Cuando comenzaron a surgir los primeros frentes guerrilleros, donde los dirigentes comunistas no se quemaban el pecho sino que mandaban a las montañas a los liceístas y universitarios, y muchos, que se iban a morir a un campo dominado por el paludismo, el latifundio y el aguardiente, la incuria y el abandono. Muchos dirigentes, vilmente comprados y sometidos por Acción Democrática y por COPEI.
Continuaba la metralla iracunda de los cuerpos represivos, y el resultado para finales de los 60 eran, dieciséis mil hogares allanados y saqueados. No hubo capital de Estado que no ofrendara su media docena de muertos a las glorias redentoras del mayor anticomunista del planeta: Rómulo Betancourt. Ante aquellos asaltos, ante aquellas masacres y vandálicos atropellos, cuando la prensa tímida y juguetonamente inquiría al señor padre todopoderoso de AD, Gonzalo Barrios, éste contestaba: “No tengo conocimiento”, “No he recibido información oficial”, “no he leído la prensa”, “todavía no he llegado a la casa, déjenme en paz”. Los genízaros con fusiles y peinilla en mano siguieron arrebatando vidas jóvenes: Se asesina en Gato Negro, el 6 de junio, a Ángel Linares Espinoza; el 29 de julio en Catia, a Julio Enrique Manzano y a José Antonio Vázquez La Torre, en la Prefectura de El Hatillo. Ese mismo día matan en la Comandancia de Policía de Petare a Esteban Padilla Pérez y Carlos Novoa en Apure. En agosto, en cuanto se reanudan las garantías, muere en una manifestación en la Plaza de Capuchinos Enrique Leal, y la DIGEPOL acribilla en la Avenida Nueva Granada a Rafael José Villegas. En septiembre la DIGEPOL mata a Manuel Cachutt en Valle de la Pascua. En esta orgía de cruentos crímenes cae el 12 de agosto, Sahoudala Coury. En septiembre mueren los estudiantes Alfonzo Rodríguez, Jesús Osuna, Omar Ramones Prieto, José Manuel Rojas Figueroa (en la Plaza de Catia). En octubre son asesinados: Luis Martínez Áñez (Horno Negro), Vivian Hernández (Avenida San Martín), Elvina de Morales (La Vega), Rafael Clemente Acosta (San Antonio de Los Altos), J. Pfeifer, ciudadano alemán alcanzado por bala de fusil tras el cuartel San Carlos. Y por Decreto 870 del 8 de octubre, se suspenden las garantías en todo el territorio hasta el 18 de diciembre cuando entre a regir otro decreto de suspensión parcial.
Por esta época comenzó a coger fuerza un grupo de abogados comandados por el ya mencionado libanés David Morales Bello: no tenía montada todavía su famosa Tribu que adquiriría una respetabilidad criminal en el medio judicial venezolano, pero sí estaba inmensamente rico. Poco a poco estaba esta Tribu adueñándose de los tribunales, y a fuerza del terror y del apoyo que le ofrecía el gobierno también los llamaban los “Perry Mason, que no perdían una”, los imbatibles penalistas de la nación. Era una internacional de mercenarios conformada en gran parte por cubanos batisteros, colombianos y otras nacionalidades indefinidas. Su centro de operaciones era la DIGEPOL, como antes lo había sido la Seguridad Nacional. En la DIGEPOL armaban a sus bandas de terror, confeccionaban documentos que luego articulaban por la vía de la tortura: aquellas confesiones formarían parte del sumario que llegarían después al juez de la causa.
El 15 de noviembre de 1962, un joven de nombre (o sobrenombre) Ditmer Miller, de las bandas armadas de COPEI, que también estaban a favor de los adecos, mata al profesor José Damián Ramírez Labrador. El hecho ocurrió en el liceo nocturno Juan Vicente González. El que esto escribe fue testigo de este horrendo crimen. Reconoció al asesino, quien pudo escapar amenazando con una pistola a quienes trataron de interponérsele en su camino. El liceo estaba tomado por los comunistas, y entraron las bandas de COPEI a confundir a la gente, y se metieron en el salón donde Ramírez Labrador, profesor de Física, dictaba clases. Apagaron la luz y se escuchó un disparo. Cuando volvió la luz el profesor yacía en el suelo. Varios alumnos lo tomaron y lo llevaron a la Cruz Roja donde murió. Todo esto lo vi yo con mis propios ojos.
Entonces el gobierno becó a Ditmer Miller y lo envió a España.
Por este crimen fue detenido un dirigente de la Facultad de Ingeniería que había sido presidente del Centro de Estudiantes del Juan Vicente González, por cierto esposo de una hija de Gustavo Machado: se le endosó este asesinato.
Lo peor vino después en la década de los sesenta. Pero todavía en la década de los setenta, a pesar de la inmensa traición contra la juventud revolucionaria venezolana, nadie decía nada. Hay que decirlo, para la década de los 80, a Miraflores no sólo iban los jeques del MAS, sino ideólogos de la talla de Ludovico Silva. Qué país, Dios mío.
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