No obstante el crecimiento notable de la izquierda en América Latina, con células en el poder en Brasil, Paraguay, Uruguay, Chile, Argentina, Ecuador, Bolivia, Nicaragua y Venezuela, y con futuras sumas en Perú y México, de vez en cuando el panorama político tiembla y, en virtud de poder mediático de la derecha, se corre la voz agorera de la destrucción, apuntando al apocalipsis, al fracaso de la esperanza correctora y a la retoma de fortaleza del decadente modelo neoliberal, en debacle en nuestros países. Como buen alumno de Goebbels, el poder mediático imbuye de cariz real y general a cualquier evento adverso de la rama política de la izquierda con visos de probabilidad o particularidad, respectivamente. Así, ya muchas veces en su imaginario han dado muerte a Fidel Castro, han expresado el deseo de un Chávez asesinado, de una invasión norteamericana para restablecer el orden alterado por las hordas comunistas y de continuo trabajan en la creación de matrices de opinión tendentes a la elaboración de un mundo virtual, espacio, sino para el consuelo, para la desinformación y la parcialidad.
A la prédica de que el modelo ya es un fracaso probado con la caída de la URSS y con el giro actual del continente Europeo hacia la derecha política, suman como hecho lo que no ha ocurrido aún en plano de las ideas socialistas, como cuando proclamaron el fin de la historia y la hora del pensamiento único, en medio del furor neoconservador de las celebraciones. La tabla rasa para el mundo. Por ejemplo, aquí en América Latina, donde al parecer la dichosa profecía tuvo sus defectos, asumen olímpicamente que los gobiernos de izquierda se proponen en lo inmediato repetir el error histórico de trasvasar el modelo soviético comunista a sus países, restándoles a los líderes la inteligencia de la reflexión, de la capacidad de adecuación de las ideas a la realidad particular de cada país, negando siempre que se ande en la búsqueda de afinar un modelo de justicia social para el continente, fundado primordialmente bajo el concepto de la integración geopolítica bolivariana. Ningún socialismo del siglo XXI en construcción. En su lugar, la satanización mediática realiza su trabajo: los comunistas o socialistas son anacrónicos fanáticos come niños, duchos en el arte de quebrar países.
Así, con el envenenamiento de las masas, crean la ficción de que lo que está por venir, es decir, la implementación de todo un gobierno de izquierda en América Latina vía integración y el deshecho del aniquilante modelo neoliberal, es una hórrida perspectiva de un acabose político, en nada comparable ni siquiera con la peor imaginación caótica de su modelo de las desgracias. Su característico estilo de concentración de poder político y económico en poquísimas manos, su democracia tramposamente representativa, su falsa liberalidad y liberalismo, su siembra a más no poder de desigualdad y pobreza, su comercialización para peculio propio de los bienes que son propiedad de una nación completa, su libre mercado infernal y su temible espíritu transnacionalista, son rasgos que ponen a volar como inocentes defectos del mejor sistema político y económico del mundo, su daños colaterales, consiguientemente aceptables, en nada evitables, pero siempre preferibles a las particularidades del sistema demoníaco socialista.
Naturalmente, cuando el hecho adverso dentro del filón ideológico socialista deja de ser una probabilidad y se convierte en uno de facto, el redoble apocalíptico de campanas mediáticas es espectacular. Ya no es la muerte casi segura de Fidel o Chávez, sino el hecho cierto, por ejemplo, de la muerte de Raúl Reyes o Manuel Marulanda, o el referendo secesionista de Santa Cruz, cuando no es −otro ejemplo− la derrota aplastante de la izquierda en Italia, del alcalde izquierdista ingles Ken Livigsdtone o la retoma casi total del poder por parte de la derecha política en Europa, con toda su carga de daños colaterales, como la xenofobia y el racismo. Para los Goebbels de nuevo cuño, si una presunción la traducían en una sintomatología de irrefutable realidad, un hecho cierto pasa a convertirse en una especie de marcha triunfal, cuando no en una suerte de ofensiva cazadora de las últimas brujas que se supone sobreviven por ahí.
La confirmación de la muerte de Manuel Marulanda, para tocar la noticia del día, más allá de leerlo como que la organización que dirigía está padeciendo algunas dolencias de carácter moral (primero fue Reyes), es presentada por los medios casi como una noticia de certificación de victoria por parte de la oligarquía colombiana, de unas FARC en desbandaba, desesperadas por rendirse, sin ningún poquitín de dignidad después de sostener una prolongada lucha que raya ya en las seis décadas. No existe ningún reparo en reconocer siquiera que cabe la posibilidad de que el grupo guerrillero, dado el cálculo con el que realizó el anunció de fallecimiento de su líder (fenecido dos meses atrás), pudiera estar preparando una demostración a gran escala, concretas acciones de guerra y expresión de salud organizativa. Pero la campaña es completa. La izquierda, se dirá, creciendo en América Latina, está en retirada; y en Europa, decreciendo, tendría que decirse que está desaparecida, según lógica mediática. En mundo al revés, tanto que ya parece fastidiar.
América Latina izquierdista, buscando un modelo que rescate de otro; el viejo continente ubicado en la derecha, recaminando viejos senderos de liberales mercados que ya condujeron a varias guerras. Otra vez el fascismo, las raza superior, el etnocentrismo y el providencialismo, viejas y nuevas Cruzadas hacia los santos destinos. Y las grandes corporaciones de la noticia y el consumismo intentando hacer prevalecer el modelo único con sus escuelas de adoctrinamiento público. Los elegidos de dios no pierden guerras ni tienen bajas entre sus filas, soldados perfectos de la cultura. Una baja estadounidense o europea vale por mil del resto de los mortales. El neoconservadurismo es invencible, curtido en la experiencia de haber tumbado muros berlineses y haber acabado con estigmas ideológicos de la perdición del mundo, como el comunismo. La explicación de por qué éste en Europa parece en reculada y en América Latina se proyecta como prevaleciente en su forma socialista es la que sin ningún pudor dan las corporaciones mediáticas: América Latina es un patio trasero del atraso, huérfana de todo sentido de progreso humano, granero o almacén del mundo, pequeño surtidor energético de la tierra. Como en tiempos de conquista, su destino tiene que ser reconducido, desmenuzándola de brotes ideológicos malignos.
Y las tensiones, en consecuencia, están a la orden del día. España tiene la cuchara enterrada a fondo en Bolivia, en Colombia y en otros países, y como los imperiales EEUU, defiende sus intereses invocando el yerro político planteado para el continente con el socialismo, utilizándolo para la descalificación, mandando a callar presidentes, así como trayendo a colación también su alta cultura superior, de modelo único, de derecha neoliberal corrida en la siete plazas, por más que su presidente se califique de socialista. Alemania, de la boca de su canciller, Ángela Merkel, del modo más espontáneo solicita cerco contra el país líder de los cambios en Suramérica, Venezuela, probando con ello también el convencimiento de su cultura superior, modelo de modelos, sistema neoliberal, capitalismo salvaje o cualquier otro nombre que ponga en sujeción a unos respecto de otros. Porque en Europa, como en los EEUU, no existe la izquierda más que como parodia, como museístico recuerdo ideológico de la historia, ejercida en su denominación en varios países como una manera de atenuar el purismo de la derecha política, como en España. Es un disfraz. La generalidad es que existan dos partidos de un mismo bando: la derecha y la derecha, "socialista" uno de ellos.
De manera que el modelo perfecto jamás estará en disposición de reconocer derrotas, hecho que ocurre cuando reconoce victorias en el contrario. Tal es el desiderátum operativo de los medios de comunicación. Para el modelo, no existe la izquierda en América Latina, y si lo reconoce, lo hace como un molesto galimatías ideológico en boca de una pila de indios, indios entre los cuales Evo Morales es propuesto como emblema. Pasar por alto, por ejemplo, que el líder guerrillero Manuel Marulanda haya muerto de modo natural y no asesinado por el ejército colombiano, es otro ejemplo de una pequeña muestra de la gran variedad universal que hay. El ejercicio del periodismo al servicio de sus portales y soportes ideológicos naturalmente castra el intelecto y funda la escuela del exterminio del raciocinio poblacional. Es el Gran Hermano, el libro 1984, de George Orwell, con todo y la alusión que la novela hace hacia factores de una izquierda abominable. Del mismo modo que cuesta para que se reconozca la baja de un soldado norteamericano en una invasión, o el derribamiento de una nave, nunca habrá el reconocimiento de la materia simbólica que hay implicada en el hecho que el guerrillero más viejo del mundo haya muerto inmune a las balas de la oligarquía colombiana (la derecha política), casi octagenario. Es la propaganda, pues, no de la existencia de un ejército o modelo invencibles, sino de que nosotros, el resto de los mortales, somos estúpidos.
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