Mala noticia para quienes se frotan las manos porque el petróleo va cayendo, y calculan que con ello –además de empobrecernos todos, pero eso apenas es un detalle- también verán materializada, por fin, la caída del hombre que les quita el sueño.
La Agencia Internacional de Energía (AIE) acaba de publicar su informe anual de perspectivas, el World Energy Outlook, donde prevé un precio promedio de 100 dólares por barril entre 2008 y 2015. Peor aún –o mejor, depende de quien lo vea-, la AIE estima que ese precio estará "justo por encima de los 200 dólares el barril" para el año 2030.
La agencia no es, ciertamente, un organismo independiente y objetivo.
Sus informes suelen reflejar la óptica e intereses de una de las partes involucradas en el “negocio petrolero”: la de los grandes países consumidores del capitalismo occidental, que le dieron vida en 1974 –al influjo de la crisis petrolera de aquel entonces- bajo el paraguas de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE).
Es, por así decirlo, la contrafigura de la Opep y no por casualidad son sus datos, y no los de ésta última, los que suelen citar como palabra santa nuestros más meritócratas expertos petroleros.
Confesión de parte
Si son, pues, los compradores de nuestro principalísimo producto de exportación –a confesión de parte, relevo de pruebas- quienes están pronosticando un precio de $100 por barril para estos años por venir, cabe esperar entonces que la cotización actual de menos de $60 dólares haya tocado o esté próxima a tocar fondo para rebotar hasta los niveles que los propios clientes están anticipando.
Puede, quién sabe, que en el actual clima de vértigo económico debamos acostumbrarnos a sucesivas caídas y subidas, como una pelota de básquet, de las cuales haya que estimar un promedio anual para mirar la película completa y no sólo los impactantes titulares de primera página.
Claro, uno es un neófito en tales asuntos, donde se supone que funciona la ley de la oferta y la demanda. “Bruto, eso no funciona así”, podrá replicar algún experto, de esos que se las saben todas, menos qué diablos le está pasando al capitalismo global por estos tiempos en que los grandes bancos son nacionalizados, la General Motors está a punto de quiebra y millones de estadounidenses tienen que entregar las casas que –creían- estaban comprando.
Por lo que suelen decir los cables, que siempre vinculan la cotización del barril a algún evento contingente, la sola publicación del informe de la AIE, esta semana, debía tener algún efecto en los mercados petroleros, donde en julio pasado el crudo estableció un récord de $147. Por lo pronto, la reacción fue a la baja, llevándolo más cerca de $50 que de 60$, debido a un ajuste en el pronóstico de demanda para este año económicamente infartado.
Más Opep
Si, a pesar del efecto inmediato, el pronóstico general de la AIE ($100 dólares por barril) es decepcionante para los entusiastas catastrofistas locales, también habrá de serlo la previsión de la agencia acerca de una “escasez de suministro de petróleo” para la próxima década y el aumento del papel de los países de la Opep como proveedores del combustible que mueve al mundo.
Estima la AIE que la Opep –Venezuela incluida, por supuesto- pasará de proveer el 44% de los barriles que se consumen en nuestros días a vender el 51% de los que se consuman en 2030.
Por más que Barack Obama intente honrar su promesa electoral de reducir la dependencia de EEUU frente al petróleo venezolano –cosa más fácil de decir que de cumplir-, éste seguirá siendo un producto escaso y altamente demandado, cuya negociación interesa tanto o –probablemente- más a los compradores que a los propios vendedores. Bajará y subirá, pero el mundo todavía no puede prescindir de él.
La abstención es la clave
Si se cumplen las previsiones de la AIE, el antichavismo tendrá que buscar otro palo en el cual ahorcar su ambición máxima. Los efectos de las fluctuaciones del petróleo no habrán de sentirse en lo inmediato y su impacto dependerá de la racionalización y optimización del gasto.
Más que buscarlo en el mercado petrolero, en el maletín de Antonini o en la mano derecha de Obama -que considera a Chávez “una amenaza manejable” (sic)-, deberá apostarlo todo al fenómeno que ya mostró sus colmillos el 2 de diciembre del 2007: la abstención chavista.
De ella depende el curso de los acontecimientos por venir a partir del próximo 23 de noviembre, día de elecciones regionales y locales.
Salvo algunos estados y municipios, la oposición carece de fuerza propia para vencer por sí sola el liderazgo arrollador de Hugo Chávez , de modo que sólo la desmovilización de una parte de los seguidores del comandante le ofrece la oportunidad de avanzar en el cumplimiento de sus metas.
Abstención favorecida, entre otras cosas, por el perfil de algunos de sus candidatos, en cuyo auxilio el Presidente se echó en hombros la campaña.
Con un triunfo arrollador el 23N, y un escenario petrolero como el que pinta la AIE, habrá Chávez para rato.
Sin lo primero, y aunque se dé lo segundo, nadie puede hacer pronóstico certero.
Habrá que esperar a ver qué tan largas son las colas frente a los centros de votación y cuánta gente permanece en ellas –la multiplicidad de votos augura congestionamiento- para saber quién frota hoy sus manos con fundamento.