En pleno tiempo de victorias, las tropas patriotas entran a Pasto, Colombia, por los intrincados caminos que comunican la altiplanicie quiteña con la ciudad de los virreyes. Casualidades históricas, dentro de la población civil que acompaña a estos aguerridos soldados, se encuentra un anciano, su hija y sus criados, llevan varias mulas cargadas con todos sus equipajes y se dirigen para estacionarse definitivamente en la ciudad de Quito.
Se trata de don Simón Sáenz, acaudalado comerciante español, quien regresaba a su residencia principal, de la capital del virreinato peruano, donde había realizado jugosos negocios con su lote de mercancías.
Don Simón, al preparar su viaje para salir de Lima, le fue imposible desprenderse de su hija, quien vivía allí, pues ella se empeño en acompañarle a Quito para visitar a su madre y la vez alejarse de la extremada vigilancia en que la mantenía su marido, el médico inglés Jaime Thorne, vigilancia que se ocultaba dentro de un íntimo drama de desamor conyugal que, en verdad, ella hacía muy poco por disimular.
Montada como toda una amazona sobre un inquieto caballo alazán, conversa alegremente con su padre, era imponente, dominadora, persuasiva y presentaba marcado contraste con la inquietante femineidad que fluía avasalladora en su gracia, su belleza espléndida y su alegría vital se confundían con los paisajes que se avistaban desde aquellos difíciles caminos. Sobre su cutis blanco se regaba el sol y lo sonrosaba y eso le hacia más hermoso el marco negro de su cabellera, resaltaban exaltantes, móviles, sus grandes ojos negros azabaches y sus labios de subido color natural, dibujados como para sugerir la íntima fuerza emocional, su cuerpo agilísimo, se movía felinamente y todo en él parecía rebelarse contra las severas líneas de su traje ajustado, que no lograban ocultar el sugestivo encanto corporal de esta mujer, a la cual sin saberlo le esperaba una historia que la inmortalizaría en el mundo.
Ella presentía que algo mucho mas difícil, de lo que ya le había tocado en su destino, se aproximaba pero a su vez mantenía un confiado optimismo en ese futuro, pues su desgracia en falta de sólidos vínculos sentimentales con ese pasado que pretendía dejar atrás, quería solo catapultarlo en amargos recuerdos y de allí que ella misma se anunciaba un embriagado y nuevo porvenir, eran cosas nuevas, ella lo sabia, su alma misteriosa iluminaba con amables colores todo su nuevo horizonte existencial. Para comprender a Manuela como mujer excepcional, el destino la colocará muy alto y en complejas circunstancias sobre todo lo que le toco vivir en nuestra guerra de emancipación americana, por eso vamos a iniciar desde el comienzo su propia historia.
Corría el año de 1790, tiempos muy convulsionados, América despertaba y muchos españoles andaban en busca de fortuna, entre ellos don Simón Sáenz, a quien hasta ese momento ésta no le había sonreído en el virreinato de Nueva Granada, es así, como decide marcharse hacia Quito con su esposa, doña Juana María Campo Larrahondo y Valencia. Allí en aquella ciudad, este ciudadano, se convirtió en un hombre muy activo, sagaz y hábil para los negocios, se doto de ambiciones y de una personalidad muy elevada, además de poseer un físico atractivo, condiciones que le ayudaron y muy pronto no demoró en construir una sólida posición.
De su matrimonio nacieron cuatro hijos: Pedro, José, Ignacio y Eulalia. Don Simón mantenía magnificas relaciones políticas con las autoridades de Quito y ello contribuía a que escalara aún las más altas posiciones hasta dentro del gobierno, todo era un éxito total y gozaba del más absoluto respeto de todos.
Pero por cosas del destino, que muchas veces no están dentro de la vida, este hombre consagrado a la ambición de la riqueza, se encontró con una inesperada aventura sentimental, una quiteña, criolla de pura cepa, doña María Aizpurú, él pensando en tramar un simple romance aventurero, descubrió que sus sentimientos por esta mujer iban mas allá de lo que se había imaginado, tanto, que ella, llego de renunciar a su propia vida, su posición y su honra, esto le ocurría a don Simón, antes de nacer su hija Eulalia, a partir de ese momento se sometió vivir en la sombra de ese amor oculto y se obligó a repartir sus cuidados entre su hogar y su dulce doña María, quien por amor se contentaba con la felicidad de aquellas caricias secretas.
De estos amores nació una niña, el 25 de Septiembre de 1797 y fue bautizada con el nombre de Manuela, su infancia la pasó a la sombra de un hogar signado por el racismo clasista, pues su padre las visitaba casi furtivamente y doña María moría de felicidad solo en las horas fugases de esa visita, sin importarle el futuro familiar de su hija. Pero estas incertidumbres ahondaron en mil problemas esta pasión secreta e hicieron muy estrechos los vínculos sentimentales entre madre e hija.
Manuela, se levantó en aquella casa solitaria, donde hacía su mundo, del cual construía su reinado, acostumbrándose a ser obedecida en sus menores caprichos. Su carácter se esculpía voluntarioso y sus primeras nociones del mundo se impregnaban de cierto optimismo, que la llevaba a aceptar con dificultad cualquier demora en el acatamiento de sus deseos.
Pasaban así, los años de su infancia y es de resaltar que además de su madre doña María, sólo encuentra como compañía, a dos mujeres negras, esclavas, llamadas Jonatás y Nathan, tan allegadas que por siempre estuvieron a su lado y fueron ellas las encargadas prácticamente las de despertar su vida instintiva y construir el peligroso y enervante estímulo para los sentires de su alma. Manuela era demasiado apasionada, pero esas pasiones, no llegaban al conocimiento de su objetivo tranquilo y gradualmente, sino con cierta brusquedad acompañada de cierto deleite. El encanto ácido de placeres desconocidos, presentidos a través de las conversaciones y los ejemplos de sus dos compañeras de juego, pone en marcha en esta naturaleza una inquietante sed de embriágueses sensibles, que habrá de conducirla tempranamente al amor con atormentada alegría.
El tiempo no se detenía, Manuela se enrumbaba hacia nuevos horizontes desconocidos y a la vez se hacían mucho más débiles los lazos que la unían a sus padres. Estos opacaban sus sentimientos y aquel amor desaparecía así como había llegado, los dos se distanciaban y crecían las diferencias hasta convenir en una separación. Manuela, observaba que uno de los grandes problemas entre ellos y que apresuraba aquella ruptura era el las clases hostiles que mantenían criollos y españoles. Esa difícil situación hizo que Doña María tomara decisiones y buscará a toda costa la defensa de su hija bastarda, hija de su postrer desamor. Era la injusticia social del momento que la obligaba a aquel cambio de condiciones, capaz de modificar todo un estado de sentimientos, de cosas y costumbres dentro de la cual ella se había condenada a la cadena de la oscuridad.
(Continuará…)
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