¿Cuántos seres engendrados?... ¿Para qué?
¿Cuántas noches y días en medio de faenas de amor para traer seres que tendrán que vivir peor que nosotros? Las jóvenes parejas consortes deambulando por tugurios, rumiando su amor y sus ilusiones en una odisea absurda, sólo para descender a las visiones más penosas y agotadoras: el túnel sin salida de una especie que está aquí para estafar, para mentir, para matar y matarse por lo que menos importa.
La naturaleza nos obliga al acto de asegurar la supervivencia de una especie ya de por sí casi extinguida; una especie que se desliza por el tobogán de la virtualidad absoluta: cada vez más frágil y débil, más manipulable, cuya verdadera felicidad la pone en no pensar en misma y en ser dulce esclava del mercado. El Hombre suspira aprisionado en un puño de afeites, bragas, carros y mujeres que no nacieron para ser poseídas sino vendidas, para el negocio. El hombre mira a su alrededor y ya no encuentra consuelo en lo hermoso sino en lo fatuo, perdida la generosidad y la franqueza en las marañas de las sonrisas para la publicidad. Detrás de esas caras risueñas cunde el recelo, el negocio, la estafa, los egoísmos más miserables; es parte de la competencia impuesta por el mercantilismo.
Esas mujeres bellas que queman con sus siluetas, parecieran decirte con sus sonrisas: "¿Y tendrás tú de veras con que comprarme?"
He caminado por las mamparas del desorden, de la individualidad cruel de otros semejantes, mis colegas que creen saber algo y que se vanaglorian y se regodean por "estar" aquí, porque llevan a cuestas un título profesional, beatificados por alguna universidad autónoma por antonomasia. He visto la osamenta de los proyectos educativos con cursos que hablan de inteligencia artificial. El mundo será de las tarjetas inteligentes; de los programas que nos harán felices por su ingeniosidad: teléfonos inteligentes, perros de lujo inteligentes, cajeros bancarios inteligentes... Tal vez habrá también agua inteligente en polvo que podrá aspirarse, quizá, como la cocaína; ya existen los coitos programados empaquetables y a domicilio por internet, y hasta con condones cibernéticos. El propósito de la vida toda destinada al mercado. Ya no se compartirá con nuestros semejantes el don precioso de los sueños. Ya la gente no sueña, no le importa recordar, o le tiene pánico a la memoria. El ejercicio de cada día es una lucha por no saber a dónde nos llevan: una carrera loca por el camino equivocado.
La pérdida progresiva de la imaginación está extinguiendo a la raza humana. No es que el índice del crecimiento de la natalidad vaya decayendo. No. se trata de la extinción real del hombre verdadero. Cada vez quedan menos hombres y encontrar mujeres se hace casi imposible. Y casi nadie tiene hijos propios. Los que tiene uno se hacen adoptar por el comercio. Los hijos no escuchan porque tienen las orejas taponadas. No ven porque llevan gafas que parecen láminas de zinc. No piensan porque viven obnubilados ante un playstation o la tele. Ahora todos los hijos se parecen como dos gotas de agua. Se tiene hijos en serie. Como barbies. La inmensa mayoría quiere hijos como los de las series (Boomerang) que ve por televisión. Nuestros pequeños obedecen, con una fe superior a la de cualquier dios, el mandato "divino" de lo que ordenan las grandes compañías. Todos somos unos extraños. Mi mujer es una extraña, mis hijos sufren delirios por cosas que yo antes odiaba y he acabado por resignarme a aceptar lo que ellos ordenen y quieran para que se extingan y sean felices.
A lo mejor tienen "razón", y este es el sino del capitalismo.
De modo que cada vez el mundo se hace estrecho para los sentimientos propios. Debemos rumiar nuestra soledad y nuestras visiones en silencio. Un pobre diablo, como suelen ser los seres sensibles, poco o nada pueden hacer frente a un mundo de caníbales. Algunos han luchado a brazo partido por salvar mi mundo, y han visto como todos se alzan contra él y le matan; he visto como los seres más queridos de este hombre se van alejando de él hasta dejarle solo. Cómo ya a nadie le interesa escuchar... Todo esto para llegar al convencimiento de que lo que llamamos ser humano, en gran medida es algo que se torna una mole de carne envenenada por el maldito billete, por el miedo y la maldad.
Quién en esta lucha hacia el socialismo del XXI estará loco por tirar la primera piedra. Cada gobernador con su tema. Hoy son "revolucionarios", mañana viles ladrones o negociantes con la oligarquía y el narcotráfico. Caen como moscas. Siempre han sido alimañas. Nunca han tenido patria alguna, y han vivido buscando un plato de lentejas para venderse como rameras. El socialismo no es algo que se proclame sino que se lleva o no se lleva en la sangre, en el alma. El socialista es un hombre condenado en este capitalismo a vivir sufriendo el que los demás a uno no le comprendan.
Con los años nuestros nervios se van afinando, con todos los desafíos contra la locura. Decidido cada vez más a arrancar vendas de los ojos y tapones de los oídos. Romper velos. Ir al numen de la real comunicación humana; acabar con el distanciamiento de unos seres con otros, producto de la intoxicación moral que nos han metido desde que fuimos por primera vez a la escuela. Amar, amar de una buena vez. Entregarnos y ser. Impedir nuestra extinción. Impedir que se anule lo auténticamente propio para que una segunda naturaleza, monstruosa, se adueñe de nuestras almas. He allí el por qué los únicos seres pensantes son esos locos solitarios, y profundamente socialistas, que deambulan por bibliotecas, por plazas y caminos, a la espera de la comunión profunda entre los humanos. Esos son los verdaderos socialistas, a veces no están allí en los tumultos, no se les ve en un mitin; no gritan, no maldicen, sino que luchan todos los días cultivando en su corazón, en su lucha paciente y diaria el amor por los demás. No es el socialista del siglo XXI, es el socialista de siempre. El único. El verdadero. El eterno.
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