Ese es el cuento más burdo, creer que EE UU alguna vez le ha enviado ayuda algún país. El candidato republicano a la presidencia de EEUU, John McCain, considera que en América Latina hay “amigos” y “enemigos” y estima que Hugo Chávez es “una amenaza” para la región. Y ha dicho también que no nos va a mandar más ayuda. El escritor norteamericano Gore Vidal ha dicho que EE UU nunca le manda nada a nadie. Que todo eso es un truco para estafar mejor a los países. El mundo sería mejor sin EE UU, si no véase como tienen al planeta erizado de guerras, terrorismo y maldición por todas partes. El Plan Marshall, como se sabe, fue un negocio, que consistía en levantar Europa, para luego ellos, los gringos, colocar allí sus productos, expandir sus industrias. Pero eso no le convenía con América Latina un plan de esta naturaleza porque nuestra función se reducía a exclusivamente a la de ser esclavos, a importar y vender materia prima.
La Alianza para el Progreso, por ejemplo, fue un programa de EE UU, cuya verdadera intención era evitar la integración latinoamericana y tratar de aislar a Cuba. Fue un proyecto que en el fondo también tenía como propósito fortalecer la posición de Rómulo Betancourt como paladín del anticomunismo en nuestro continente. También para contener la actividad guerrillera y la “subversión” en Venezuela. El 13 de marzo de 1961, Kennedy dio a conocer la Alianza para el Progreso en un discurso ante el cuerpo diplomático latinoamericano en la Casa Blanca, y en agosto de ese mismo año este programa fue oficializado en una reunión del Consejo Interamericano Económico y Social (CIES) en la OEA, a la cual asistió la delegación cubana presidida por Ernesto “Che” Guevara. En su discurso de presentación ante el cuerpo diplomático latinoamericano, Kennedy con horrible audacia declaró que Bolívar, San Martín, Lincoln y José Figueres eran los máximos representantes de la grandeza política de toda América.
En tal sentido, decía Arthur Schlesinger que los Estados unidos con esta Alianza estaban dispuestos a ofrecer el apoyo militar necesario para defender el régimen de Betancourt en Venezuela.[1]
Era una alianza, como dijo el Che Guevara, para “encadenar más a los países latinoamericanos a las organizaciones financieras de Wall Street, a aislar a Cuba y, si se pudiera, a organizar el ataque armado ulterior contra Cuba”.
La posición de Cuba en aquel año de 1961, era:
…trabajar con las hermanas repúblicas de Latinoamérica, ir a tratar de movilizar la Conferencia (de Punta del Este) hacia planes más acordes con el interés de los pueblos, a desenmascarar al imperialismo y a tratar de contraponer sus intentos de aislarnos a nosotros y aislarlos a ellos… En primer lugar, quedó demostrada la naturaleza falsa de la Alianza para el Progreso, la intención imperialista que tiene; quedó demostrado para los gobiernos, en todos los trajines, en todos los pequeños comités que se hacían fuera de la conferencia, las intenciones norteamericanas de aislarnos; y quedó también, para los gobiernos, bien clara la impresión de que no es por el camino de las humillaciones, de la sumisión a los intereses de Wall Street, como los pueblos y los gobiernos pueden ir adelante.
Agregó el Che:
Nosotros, desde el comienzo de la Conferencia, la caracterizamos como una reunión política y explicamos las intenciones que había de aislar a Cuba. Atacamos duramente el quinto punto que se trataría en la Comisión Cuarta de la Conferencia, relacionado con la difusión del plan de la “Alianza para el Progreso”. Era un plan típicamente de domesticación de toda la opinión pública continental, al servicio directo de los Estados Unidos… El problema grave no era la calificación política que se hiciera de Cuba, sino que un organismo presumiblemente interamericano, donde todos los países tienen el mismo derecho, se permitía, a través de funcionarios de ese organismo —que, además, eran dueños de periódicos reaccionarios del continente— enjuiciar la actitud cubana y condenarla. De tal manera que éramos automáticamente condenados por un organismo intercontinental, sin que hubiera el correspondiente juicio de las naciones americanas, sino por un grupo de llamados “expertos”.
No le cabía duda alguna al Che, que la Conferencia de Punta del Este era el pago por adelantado que se hacía a los gobiernos para su complicidad en este hecho. Que Estados Unidos, una vez más, estaba introduciendo la falsa idea que nos estaba ayudando financieramente para que saliéramos de abajo, cuando la verdad es que la razón de tales aportes era para cobrarlos con creces a través de las troneras ilegales que imponían sus inversiones. El truco perfecto para que se les permitieran inversiones sin ninguna clase de restricciones e imponiendo sus monopolios y leyes comerciales.
Puntualizaba entonces el Che, algo que resulta clave en este tipo de macabra manipulación financiera.
En eso del dólar se puede establecer, igual que en el proverbio, que “la chiva tira al monte” y el dólar constantemente vuelve, tiende a volver a los Estados Unidos, por lo menos en Latinoamérica. De tal manera que estos dólares, si se llegaran a gastar, que es muy relativo y lo más probable es que ni siquiera el Congreso lo apruebe, serían para los monopolios en general, y estos, después de movilizar el dinero con sus nuevas ganancias, pues lo vuelven a mandar a los Estados Unidos. Eso es algo negativo. Es negativa, además, la pobreza de las aspiraciones contenidas en este documento.
[1] Arthur Schlesinger (1966), op. cit., p. 152.
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