¡Sáquenme de aquí!

Así en la tierra como en el cielo

Viajar por vía comercial en Venezuela es verdaderamente una odisea. Por tierra conseguimos que las terminales son un caos, no sólo por la excesiva cantidad de gente que siempre -cualquier día y a toda hora- repleta las instalaciones de estos sitios de embarque, sino porque las empresas de transporte -que por cierto cada vez ganan más dinero- no hacen nada para mejorar las condiciones de estos sitios. Por aire, tenemos que calarnos los constantes retrasos de las líneas aéreas. Cuando no es por una cosa es por la otra, lo cierto es que el pasajero nunca tiene la razón. Además de los elevadísimos costos del pasaje, el mal estado de las unidas hace que permanentemente los aviones se devuelvan después de haber despegado; salgan con retrasos exagerados; se cancelen sin explicación los itinerarios; que uno entre al avión y su puesto esté ocupado por otra persona que tiene el mismo número de asiento… entre muchos otros atropellos que son cotidianos en los aeropuertos.

A veces me siento como Robinson Crusoe: atrapado en una isla –contrario a lo que nos explica el Montes Kiú de Maracaibo- esta vez rodeada de tierra… carreteras… autopistas… terminales… aeropuertos… y puertos por todas partes… pero atrapado sin poder salir… ni entrar… ni siquiera quedarme, porque los hoteles -por muy media estrella que sean- cuestan un dineral. Pero, en fin, si no tengo más alternativa que esperar como un indigente echado en el piso o en un banco destartalado o sucio, entonces no tengo que comer, porque la comida que venden en estos lugares es la verdadera chatarra que atenta contra la salud del más resistente estómago. Y lo peor es que no hay donde quejarse. ¡Bueno! de quejarse… en cualquier parte. El asunto es que te paren bolas y te resuelvan el problema… o que por lo menos te compensen. ¡No! La verdad es que nada, ni nadie te salva de aquella tragedia. Todo parece uno de esos filmes sicodélicos gringos, en los que el protagonista termina ahorcado, degollado, infartado o descuartizado y nunca aparece el culpable aunque todos lo parecen… y al final solo se ve en primer plano una mano con un cuchillo, o las uñas largas como un demonio… o una cara horrible con ojos blancos… o algo por el estilo. Me pasan por la mente películas como "el naufrago"; aquella –también de Tom Hans- en la que un pasajero tiene que vivir en un aeropuerto de Nueva York hasta que se resuelve un conflicto diplomático entre su país y Estados Unidos; "El show de Truman", en la que Jim Carrey es encerrado en un escenario desde que nació para convertirlo en el Reality Show más famoso y lucrativo… y otras tramas de ciencia ficción en las que el personaje central es invadido por la impaciencia y la desesperación que provoca la impotencia y el miedo.

Denuncio, formal, públicamente y puntualmente a todas las empresas de transporte terrestre, pero especialmente a "Aereoexpresos ejecutivos". Esta línea que comenzó hace algunos años prestando un servicio eficiente y respetuoso, se ha convertido en una gala de desfachatez. Tienen la tarifa más elevada del mercado a cuenta de que son una empresa privada y ofrecen unidades de lujo; cobran hasta por respirar; ya no hay en que sentarse; tienen un guiso con los taxis que tienen la parada dentro de los espacios de la empresa; tratan a los pasajeros como si fueran peones del dueño del negocio. Pero lo peor de todo ocurre cuando uno sin más alternativa y teniendo que abordar una de esas unidades emprende el viaje… entonces comienza la macabra travesía: la puertas de los pasajeros se cierran automáticamente sin que haya posibilidad de abrirlas por dentro en caso de una emergencia; los conductores se encierran en un compartimiento que no tiene comunicación con los usuarios, por lo cual no se enteran de lo que pueda pasar del lado de los que pagan; durante el servicio nocturno detienen el vehículo una y otra vez en lugares obscuros y desolados… allí permanecen largos ratos sin dar explicación y generando preocupación en los viajeros; con frecuencia el trayecto de diez horas se convierte en un drama de hasta veinte, porque al carro se le dañó alguna pieza por falta de mantenimiento; y lo más encantador de todo es que, a pesar de que al embarcar las personas son sometidas al detector de metales, han ocurrido atracos llevados a cabo por delincuentes que han ingresado con sus armas de fuego… además de los otros asaltos en los que los conductores se detienen justo donde los malhechores esperan para encañonarlos y posteriormente despojar de sus bienes a los pasajeros. Al final de todo, la empresa ni se da por entendida. Mientras tanto siguen ocurriendo hechos similares sin que haya una sola autoridad que haga algo en favor de los usuarios y sancione a las transportistas abusadoras.

Ahora, con respecto a las líneas aéreas si es verdad que no puedo hacer menciones especiales, aquí todas deberían ser sancionadas por igual. Tanto las ultraderechistas, pitiyanquis y capitalistas, como las que a cuenta de lobo disfrazado de oveja atropellan a los pasajeros mientras se enriquecen a costa del apoyo que la revolución les ha brindado. Cuando se anunció la creación de Conviasa, nos alegramos porque pensamos que al fin tendríamos la posibilidad de viajar de manera rápida, segura, respetuosa, confortable y pagando una tarifa justa. Pensamos en una alternativa verdaderamente revolucionaria, a través de la cual, no solamente podríamos realizar los vuelos regulares de cualquier pasajero, sino que tendríamos por fin la posibilidad de conocer nuestro hermoso país… pero no… las esperanzas se esfumaron… se las tragó el hambriento monstruo de la ambición y la corrupción amparado por la indiferencia de autoridades a las que el comandante todavía no ha tenido tiempo de meterles la lupa.

De las viejas ya conocíamos sus vicios, pero lo inaceptable es que Conviasa y Venezolana, compitan en precios con los vampiros capitalistas; que irrespeten a los pasajeros cambiándoles el horario de salida y a veces hasta transfiriéndolos a otras líneas sin explicaciones coherentes y mucho menos una indemnización justa. En Conviasa por ejemplo, llegan al extremo de ofrecer al pasajero una arepa y un refresco como compensación por ocho horas de retrazo, como si la preocupación del usuario fuera el hambre. En Venezolana, después que el avión se ha devuelto en el aire por fallas mecánicas, entonces le dicen a los pasajeros que deben llenar unas planillas y pasar a buscar el reembolso de su dinero en quince días. Hay casos en los que después de casi un año no le han devuelto el dinero al usuario. Y si después de haber "descansado" un largo rato echado en el piso con su maletín de almohada, el pasajero admite la transferencia para otra línea diez horas después de lo preestablecido, pero no puede… o no le da la gana de jartarse la susodicha arepa con la maldita sangre del imperio (entiéndase coca-cola) y decide salir a comer en un lugar decente fuera del aeropuerto… entonces allí si aparecen autoridades: el INAC, la Guardia Nacional, la Seguridad Aeroportuaria, los supervisores de la línea a la que le compró el pasaje y la de la línea a la que fue transferido, la Disip, el Comando Antinarcóticos… y cuanto policía se encuentre en ese momento en el aeropuerto, para impedir que la persona casi desempleada porque perdió una reunión de trabajo; acalorada, porque para colmo ahora tampoco funcionan los acondicionadores de aire; obstinada y hambrienta… salga de las instalaciones del puerto aéreo. Es allí cuando se escucha el tétrico y desconsolado alarido: "DÉJENME SALIR… NO JODA".



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Darvin Romero Montiel


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