La primera y más trascendente tarea de Chávez es la consolidación del frente antiimperialista internacional, y esa responsabilidad apenas comienza a cumplirse. Chávez tiene un liderazgo entre los jefes políticos de las naciones hermanas que más nadie podría reunir en un corto plazo. Iniciativas como el ALBA o Unasur requieren un impulso viril que desmarque nuestros intereses de la hegemonía estadounidense en el continente y el mundo. Pero también en la OPEP es necesario ese talante combativo que caracteriza a nuestro líder, hoy más que nunca cuando las voces de los que le habían cavado la tumba vuelven agoreras a sentenciar el resquebrajamiento del cartel de los productores petroleros.
El magnífico tejido de relaciones bilaterales con China, Rusia, Irán, India, así como la red de multilaterales donde Venezuela ostenta posiciones de vanguardia, contribuyen al establecimiento de un mundo de mayores equilibrios geopolíticos que sólo podrá consolidarse y comenzar a dar frutos en materia de paz y respeto a la autodeterminación de los pueblos en la medida que la voluntad política de estos factores de poder se contrapongan a la pretensión imperial de los Estados Unidos y sus cada vez más escasos aliados.
Nadie puede negar el trabajo realizado por Chávez en este sentido.
La segunda tarea pendiente es la siembra definitiva del socialismo como modelo de vida. Aunque reconocemos la dificultad de que las relaciones capitalistas sean las dominantes a escala planetaria, nuestro papel revolucionario es el de comenzar a generar los gérmenes de la nueva sociedad. El socialismo es, en nuestro país, apenas una idea vaga que el común relaciona con solidaridad o amor al prójimo. Concepción cristiana muy acendrada en el alma nacional que debe convertirse en doctrina política y sistema económico aún no definidos pero que sabemos necesarios para sortear las amargas contradicciones del capitalismo decadente y depredador. En ese campo, Chávez ha hecho muchísimo; nada más poner a hablar de socialismo al conglomerado que lo sigue, ya es un aporte inmensurable a la lucha por la emancipación de las mayorías trabajadoras. Pero falta un mundo por construir.
La tercera de estas sencillitas tareas es la de fundar un nuevo Estado que realmente obedezca a los intereses de las mayorías trabajadoras, acabando con este disfraz o armadura oxidada que es el aparato burocrático corrupto que aún nos calamos, comenzando por desmantelar la podredumbre del Poder Judicial y los cuerpos de seguridad, estableciendo la ética socialista como patrón conductual del funcionariado público. El denominado “poder popular” debe dejar de ser una consigna demagógica para pasar a realidad política cotidiana. El tiempo de la fanfarronería se agotó, el pueblo trabajador debe gobernar.
Consolidar y mejorar lo logrado en materia social, en salud y educación, suena como a carpintería dentro de esta agenda política pendiente, pero no son cosa desdeñable. Es parte de la movilización a que estamos llamados en forma permanente.
Para mi está claro desde hace tiempo. Chávez debe permanecer al frente de la nave bolivariana porque así lo requiere el tiempo histórico que nos ha tocado en buena hora. No vengan con la manipulación del Discurso de Angostura sobre la permanencia en el poder de un solo hombre. Se trata de estar, no en el poder echado en tersas poltronas rumiando exquisiteces y ensanchando panzas; se trata de estar al frente de un pueblo alzado contra siglos de colonialismo, explotación e imperialismo. Porque Chávez no es sólo un gobernante, Chávez es el jefe político militar de la segunda y definitiva independencia. Es nuestro cacique del siglo XXI.
La enmienda va. Con más razón hay que redoblar su custodia.