De veras que usted lo oye y en el acto se le puede ocurrir pensar que es un gran presidente nacionalista, amante de su país y de sus específicos valores de idiosincrasia, más allá de los consabidos republicanos, como la soberanía, la autonomía y el respeto territorial. El presidente de México, Felipe Calderón, dijo en Nueva York lo que para muchos fue un abatido reconocimiento de la merma imperial, cosa que, por cierto, jugando con las palabras, es más abatimiento que reconocimiento, dadas las evidencias de los hechos críticos: "Estados Unidos es un motor muy importante para el desarrollo de México”, pero [dada la crisis] "vamos a [tener que] desarrollar rápidamente nuestros modelos propios con programas como infraestructura y reformas, vamos a tener reformas sensatas en el país".¹
Una redonda pena, ¿no?, temible expresión de cuán arrastrado se puede llegar a ser, para referirnos al pensamiento ese que, en los manuales de crecimiento personal, nos habla de tipos con actitudes vasallas, en contraste con los de tipo rey (o real). Y el buen presidente de México, que hasta revolucionario puede sonar para un incauto, se va al corazón de la villa imperial para declarar de la manera más desvergonzada que su país no ha tenido modelos propios, casi que no ha existido, como a pedir confirmación para continuar en una modalidad de vida no tan adosada al lomo de la criatura capitalista imperial, con hincada de rodilla sobre el pavimento y respectiva frente a tierra protocolar incluidas. Cosa para desalentar -¿verdad?- eso que llaman la dignidad latinoamericana. ¡Caramba, en el país de los cuates, esos mismos de las leyendas y el folclore, pecho desafiante y con porte de arma en el cinto!
Eran otros tiempos -se dirá con nostalgia para intentar justificar la pérdida de guáramos históricos-. El México de hoy es un país moderno -se seguirá diciendo-, miembro de la aldea global, provisto de un aparato económico modelo que se jugó su suerte con el común denominador del mundo. ¿De qué se le habrá de culpar? ¿Por qué expresarse así del "doctor" Felipe Calderón, por ejemplo, hombre de ilustrada data, universitario, humanista, depositario de la necesaria preparación para seguir conduciendo los rumbos del país? No es justo. Para que usted vea -nos seguirán con el discursito-, México es un país de oportunidades. Con solo saber que en él hizo fortuna quizás el hombre más rico del mundo, hoy por hoy, se tiene para acabar con ese cuento de que es un país pobre, vasallo como usted dice, sin oportunidades. Ha tenido nuestro país que sortear incontable problemas, los mas de ellos de carácter histórico, nacionalistas o popular para más señas, para lograr afirmarse como una economía que...
...Se perfila quebrada -toma uno nuevamente el discurso para seguir con la tragedia de este país, nada inesperada, por cierto, si se cae en cuenta que hace vida geográfica al lado del paradigma explotador y expoliador por excelencia: los EEUU-; y quebrada no desde hoy, precisamente, sino desde hace unas décadas, economía maltrechamente sustentada en el poco petróleo que todavía sus yacimientos conservan. Más atrás inclusive de esa ominosa entrega del alma económica que significó la firma del Tratado de Libre Comercio del Norte, con Canadá y los EEUU (TLCN). Muy lejos de los intentos presentes del gobierno de terminar por estregarle al extranjero y a la banca el resto petrolore que todavía se empoza bajo tierra, privatizándolo; mucho, mucho más atrás de esa hórrida construcción que los EEUU le erigen en sus fronteras, como si quisieran apartarlos como a perros apestosos. Y sin decir todavía que la dicha construcción, o "muro de la vergüenza", como se le llama, es en gran medida un artificio para contener las consecuencias que el mismo constructor les acarreara, esto es, que los mexicanos no tengan ni un empleo para costear sus vidas en casa propia, dado que, como es ya cuento viejo, el susodicho TLCN pulverizó los puestos de trabajo en el campo, así como de las actividades comerciales afectadas por tan asimétrico sistema de intercambio.
Ese es el México de los hombres de hoy, de los gobernantes de hoy, como Felipe Calderón, Vicente Fox y los tantos otros "ilustrados" a quienes les ha tocado llevar las riendas políticas del país durante tantos años, sumiéndolo en el triste abismo de la miseria, para no hablar ya de vasallaje moral. Como decía el mismo citado Calderón, la suerte del país está aunada a la de su gran vecino, los EEUU, pero dado el hecho que estos andan hoy en desbandaba económica y financiera, se impone acometer ciertas "reformas", razón por la cual fue necesario emprender el viaje hacia la Meca Capitalista para pedir los respectivos permisos.
Y al cuate que pudiese hablar como arriba, defendiendo que sólo hombres preparados en finas universidades pueden conducir a un país "moderno" como México, cuales Calderón y los miles de Fox que han dirigido al país, hay que decirle que una insignia académica no hace gente, como decimos acá en Venezuela, donde también se sabe de tantas luminarias del poder que se han encargado de conducir al país a la miseria y a la postración moral. El título universitario, la "selecta" formación, no obsta para que se sea tremendo engendro de la ilustración arrastrada, de la moral servida, de la traición apátrida. El imperio tiene que preparar, en sus mejores universidades hoy, a los grandes vasallos del mañana, cuales guerreros de todos los tiempos. Como si escribiéramos una historia titulada -para seguir jugando con las palabras- "El vasallo de los pastos", por el oficio de andar el caballero al ras de la tierra.
Es, pues, el México de hoy, el de Fox y Calderón (con toda su proyección a pasado desnacionalizador), una triste historia, tanto más cuanto que se le avecina la crisis del tiburón del cual hace de rémora. ¿Cómo habrá de sobrevivir el país petrolero sin petróleo, con apenas una reserva fósil para veinte años, dirigido por unas mentalidades políticas que aun hoy, sobre la cresta de la tragedia presente, intentan privatizar lo que de él queda? Sin duda, como insinúa el mismo icono tradicional de las desgracias del país "capitalista" (Felipe Calderón), los presidentes que en México han sido, hay que prepararse para “tiempos duros”. Ahora con un país rémora sin locomotora, como lo han sido para ellos los EEUU; ahora con la carga de lo que significa todo ello: el trabajo de los más pendejos, del pueblo, del contribuyente, del que trabaja para el otro. Porque los de arriba, gente como los presidentes y la clase a la que corresponden, no son como los de abajo, los pobres, los que pagan con su pellejo a los cuatro vientos. Aquellos se salvaguardan en abrigos costosos, proclamando hasta inocencia; porque, de cierto modo, en la medida en que son guarismos del sistema capitalista neoliberal, son inocentes marionetas de un condicionamiento cultural, con todo y su luminosa educación en universidades caras, como quedó dicho.
El México histórico, el de las bravías películas, el del folclore, el del revólver en el cinto, el irreverente, el preferible al presente de estos tantos hombres refinados que lo gobiernan, el gritón, el del pueblo, el revolucionario, anda por allí, seguramente en extremo agostado, respirando el polvo, como siempre lo ha hecho; pero vivo al fin, respirando la conciencia de un pasado que no se borra, del mismo modo como seguro ocurre en la mente de un último representante de una etnia en extinción, azteca o la que fuera, contenida de ancestrales realidades y creencias. El México de las polvaredas, de las revoluciones zapatistas, el de las luchas contra la planta insolente extranjera, contra el recuerdo que suene a cortesano, con todo y que caiga de perlas aquí el nombre de Hernán Cortés. El México de la dignidad latinoamericana, con toda su carga aborigen y telúrica, su conciencia de mezclas y su discurso de la propiedad nacionalista. Vale decir, con su "crisol de culturas", con su raza cósmica, como dijera Vasconcelos. Y no esa cultura de pillos extranjerizantes que lo gobierna como si fuera un protectorado, prestando el territorio a otras manos, abriéndose de extrañas, como habrá que esperar ocurra con el último invento de cooperación con los EEUU a título de luchar contra el narcotráfico: el Plan Mérida.
No importa que hacia el pasado (en la búsqueda de consuela en la historia) se tope uno con capítulos chocantes de la aculturación nacional, que hartamente puedan enfriar un discurso, a título de nacionalismos, tales como la historia de Malinche, la caída de la ciudad imperial, el recuerdo de la “ciudad de agua”, la partida y retorno de Quetzalcoatl, la figura conquistadora de Cortés, las sucesivas historias de traición durante las luchas intestinas y extranjeras, la derrota frente a los EEUU y la pérdida de California, la situación presente dicha con tanto pillo "cachorro del imperio", como Fox y Calderón y otras tantas figuras de la cultura tecnocrática, precisamente mentalidades traidoras a quienes muy a las perlas cae una retrospectiva como ésta para desnacionalizar, para creer que pueden hacerlo, ahítos como están de no responder a una realidad a la que hasta en teoría ética tendrían que deberse.
Tales historias cursan en la formación de todo pueblo. Son partes de su digestión histórica, jamás impedimento para adquirir una conciencia de la dignidad propia. Son aristas que se disuelven en la necesidad civilizatoria de la unidad. Europa misma es producto de sucesivas oleadas culturales bárbaras, si vamos al caso de hablar con el ejemplo mismo con que se puede atacar tal discurso de la unidad. No existe pureza cultural absoluta que se pueda proclamar sin el riesgo de la "contaminación" foránea, sea vasca, gitana, nazista, ni siquiera judaica, para hablar del supuestamente pueblo elegido. De modo que semejante discurso no tendría que alcanzar para justificar posiciones de desprecio hacia la cultura propia, como hace tanto bicho en México, como si se naciera bárbaro dentro de la patria misma. (De donde quiera que ustedes sean, señores Fox y Calderón -hablándole en ustedes a toda matriz cultural que los amamanta, de los que son y han sido-, jamás podrán proclamar una exclusiva ascendencia ideológica y cultural que no se empañe por el hecho de que no se deben ni se han debido al país que los vio nacer). Porque es un contrasentido pretender afirmar que la patria es lo extranjero.
El México lindo y querido, según derivamos de la experiencia que ha aportado esta casta de dirigentes "ilustrados", está en la escuela, en el pueblo liso, en los viejos tiempos, si se quiere así decirlo, "cuando el país era nuestro"; y no en las aulas de clases de las universidades extranjeras que se afanan por mentar saqueadores y traidores a la patria. Si el México-pueblo de hoy, el del estrato popular, en ocasión de esta debacle del sistema capitalista estadounidense -el mismo mexicano-, el mismo de la élite casera gobernante, no reúne el fuelle necesario para ensayar el cambio de recuperar a su país, a su nación, o el cascaron que de ella han dejado, ese México en verdad nos estaría convenciendo que como especie histórica de dignidad se ha extinguido, condenado nomás que a vivir en el libro de los recuerdos. Ya no habría más el México que una vez fue conocido. El pueblo fantasma de México, pues, ni más ni menos.
Vienen tiempos duros, en fin, como lo reconoce la misma derecha política-capitalista-neoliberal del país, pero que no sean tiempos donde el pueblo pague y subvencione los errores de otros, como ahora mismo se plantea en los EEUU con su crisis financiera, donde el Congreso decidió ayudar a la pobrecita banca con $700.000 millones, haciendo caso omiso de los millones de personas que no han podido cancelar sus hipoteca y han perdido sus hogares; que sean tiempos de reflexión y no de concesión y compasión por el yerro ajeno, ese que tanto daño ha hecho. Tiempos de acción y de contextualización del México conocido por todos: el de las revoluciones.
Nota:
¹ “Prepararnos para tiempos duros” [editorial] [en línea]. En El Universal. – 26 sep 2.008. – [pantalla 2]. - http://www.el-universal.com.mx/editoriales/41633.html. - [Consulta: 2 oct 2.008].
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