Mal pronóstico para las expectativas ilimitadas de la oposición de barrer en los principales corredores electorales del país. La revolución bolivariana comienza a salir de la derrota del 2-D, en medio de las turbulencias internas de la fracasada “alianza patriótica” (primer frente de guerra política del Imperio: error táctico producto de la pequeña política, del partidismo y el sectarismo) y de un auténtico cuadro de operaciones de guerra propagandística y psicológica para proyectar mensajes divisivos y desmoralizadores, en función de dislocar la conexión entre Chávez y sus bases sociales de apoyo en el seno del campo nacional-popular bolivariano (segundo frente de guerra política del Imperio). El plan de impacto mediático de la oposición proyectará en días venideros una extraordinaria conquista electoral al ganar Zulia, Táchira, Carabobo, Miranda, Nueva Esparta y el Distrito Capital, sobre todo hará gala de optimismo moralizante en el Distrito Capital y Miranda (Volvemos a la época de Mendoza y Peña). Sin embargo, los números no mienten. La revolución bolivariana se recupera sensiblemente del revés electoral del 2-D, y se anuncia un nuevo cuadro de relaciones de fuerzas y una situación de poder compartido entre Gobierno y Oposición, que seguirá o los caminos de la agonística democrática, o el prólogo de la confrontación violenta y divisionista del país. Era previsible desde todo punto de vista este resultado y ya veremos por qué. No se trata de profecías, sino de una apreciación realista de las tendencias electorales. El cuadro de derrota política con alta abstención de la revolución ha sido superado, y la figura de Chávez emerge con un liderazgo que se potencia y re-legitima (con sus lunares, por cierto). La abstención histórica en estos comicios regionales ha sido derrotada, en medio de un cuadro de polarización. Se ha superado la situación de empate catastrófico con alta abstención que apareció en escena en el 2-D, y la revolución bolivariana controla 17 estados del país, en algunos casos con márgenes impresionantes, como Monagas y Lara. Más importante aún, se ha derrotado parcialmente la estrategia divisionista contra la unidad de las bases sociales de apoyo de la revolución bolivariana, con excepción de aquellos estados donde se concentró un verdadero de poder de fuego mediático de la oposición, apareció el malestar ante las malas gestiones regional-locales, combinado con divisiones internas en el campo bolivariano. Hay que destacar que la estrategia opositora acertó al engatusar a algunos segmentos de la dirigencias de factores políticos que acompañaron el proceso bolivariano como Podemos (que perdió todos sus espacios de poder), hoy subsumido a las instrucciones de la derecha opositora, como el PPT (que sufrió una derrota electoral generalizada) y el PCV (que aún se encuentra extraviado en su línea política-electoral). El PPT y el PCV intentaron presionar a Chávez en momentos donde la gran política exigía liquidar a la pequeña política (Gramsci). Queda claro que hubo recuperación en uno de los ejes de la revolución bolivariana: la unidad y sintonía de Chávez con el movimiento nacional-popular, pero se fracasó en la construcción del bloque político partidista, con una honda repercusión en el interior del cuadro de mando y dirección del PSUV. El verdadero impacto del revés electoral en Miranda y el Distrito Capital es el “purgatorio” de la Dirección Transitoria del PSUV. Allí se explican muchos de los errores, en contraste con las bases bolivarianas en el resto del país, que no le pasaron factura a figuras claves de de la Dirección del PSUV. También Chávez tiene su cuota de responsabilidad en esta situación, y debe mirar con atención los movimientos en el rompecabezas más complicado, que es “interno” en el PSUV y en el bloque político partidista de la revolución bolivariana. Había que analizar las diferencias entre la elección de Chávez en 2006, el referendo 2007 y las proyecciones para las elecciones del 23-N en estados claves, dada la importancia del factor poblacional para definir las futuras elecciones de la AN, un eventual referendo revocatorio o una posible enmienda para la reelección. Las elecciones del 23 de noviembre eran las más importantes elecciones venezolanas de los últimos años, ya que podían o amplificar la trayectoria de derrota del 2-D (que no ocurrió), o dirigir la trayectoria electoral hacia la recuperación de cara a los resultados electorales del 2006 (que si ocurrió). El análisis de tendencias es implacable: Chávez no perdió lo que la oposición deseaba, pero la Oposición ganó espacios emblemáticos. Y utilizara estos emblemas para re-moralizar a un electorado que volvió a quedarse en neutro con relación al 2006. La oposición parece tener un techo de vuelo. De allí no pasa. Todo depende de lo que pasa adentro, puertas adentro de la revolución bolivariana. En las elecciones del 2006, la correlación de fuerzas electorales fue favorable a Chávez 62,84 % contra 36,9 %. El 2-D, el resultado fue de acuerdo a datos provisionales 49,3 contra 50,7%. Si en el 23-N se perdían tantos estados y municipios como en la consulta del 2D, parecía probable un referendo revocatorio en 2009 y la pérdida de la mayoría en la AN. Mientras en el 2-D, la oposición ganó en Caracas (todas las alcaldías), Zulia, Nueva Esparta, Táchira, Miranda, Anzoátegui, Mérida, Carabobo y Lara, hay diferencias contrastantes con el 23-N. En las proyecciones de las encuestas, de este cuadro de derrota salían de la ilusión opositora Lara, Anzoátegui y Mérida. Pero desde el punto de vista de la campaña mediática opositora “estaban perdidas” Guárico, Bolívar, Sucre y Barinas. Se hablaba de candidatura disidente en Portuguesa. Con toda seguridad se perdían Nueva Esparta y Carabobo (donde hubo una sensible recuperación del voto bolivariano, contrastando con Miranda), con alta probabilidad: Zulia, Miranda, Táchira y la mayoría de las alcaldías del Distrito Capital. Como vemos, las ilusiones ilimitadas de la oposición incluían no solo los cinco estados que efectivamente se perdieron, sino además: Guárico, Barinas, Bolívar, Sucre, Portuguesa y Mérida. Su estrategia fue aprovechar-estimular las divisiones y el malestar interno del Chavismo, y promover la unidad opositora (acuerdo 23-E). Se trataba de una regla trivial de la política. Y como vemos, trataron de aprovechar las fisuras abiertas en el 2-D, analizando las debilidades de la revolución en el propio escenario electoral del 2006, donde Chávez ganó con proporciones contrastantes. Allí esta la clave. La oposición se trazó la meta de derrotar a Chávez simultáneamente en Zulia, Miranda, Bolívar, Guárico y Táchira, además de Carabobo, Sucre, Barinas y Nueva Esparta. Pero Chávez logró trazar una estrategia polarizante, salvando Bolívar, Guárico, Barinas y Sucre, pero perdió Miranda y Táchira. No logró voltear la tortilla en Zulia, Carabobo y Nueva Esparta, que ya estaban en manos de la oposición (de la vieja y de la nueva). Desde nuestro punto de vista, se logro un escenario de “recuperación significativa”, obteniendo una diferencia de conjunto a favor de la revolución bolivariana de 10 % del voto nacional, no se conquistó una “victoria abrumadora” (15 %), y se evitó ampliamente el escenario del “equilibrio catastrófico de poder” (5 % arriba o abajo). No hay derrota catastrófica no victoria abrumadora, hay una campanada de alerta en medio de una recuperación significativa (5 millones 600 mil votos aproximadamente frente a la meta alcanzada en el 2006 de 7.309.080). La revolución bolivariana requiere de una recomposición interna que motorice una revolución democrática dentro de la revolución bolivariana (hacer las 3R de verdad). El Socialismo no avanza solo con Chávez, avanza con gestiones eficaces, con calidad revolucionaria, con un auténtico bloque político democrático y revolucionario, y sobre todo democratizando al PSUV (liquidando el sectarismo y el burocratismo), donde el verticalismo y las camarillas de poder han sido derrotadas de nuevo. Revolución Democrática, Revolución Nacional y Revolución Socialista no son etapas del proceso constituyente, son un mismo proceso. Esa es la diferencia entre el viejo y el nuevo socialismo. Hay que reconocer la vitalidad de la revolución bolivariana y la consolidación de la democracia participativa, el papel protagónico del pueblo a la hora de las grandes decisiones ha reaparecido. La multitud bolivariana sigue siendo la garantía de la victoria y de la consolidación de la revolución nacional-popular rumbo al nuevo socialismo. No se trata de simple maquinaria política, se trata de un efecto de articulación entre Chávez, las bases bolivarianas y la construcción de un bloque político bajo una consigna: Con Chávez, un solo Gobierno, todo el poder para el Pueblo. Sin democracia socialista no hay revolución en la revolución.