me extirpe profilácticamente del planeta, dado que soy una figura puramente consumidora, escoria, fuera de la maquinaria progresista del sistema. Alegre debería sentirme cuando, conceptualizadamente, entro en uso como esclavo, feliz porque el iluminismo del patrón encuentra un resquicio cultural dentro del sistema para utilizarme, hablándome de naturalezas humanas según los enfoques de un viejo llamado Platón o Aristóteles, o haciéndome un recuento -así, como cuando se habla solo- de lo que ha sido la Paideia del mundo.

De continuo, con seguridad, me consolara el patrón explicándome que algunos seres nacen, predeterminadamente, para servir a otros, directamente o indirectamente. Directamente cuando el sirviente personal (ese que te limpia el moco) sirve para mantener la comodidad de quienes despliegan el importantísimo trabajo de sostener al mundo; indirectamente, cuando a través del decoro de obedecer las leyes y reglas de la ciudad, el sirviente ciudadano, el feliz aceptante de su puesto en la escala evolutiva, preserva el carácter sacro y progresista del humano vivir, según lo haya dicho el tal Aristóteles, el de los hombres esclavos por naturaleza, o el cívico Platón, el de la "república de las leyes".

Toma fuente la derecha capitalista neocapital en un mundo casi ensoñado de valores románticos de la historia humana, más allá de la anecdótica relación de que eran monárquicos franceses que se sentaban a la derecha de un parlamento en revolución. Astutamente proclaman ante los menos avisados que su modelo de vida, ese centrado en el metal antes que en la humana carne sentimental, fue la primera actividad humana, comportando su creencia, en consecuencia, el carácter de "naturaleza humana" originaria. En fin, que el modelo capitalista es un sistema de connatural acompañamiento y origen humanos. Y cuando se les refuta la especie, es decir, cuando se les razona a sus promotores que la primera forma de organización humana no fue precisamente comercial sino comunitaria, centrada en la vida, entonces se remiten a argumentar que fue un modelo iniciático, ya superado, perteneciente a la prehistoria humana, donde la supervivencia no obedecía a reglas ni sistemas de ideas. Como artificios anacrónicos de la evolución social en tiempo de perfección humana tildan su “desempolvamiento” (¿?).

Se viste de gala cuando toma para sí como fuente histórica la cultura fenicia y su antiguo poder talasocrático, basado en el trueque, el comercio y el establecimiento de colonias con su dominio marítimo. Ello les pertenece -a ellos, a los tecnócratas del mundo. Insinúan a cada trecho que son los inventores del alfabeto, cosa que sólo pudo eclosionar bajo el cabalgante prurito de la mercantilidad, que obligaba al cálculo y a la memoria. Se sumergen en el pantano miserable de la Biblia, sobretodo en el Pentateuco, cuando invocan a un dios como en un juego para que medie continuamente en el interés humano de hacerse con el poder y el lucro. Dios que al final derrotan definitivamente y dejan hasta sin las típicas profecías divinas de todo dios, huérfano de futuros continuadores o Mesías.

Pero donde alcanza el paradigma ribetes de paranoia es cuando traen a cita el capítulo de los Médicis, esa enorme y poderosa familia como proveniente del cielo: gestora de tres Papas -el poder máximo en la Tierra-, no se sabe cuántos reyes, dueño de imperios superiores al cualquier reinado. De continuo se ufanan de que compraron con su dinero varios imperios, incluido el de Francia, al que quebraron finalmente a fuerza de préstamos. En general, ubican aquí, con los Médicis, su fuente moderna originaria. Inicio brillante de unos arrestos capitalistas para la conquista del mundo.

De tal forma conceptualizado, soportado ideológicamente en la documentación del mundo -a su manera-, que prescribe su uso universalizante, el Estado capitalista, el ejercicio económico de la derecha en el mundo, va más allá de su constitución en panacea político-económica: simplemente es el modelo incontenido en sí mismo, con proyección extrafronteras, con arrestos de dominio absoluto sobre los mercados por unos cuantos, con trascendencia de imperio. Su naturaleza esencialmente monetarista, esa que hace abstracción del resto de las actitudes humanas para la vida y la lucha como una molesta condición del hombre, comporta para sí mismo, para el Estado capitalista, una ilimitada extensión de crecimiento, cimentado, como asomamos, en pequeños órdenes establecidos del sistema, como la esclavitud social, la plutocracia, el poder del Uno sobre Todos. No hay ni fronteras ni leyes que le hagan muro a su genética; su mundo de tráfico y plata es necesariamente imperializante, casi antihumano, ese concepto mencionado donde cada quien ocupa su santo lugar. Tal como repiten sus repetitivos manuales de adiestramiento ideológico: "El límite es el cielo", "El vendedor más grande del mundo", "El hombre más grande".

No hay, pues, dentro del orden, resquicios para la coberturas de otros sentimientos del animal humano, si no media el interés y el cobro, sus prehistóricos e históricos rasgos judaico-helénico-fenicios. Cuando vemos las enormes fortunas de la actualidad donar cantidades para la ayuda del género humano (la babosa filantropía), sabemos que el asunto no pasa más que de una sopesada inversión publicitaria. Nada existe si no es el dinero y el prestigio de tenerlo... dentro del sistema. Nada pierde la arena de la playa restándole un puñado. Los plutócratas del mundo, sin embargo el dinero, son seres humanos, y pagan con dinero el remordimiento de la erradicación de sus otros valores humanos. Así, puede el dinero hacer sentir a un hombre más humano después de "regalárselo" a un esclavo. Y lo que se siente “más humano”, ya se sabe, es porque antes no lo era tanto.

Pero ¡créase!: jamás hay regalo alguno. Cuando el poder del dinero y el mercado a ultranzas en el mundo "regala", lo hace para deshacerse de lo que está para botar al desperdicio, eso que sobra en las arcas del oro y que aún sirve para una "pequeña empresa publicitaria", filantrópica, antes de declararse como peso muerto . Considérese, por ejemplo, la última ayuda humanitaria de los EEUU, dada a Guatemala en conceptos de alimentos para paliar hambrunas: toneladas de alimentos plagadas de insectos (gorgojos) nocivos para la agricultura. ¿Se le aparejará a nación alguna desgracias y miserias, como grita nuestra oposición venezolana, si se abandonan tan nobles y piramidales conceptos de tan loable modelo de vida, paradigmáticos mundos en sus mentes? ¿No acepta el modelo ni siquiera una revisión y la opción de mirar otros horizontes?

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Oscar Camero Lezama

Escritor e investigador. Estudió Literatura en la UCV. Activista de izquierda. Apasionado por la filosofía, fotografía, viajes, ciudad, salud, música llanera y la investigación documental. Animal Político https://zoopolitico.blogspot.com/

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