Hay cosas que pareciera que yo únicamente recuerdo y que el resto de los venezolanos han olvidado, o están por olvidar. Recuerdo aquella Venezuela que amanecía jugando a la lotería, que si soñaba con un número, lo anotaba y salía corriendo a comprarlo. Recuerdo que todos los programas de televisión por la mañana eran sobre brujería: el reino de los adivinos, y en el país hubo un gran revuelo porque alguien predijo que el Presidente moriría pronto. El brujo no sabía que ya estaba muerto. Recuerdo que los domingos por las tardes casi todo el mundo se dedicaba a ver las carreras de caballo. La "Gaceta Hípica" era la revista más leída de Venezuela, y los adecos se la conocían incluso antes de ser publicada. Parecía entonces que todo el mundo había nacido sólo para ser estafado, y ese sentimiento lo llevaba cada cual de tal modo afianzado, que ante cualquier acto lo primero que se planteaba era: "- ¿Me estarán engatusando?"
Pero así y todo, era muy poco lo que podía hacer para evitar la trampa.
Éramos el primer país del mundo en asuntos de escándalos y fraudes. Aquí, eso del "paquete chileno" era asunto de cada instante, y siendo la gente tan estúpida, que bailaba al son que cualquier tracalero le montara, tenía incluso los riñones de pagar centenares de dólares para viajar a Miami o Los Ángeles a ver focas y delfines que danzan por una miserable sardina, cuando aquí el show de estos animales se vivía en cada esquina: Focas que se contoneaban furiosamente, por mucho menos. Hacia donde usted dirigiera la mirada, allí había una oficina ambulante con tracaleros locuaces que vendían acciones para un club, rifas, concursos de belleza, premios, resorts, universidades y colegios privados; cruceros con prostíbulos de ñapa y mentiras tan insólitas que era necesario ser inconcebiblemente imbécil para aceptarlas. Pero entonces la idiotez parecía irremediable y caían.
Se estafaban unos a otros entre miembros de una misma familia. Se estafaba en los comicios electorales, en lo que se enseñaba en las escuelas, en la compra y venta de inmuebles o urbanizaciones, en Cajas de Ahorro, en bancos, en solicitudes de préstamos, en juramentos públicos, en hoteles y restaurantes, en comercios. Y a uno no le quedaba otra cosa que cruzarse de brazos y resignarse a esperar lo peor. Hay quienes iban de banco en banco esperando encontrar uno que le diera verdadero resguardo a sus cobres, y ante la catástrofe recurrente de las crisis financieras, al final lo aplastaba la indiferencia o la resignación, y exclamaba: "-Qué sea lo que Dios quiera", y dejaba allí sus reales para que se los robaran.
Esa era la bella Venezuela que aquí tenía esa oposición degenerada que anda todo los días tratando de hacernos regresar al pasado.
Y como no había ante quién reclamar tanto caos, inseguridad moral, las degeneraciones jurídicas de todo tipo se multiplicaban interminablemente. Todo el mundo amenazaba y pataleaba, como único recurso ante los desastres. La gente deambulaba por los bufetes, por los puestos de policía, por oficinas de gobierno, tribunales, implorando una explicación; reclamando justicia con la escéptica desolación en cada frase, en cada juicio y consideración.
Esa era Venezuela, compadre, y compare.
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