Esta es una historia breve, y la relataré tal cual se la relaté al Chino años después, en una madrugada de insomnio de un viaje cualquiera, de esos que hicimos para construir la UBV. Gozó el Chino con la historia por partida doble, por ella y porque logró despertarme para convertirme en somnoliento interlocutor improvisado.
El Chino Vidal Chávez llegó a mi entendimiento una mañana enredada de papeles, como un articulista más de las páginas de opinión que con sapiencia arqueológica fui forzado a coordinar en un medio de la región que no nombraré porque no se lo merece. Su humor fue aliento fresco en las catacumbas del pensamiento reflejadas en blanco y negro.
El Chino publicaba los domingos, día reservado a las “plumas más insignes” de dicho diario. Llegó el Chino al domingo por empeño de quien esto escribe, por cuanto el humor, para algunos, no es cosa seria. Así, los sábados en la mañana se hizo costumbre en la redacción que algunos de los esclavos del diarismo allí presentes –casi siempre la señora Lesbia, la transcriptora- hiciera la pregunta en voz baja, como quien comete una travesura: “¿Llegó el artículo del Chino?”.
Se producía entonces una de esas guachafitas que hacen aguantable la vida. Si la respuesta era positiva, los poquitos que allí estábamos a esas horas mañaneras salían corriendo hacia mi escritorio y me decían “leelo pues”, en perfecto maracucho. Mientras hacía el papel de juglar, todos reían a carcajadas. Luego no faltaba el comentario: “de los que escriben en opinión, el Chino es el único que sirve”.
Minutos después, no se si confirmando el comentario, el teléfono repicaba con habitual puntualidad. Era el dueño del periódico, haciendo la misma pregunta: “¿Llegó el artículo del Chino?” y a continuación la indicación de costumbre, enviarlo por fax porque el Chino no puede esperar para ser leído. En la noche, cuando el ruido de avión estrellándose de la rotativa se detenía, alguno de los trabajadores subía para hacer una peculiar crítica literaria que se resumía en ¡qué bueno escribió el chino!
Como todo en esta vida capitalista es jerarquía, quien abría la página era “más importante” que los demás, ustedes saben, la vieja historia de los de arriba y los de abajo. Por cosas de esa jerarquía, no era el Chino quien, a pesar de todas las opiniones anteriores, abría la página. Estaba de segundo. Un día el Chino y yo dimos un golpe de Estado del cual él fue protagonista sin saberlo: extraviado en los vericuetos del Internet, el artículo de quien abría no llegó y yo no lo dudé dos veces y puse al Chino en donde debía estar. El Golpe fue aclamado por las masas chínicas. Ese domingo fue de reclamos, la jerarquía pidió a gritos ser respetada, pero al final, sotto voce, la indicación de los mandamases fue: “dejalo allí, él es mejor”.
Rió el Chino con la historia, asombrado de que sus palabras fueran escrutadas tan de cerca por los “dueños de la información”, veneradas por los obreros del diarismo impreso y que se hubieran abierto caminos ellas solas entre totales extraños. Pero así son las palabras, pequeños soldados que con fuerza propia hacen reír o llorar, mueven el pensamiento, alegran el alma de nosotros, inquietos mortales imperfectos.
Escrito está, y nadie lo podrá borrar.
P.D. Ya estáis arriba, ya no hace falta subite.
Periodista/Docente UBV Zulia
boscan2007@gmail.com