¿Dulce susto?

Definitivamente, el terror es un excelente producto para uso político (pregúntenle al Sr. Bush), pero también para el consumo comercial. En cine, por ejemplo. Consulten la cartelera de cine, y escojan. Y después, vayan a disfrutar de su película con escalofrío y espanto. Con cotufas y Coca-Cola.

Esto es más o menos lo que está "en juego" en la fiesta de Halloween. Jugar con la muerte y darse la excitación de los maleficios. Cada noche de 31 de octubre vuelan los espíritus, los esqueletos y las brujas. En oposición a las fiestas de Todos los Santos y de los Difuntos (hoy y mañana), provocan la inquietud o la ira de los hombres de Iglesia.

Al utilizar el terror del esqueleto, bajo la forma lúdica de trajes y máscaras, Ha lloween está en trance de invertir el significado de muerte y vida. Para los Celtas de antaño, Halloween era realmente una manera de exorcizar los terrores de la muerte, en el inicio de la larga, fría y sombría noche invernal. Pretendía superar la neurosis del miedo a la muerte. Pero hoy, Halloween transforma la muerte en juego y dulce susto.

¿A quién incriminar? ¿El espíritu mercantil del tiempo? ¿El imperio norteamericano, cuyas producciones "culturales" pocas veces son políticamente gratuitas? ¿El resurgimiento de una sociedad pagana, dispuesta a celebrar ritos arcaicos y crear espiritualidades paralelas con los despojos de una liturgia cristiana totalmente transformada? Bien pareciera que Halloween tiende a colmar la sed humana de símbolos, ritos y liturgias, venidos a menos con el declive progresivo de las referencias religiosas: la tradición o transmisión religiosa ya casi no funciona.

¿Cuántas personas saben algo todavía de la fiesta cristiana de Todos los Santos? La Iglesia va perdiendo progresivamente el monopolio de la iniciativa cultural y festiva, y ya no logra transmitir la interpretación adecuada de sus símbolos religiosos.

Nada nos asegura que sea para bien. Estamos hoy confrontados con otras imágenes de guerras y muertes –muy reales, aquéllas–, y estimulados por los vendedores de muerte indolora. Corremos el peligro de llenar el espacio de lo que fue la memoria religiosa con otros imaginarios mucho más livianos.

Sacerdote de Petare


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Bruno Renaud


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