Había momentos en que mordía en
mí la amarga melancolía de la soledad.
L. Trostky
A mediados de febrero de 2008, llegue a La Habana para los actos de entrega del Premio Pensamiento Bolívar-Martí. Primera vez que iba a la isla sagrada, a la isla que tanto conocía a través de los libros, a través de la historia escrita con sangre, por tantos revolucionarios venezolanos. Una de las primeras cosas que hice fue visitar el Hotel Nacional (no para gozar ni divertirme, claro) porque me habían referido que allí se mostraban unas fotos de Rómulo Gallegos, recién llegado a La Habana, luego del golpe militar que le derrocara el 24 de noviembre de 1948. Pero ya no quedaba sino una enorme foto, donde el famoso escritor aparecía vestido de blanco, con un cigarrillo en la mano, acompañado de doña Teotiste Arocha Egui.
Después de ese Golpe Gallegos nunca más se recuperará. Nunca más volverá a la política de partidos. Habrá muerto.
Cuántos recuerdos acudieron a mi memoria: el gobierno de Gallegos cayó con una simple alocución radial de Pérez Jiménez. Como Gonzalo Barrios hubiese amenazado a los golpistas con sus sindicatos armados y las milicias de su partido, se esperó una reacción. Pero nada. Ni siquiera la base militar de Maracay, ni la Policía Municipal, ni la Seguridad Nacional[1].
El Golpe fue recibido con cierto fervor por un gran sector del pueblo venezolano, y se salió a la calle como adelantándose a las fiestas navideñas, quemándose cohetes y la gente abrazándose en las calles. Jóvito, Caldera y el PCV, apoyaron el cuartelazo, y numerosos empresarios corrieron a Miraflores para respaldar la acción. Entre los primeros que corren a asilarse están Braulio Jatar Dotti y Malavé Villalva, que incluso lo hacen antes de que se dé el Golpe.
Muchos se dejaron poner presos como corderitos.
Cuando en Miraflores ya está se armando el Golpe, y el palacio se encuentra prácticamente tomado por los conspiradores, el Presidente Gallegos, desde su casa, con su habitual parsimonia, solicita en voz alta los servicios del mayordomo Suárez. El mayordomo Suárez, cumpliendo el protocolo se dirige al Comandante José León Rangel para que se le dé la debida autorización. Rangel le dice: “- ¡Hable, Suárez, pero mucho cuidado!”. El mayordomo aclara el asunto, pero Rangel le replica: “- No, Don Rómulo. ¡No es posible! ¿Sancocho de pescao? Qué va. Ahora está mandando otra gente.”
Se va de bruces el gobierno, y toma el mando una junta militar encabezada por Carlos Delgado Chalbaud. Precisamente para ese día se encuentra en el despacho del presidente una lista escrita a mano con las audiencias del día (24 de noviembre): La encabeza Mario Briceño Iragorri. En el patio del palacio hay una serie de personas detenidas. Se oyen voces de súplica, de pronto la de don Mario que grita: “¡Laureano[2]!, ¡Laureano!, ¡por favor diles que no me detengan! ¡Yo no soy adeco! ¡Tenía una audiencia con el presidente!”
Cuando dejan en libertad a don Mario, éste llama aparte a Laureano y le dice: “¡Has podido avisarme para no hacer este papel tan ridículo!” El escritor recibe un brandy para reponerse del susto. Viendo don Mario que Laureano tiene cierto poder entre el grupo que ha derrocado a Gallegos, dice: “No te sería difícil recomendarme para un ministerio o una embajada. Podría ser buen Ministro de Relaciones Exteriores o de Educación ¿No crees tú?” Laureano, le replica: “Sí lo creo, pero si llegare a tener influencia para designar ministros, empezaría por mi propia persona.”
Don Mario sale muy aturdido diciendo solemnemente: “Es más interesante hacer la historia que escribirla.”
Ningún adeco salió a defender al pobre Gallegos que lo llevaban y traían como a un monigote; en realidad por las calles de Caracas se encontraron centenares de carnets de AD destrozados. Tanto Betancourt como Gallegos aceptaron esta tragedia personal como una natural reacción y condena por lo que ellos habían hecho contra Medina. Lo más cruel era que el hombre en quien Gallegos más había confiado, Carlos Delgado Chalbaud, era quien precisamente había servido de ejecutor de aquel mazazo.
En pocas horas cogieron presos a casi todos los miembros de la plana mayor de los adecos, no entendiéndose la magia de Betancourt para esconderse. La cárcel Modelo de Caracas quedó atestada con personajes como Leoni, Ricardo Montilla, Ruiz Pineda, Pérez Alfonzo, Prieto Figueroa, Anzola Anzola, Raúl Ramos Giménez, Alberto Carnevali, Luis Augusto Dubuc, Luis Lander; Betancourt refiere en su libro “Venezuela. Política y Petróleo” que hubo no menos de 10 mil venezolanos presos.
Toda esta gente contaba con que el Departamento de Estado reaccionase severamente contra los golpistas. Estaban seguro por la relación importante que Betancourt tenía con los personeros de Washington, pero resulta que en el negocio de la repartición nacional, ya Pérez Jiménez se les había adelantado. Nunca en América Latina, desde 1830 hasta 1998 (a excepción de Fidel Castro), nadie ha ejercido el cargo de presidente de la República sin el expreso consentimiento del State Department.
Ya para el 21 de enero de 1949, los Estados Unidos habían reconocido al gobierno de Carlos Delgado Chalbaud. Harry Truman mandó a hacer morcillas a Andrés Eloy Blanco y a Gallegos, cuando éstos en sendas cartas le solicitaban intercediese por ellos. Inmediatamente, Estados Unidos aclaró lo que le interesaba con el nuevo gobierno que era su cuota de poder y de beneficios sobre el área petrolera, el asesoramiento en el ramo militar y en lo concerniente a unas relaciones comerciales que siempre les favoreciese. Estados Unidos claramente le decía a los que detentaban el poder: Como ustedes no son producto de un proceso democrático limpio, para ser reconocidos tienen que atenerse a nuestras reglas y disposiciones en materia internacional. Así ganan ustedes y nosotros también.
Había igualmente exigencias en puertas que Pérez Jiménez no estaba dispuesto a tolerar, y he allí un estado de inestabilidad que se le iba a crear al nuevo régimen.
El gran novelista será desterrado el 23 de diciembre de 1948. Llega a La Habana en medio del jolgorio de las navidades, pero él abatido, con un dolor inmenso por su país, y trae en una carpeta una declaración que desea entregar en el aeropuerto a los periodistas. Es una declaración con la que Betancourt no ha estado de acuerdo en absoluto, pero no puede evitar que Gallegos ceda a sus ruegos. Dice entre otras cosas este insigne hombre: “… Yo acuso, sin mínimo temor de incurrir en imputación calumniosa, de haber sido animadoras de esta concitación a las Fuerzas Armadas contra los derechos del pueblo poderosas fuerzas económicas, las del capital venezolano sin sensibilidad social y, acaso también las del extranjero explotador de la riqueza de nuestro subsuelo… han sido ellas –no vacilo en denunciarlas, repito- las que han inflado la gana tradicional de poderío que alimentaban los autores del golpe militar hoy victorioso. Pero hay todavía algo más que Venezuela e Hispanoamérica entera deben saber. Aquí ha ocurrido un acto más de la tragedia que en nuestra América viene padeciendo la democracia. ¿Quién maneja esta máquina de opresión que ya se ha puesto sobre nuestro continente? ¿Qué significa la presencia, constatada por personas que me merecen fe absoluta, de un agregado militar de embajada de potencia extranjera en ajetreos de cooperador y consejero en uno de los cuarteles de Caracas mientras se estaba desarrollando la insurrección militar contra el Gobierno Constitucional y de puro y legítimo origen popular que yo presidía? No ha sido pues tal insurrección un accidente de nuestra vida política de suyo propicia a las conmociones de este género, sino un síntoma más sobre la América de nuestra lengua y de nuestro espíritu, de algún propósito prepotente de impedir que nuestros pueblos afirmen su esencial característica democrática y desarrollen libremente su riqueza para obtener su independencia económica, a fin de que no puedan decidir su propia suerte histórica como pueblos soberanos.[3]”
Cuando este documento salió al mundo, inmediatamente la Casa Blanca por boca de Harry (“el Sucio”) Truman salió a declarar que la presencia del Coronel Adams, Agregado Militar de la Embajada Norteamericana en Caracas, en el cuartel de Miraflores, en momentos en que se desarrollaba el Golpe fue producto de una mera casualidad: el Coronel Adams sólo estaba recogiendo unos pases de cortesía para una corrida de toros, y que con tal propósito se había acercado para hablar con el Mayor José León Rangel.
Toda una burda e inmunda mentira porque ya estaba escrito el reconocimiento de Estados Unidos a la Junta Militar que se haría efectiva a partir del 21 de enero de 1949.
[1] Eso de que los adecos se crecen frente al caído y se tornan unos ovejitas con quienes les enfrentan de igual a igual, se evidenció cuando dejaron solo al llamado caudillo Alfaro Ucero en momentos en que las encuestas demostraban que Hugo Chávez arrasaría en las elecciones del 6 de diciembre de 1998.
[2] Laureano Vallenilla Lanz (1967), op. cit., pág. 277.
[3] Guillermo García Ponce y Francisco Camacho Barrios, Diario de la Resistencia y la Dictadura 1948-1958, Colecciones Centauro, Caracas, Segunda edición, 1982, págs., 44-45.
jrodri@ula.ve