Han pasado ya más de una semana desde las elecciones regionales venezolanas del 23 de noviembre: los datos han sido publicados, las principales fuerzas políticas han hecho sus valoraciones, los nuevos gobernadores y alcaldes han asumido ya sus cargos… es hora de realizar un balance más completo de la nueva situación política que se abre en el país tras las elecciones y de las tendencias de fondo que en ellas se han manifestado.
Con los datos en la mano no cabe la menor duda de que el PSUV ha alcanzado una victoria formal en estas elecciones. Sus candidatos han cosechado más de cinco millones y medio de votos, lo que representa una ventaja de alrededor de un millón doscientos mil votos y casi veinte puntos porcentuales respecto a las candidaturas de la oposición en su conjunto1. Sin embargo, en la medida en que la oposición ha recuperado importantes espacios tanto a nivel de gobernaciones como de alcaldías respecto a las elecciones regionales de 2004 no cabe hablar desde un punto de vista político amplio sino de una derrota parcial de la revolución en estos comicios.
Resulta complicado comparar los resultados electorales del 23-N con los de anteriores citas electorales, pues las regionales de octubre de 2004 se celebraban bajo la influencia de la victoria arrolladora del chavismo en el referéndum revocatorio de agosto lo que propicio el abstencionismo de una parte importante de la base social opositora. Por otro lado, en las presidenciales de 2006 y en el referéndum constitucional de 2007 se convocaba a los electores con objetivos y en coyunturas bien diferentes de las actuales. No obstante hay que señalar que la participación de un 65% del electorado el 23-N, cifra record para unas elecciones no-presidenciales en Venezuela, representa un avance muy importante en la movilización electoral de todas las capas de la población venezolana y en este sentido, un paso adelante en el proceso de politización y polarización en el país.
¿Qué se ha ganado y que se ha perdido en estas elecciones?
El 23 de noviembre arrojo los resultados de 17 gobernaciones en manos del PSUV, frente a sólo 5 gobernaciones en manos de la oposición derechista. Ahora bien, estos cinco estados controlados por la oposición agrupan alrededor del 40% de la población electoral venezolana. Veamos que ha pasado en cada una de ellos:
El pequeño estado de Nueva Esparta es un enclave turístico situado al oriente del país (Isla Margarita), tradicional feudo oposicionista que la derecha ha sido capaz de mantener el 23-N por amplio margen. Hasta aquí nada sorprendente.
En el occidente, la derecha no sólo mantiene Zulia, el más poblado de los estados y uno de los más importantes centros petroleros del país, sino que arrebata al chavismo el estado de Táchira. Está es una región muy sensible en caso de un hipotético conflicto armado con Colombia y donde ya se han producido varias incursiones de paramilitares.
En el centro del país el chavismo perdió el estado industrial de Carabobo y también en la populosa Miranda. Aquí el PSUV perdió debido fundamentalmente a la mala gestión y a la dejadez del gobernador Diosdado Cabello, personaje político identificado con la llamada “derecha endógena” pero que goza de la plena confianza de Chávez. Miranda integra a la mayoría de los municipios del gran Caracas, centro político del país, y sería una plataforma privilegiada para iniciar la desestabilización en caso de que la oposición decidiera retomar la senda golpista.
Por otro lado, el PSUV dice haber recuperado las gobernaciones de Aragua, Guarico, Sucre y Trujillo que habrían caído en manos de distintos “disidentes” (Podemos y gobernadores oficialistas enfrentados a la dirección nacional del PSUV) a lo largo de la anterior legislatura. Escaso consuelo pues todos estos estados fueron ganados en 2004 con votos 100% chavistas y como tal es natural que el PSUV las haya mantenido en 2008.
Un fenómeno peculiar de estas elecciones es la aparición de la llamada “disidencia” amalgama de partidos de izquierdas que como el PCV y el PPT han presentado en algunas circunscripciones candidatos alternativos a los del PSUV y de sectores escindidos del PSUV a nivel regional que ha logrado cerca de 500.000 votos en las elecciones a gobernadores2. Pese a agrupar cerca del 8% del total de sufragios, esta “disidencia” no ha tenido mayor efecto en el cambio de gobernaciones, salvo quizás en Carabobo donde el 6,56% de votos cosechados por el ex-gobernador “disidente” Acosta Carlez hubiese podido dar la victoria a Mario Silva de haberse integrado esté a la candidatura oficial del PSUV. Una política de alianzas más incluyente hacia el resto de fuerzas de la izquierda por parte del PSUV, unida a una elección genuinamente democrática y abierta a las bases de los candidatos podría haber evitado el surgimiento de esta “disidencia”. En todo caso, lo que separa a los “disidentes” de la dirección del PSUV son sobretodo cuestiones de aparato antes que ideológicas, y por ello es probable que la mayoría de estos votos se reintegren al chavismo en las próximas elecciones de ámbito nacional.
Para quienes crean que los malos resultados de la “disidencia” el 23-N significan un paso adelante en la depuración interna del movimiento revolucionario llamo la atención sobre la situación en el estado de Lara. Aquí el 23-N Henry Falcón del PSUV se alzo con la gobernación con más del 73% de los sufragios, el porcentaje más alto de un gobernador en toda Venezuela. Pero hace apenas un año, en el referéndum de la reforma constitucional de 2007, en el estado de Lara el “No” (supuestamente defendido por la oposición al presidente Chávez) logro el triunfo con un 51,02% de los votos. Lo realmente sospechoso es que de los casi 300.000 mil votos logrados por el “No” en 2007, la oposición mantuvo menos de 150.000 en las elecciones regionales del 23-N, más o menos la misma cantidad que gano la candidatura del PSUV respecto a los resultados del “Sí” en 2007. Esta transferencia de voto es de tanta magnitud que de haber conseguido el “Sí”, el mismo porcentaje de votos en Lara que el candidato a gobernador del PSUV el 23-N, la reforma constitucional habría sido aprobada a nivel nacional. Fenómenos similares pueden detectarse en otros lugares de Venezuela, como el distrito capital, pero a una escala mucho menor que en el estado de Lara, donde parece que hay indicios bastante serios de que al menos una parte de la oligarquía local se expresa políticamente a través del PSUV. Por desgracia, aun queda mucha más “derecha endógena” dentro del PSUV que fuera de él.
En lo que se refiere a las alcaldías, el panorama es bastante similar al de las gobernaciones. A nivel general el PSUV gano varias decenas de alcaldías, llegando a conquistar 263 plazas de las 326 en disputa (más del 80% del total). Entre ellas se encuentra la importante ciudad de Valencia, capital del estado de Carabobo, pero esta es una victoria muy endeble pues las diversas listas opositoras de la ciudad suman de largo más del 50% de los votos3.
Por el contrario, la oposición fue capaz de arrebatar alcaldías claves a la revolución. Tal fue el caso de Maracaibo, capital del estado de Zulia y la segunda ciudad más grande del país. Con todo, lo más grave es lo ocurrido en el municipio de Sucre, el segundo más grande del gran Caracas, donde una muy mala gestión municipal durante ocho años por parte del alcalde bolivariano, propicio la victoria opositora. La derrota en Sucre, unida a la victoria por escaso margen del PSUV en Libertador, posibilitó la victoria del ultraderechista Ledezma en la alcaldía mayor de Caracas.
Abstención y “ruralización” del voto en el campo chavista.
Mucho se ha hablado del efecto de la abstención de las clases populares en los resultados electorales del 23-N. Ciertamente se han dado casos de esta naturaleza, sobre todo en el gran Caracas, como por ejemplo en la populosa parroquia de Petare en el municipio Sucre donde la movilización de los sectores de clase media (de tendencia opositora) fue mucho más intensa que en los sectores populares (partidarios de la revolución). Sin embargo, a nivel general es necesario señalar que la participación subió prácticamente en todos los estados y municipios respecto a las regionales de 2004, hasta alcanzar el nivel record del 65%. Y aunque es probable que la movilización electoral de la clase media haya sido en general más fuerte que la de los sectores populares y eso haya jugado a favor de las candidaturas opositoras, lo cierto es que la participación electoral de todas las clases sociales ha aumentado sensiblemente y la abstención de la base chavista no ha jugado ni de lejos el papel determinante que tuvo en la derrota del referéndum constitucional de 2007.
De hecho tomando los datos en bruto el chavismo “gana” cerca de un 1.200.000 votos en estas elecciones respecto a 2007, mientras que la oposición “pierde” algo más de 150.0004. Pero como hemos visto anteriormente al hablar de la “disidencia” y de las transferencias de votos en estados como Lara, carece de sentido comparar los resultados de las diversas citas electorales en Venezuela desde 2006 según la simple formula de votos por el PSUV = votos por el socialismo y votos por la oposición = votos por el capitalismo.
Lo que si procede es preguntarnos el porque existen sectores populares que no defienden a las candidaturas “revolucionarias” con el ímpetu que cabría esperar de ellos. ¿Estamos ante las primeras manifestaciones de un cansancio y apatía generalizadas entre las bases revolucionarias que reflejan una insatisfacción creciente ante los lentos avances del proceso bolivariano?
A día de hoy, esta no es todavía la realidad dominante. No será aquí donde se sugiera que hay que aminorar el ritmo de las transformaciones socialistas en Venezuela, más bien todo lo contrario; pero lo cierto es que las gestiones de Alcaldes y Gobernadores del PSUV como Barreto (alcalde mayor de Caracas), Bernal (Libertador), Diaz Rangel (Sucre) o Diosdado Cabello (estado de Miranda) fueron castigados electoralmente no por haber frenado la socialización de la economía si no por su incapacidad para resolver problemas mucho más mundanos como la inseguridad, la recogida de basura, el caos vial… y en general su fracaso manifiesto a la hora de hacer de sus ciudades y regiones lugares más habitables; unido a su gestión burocratizada y en general hostil a los sectores populares y las bases revolucionarias.
En todo caso, los sectores abstencionistas no representan a la vanguardia sino a los menos conscientes dentro del movimiento. Para conocer el sentir generalizado entre las bases del PSUV y el resto de activistas revolucionarios, basta con ver lo ocurrido en Miranda. Aquí fue suficiente el rumor de que el nuevo gobernador opositor, Capriles Randonski, estaba atacando a los médicos cubanos para que se desatase una reacción explosiva entre el pueblo revolucionario. Antes incluso de que pudiese tomar formalmente posesión del cargo ya se había convocado en Guaicaipuro (capital del estado de Miranda) una masiva manifestación para defender las misiones (es decir, esencialmente en defensa del derecho a una educación y una sanidad pública gratuitas conquistado gracias a la revolución). Este es un reflejo de la verdadera correlación de fuerzas a nivel de la calle, incluso en aquellos estados donde la oposición se ha impuesto electoralmente el 23-N.
Por desgracia en estas elecciones no sólo han sido castigadas las gestiones burocráticas y antipopulares de la “derecha endógena” bolivariana. También candidatos como Mario Silva en Carabobo, Jesse Chacón en Sucre o Aristóbulo Isturiz en la alcaldía mayor de Caracas han sido derrotados. Todos ellos eran populares entre las bases psuvistas y contaban con el respaldo personal del presidente Chávez, pero no habían contado con el tiempo necesario para construirse una base estable en las regiones donde se presentaban. Si en el futuro el PSUV es capaz de democratizar plenamente sus estructuras y permite que los liderazgos locales y regionales emerjan directamente desde las bases, esta será la mejor garantía no sólo de que se recuperen los espacios perdidos el 23-N sino de que en las alcaldías y gobernaciones se aplique una política verdaderamente revolucionaria5.
Una tendencia subyacente en estas elecciones es lo que a falta de mejor nombre denominaremos “ruralización” del voto chavista. Cuanto mayor es la concentración de población y por ende la urbanización de una circunscripción electoral peores tienden a ser los resultados de los candidatos del PSUV y mejores los de la oposición. Esta parece una tendencia bastante consistente, por ejemplo en Miranda a pesar de haber perdido la gobernación, el PSUV ha logrado mantener 15 de los 21 municipios del estado, aunque estos no son, naturalmente, los de mayor densidad de población. Incluso en la capital estadal, Guaicaipuro, la derecha fue capaz lograr ventaja en las parroquias urbanas y fue sólo gracias al mayor apoyo en las parroquias foráneas/rurales que el PSUV pudo mantener la alcaldía.
Es difícil encontrar una explicación a este fenómeno, sin entrar a un análisis detallado región por región, pero es probable que en las zonas de menor densidad de población la derecha carezca de la base social y organizativa necesaria (especialmente en lo que respecta a las capas medias enriquecidas). Otro factor a tener en cuenta es quizás el movimiento campesino venezolano, mucho más fuerte, combativo y afín a Chávez que el movimiento obrero urbano; inmerso desde hace varios años en una etapa de fuertes divisiones internas.
De hecho en los 11 estados más poblados, con la excepción de Lara, la oposición no baja en ningún caso del 40% de votos, mientras que en los 11 estados con menor población, con la excepción de Nueva Esparta, la derecha nunca logra superar la barrera del 40%. Esta es una tendencia preocupante porque parece indicar que allí donde la oposición ha podido dar una batalla seria sus resultados no han sido malos.
Lo que la oposición parece haber aprendido en el terreno electoral.
Existe una máxima militar que refleja muy bien la actual situación de la lucha de clases en Venezuela: “No combatas contra el mismo enemigo durante demasiado tiempo, porque terminara adaptándose a tus tácticas”.
La revolución bolivariana ha logrado multitud de victorias en sus 10 años de existencia, pero debido a la falta de definición política de su dirección se ha perdido la oportunidad de asestar golpes decisivos a la reacción. Durante mucho tiempo, la oposición intento desalojar a Chávez mediante un ataque directo recurriendo al golpe de estado y el sabotaje a gran escala. Esta estrategia de confrontación extrema requirió en cierto momento la táctica de la auto-exclusión electoral. No obstante, a raíz de la reelección de Chávez en 2006, la derecha cambio de táctica sin renunciar, obviamente, a su objetivo estratégico de poner fin a la revolución. Vimos los primeros indicios de ello el año pasado con el referéndum constitucional y los resultados del 23-N no hacen sino confirmar este cambio de orientación.
La oposición de derechas ha decidido dar la batalla a fondo en el terreno electoral, precisamente el terreno donde la dirección del proceso se creía más fuerte. En estas elecciones la base social opositora no recibió la estéril consigna de “¡Fraude”! sino el mensaje optimista de que “Sí, se puede” echar a Chávez en las urnas.
Durante meses, mientras Chávez acaparaba toda la atención realizando una intensa campaña a favor de los candidatos del PSUV, la oposición realizaba un trabajo discreto y metódico: infiltrándose en el CNE, corrompiendo a los consejos comunales, realizando trabajo social en los barrios pobres del gran Caracas, organizando eficazmente a sus seguidores6…
¿Deben las fuerzas bolivarianas seguir dando la batalla principalmente en un terreno como el de las elecciones democrático-burguesas que objetivamente beneficia a sus adversarios oligárquicos?
Los limites de la “Vía electoral” al socialismo:
Durante nueve años el movimiento bolivariano fue acumulando victoria electoral tras victoria electoral; el referéndum de diciembre de 2007 marco un punto de inflexión y los resultados del 23-N confirman que de ahora en adelante las victorias sobre la oposición van a ser mucho más duras que en el pasado. Por decirlo de un modo más explicito aun; pariendo del status quo actual y si nos circunscribimos al terreno electoral la reacción sólo tiene que ganar y la revolución sólo tiene que perder.
Quienes piensen que la oposición va a volver inmediatamente a la senda golpista de 2002-03 se equivoca, aun no es suficientemente fuerte y de hacerlo sólo jugaría a favor de las fuerzas revolucionarías. Se ha abierto el camino a la contrarrevolución por vía democrática, como decía un periodista opositor “el camino más largo ha demostrado ser el más seguro”.
Esto no significa, obviamente, que la oposición vaya a abandonar de la noche a la mañana su perfil ultraderechista o el recurso a la política paramilitar y a las provocaciones fascistas. Significa sólo que estos métodos de choque pasan a segundo plano y lo que se impone es la erosión “democrática” del gobierno revolucionario; ayudado, claro está, por la ineficiencia y la corrupción de la burocracia bolivariana en el poder.
Por desgracia la dirección del PSUV ha caído hasta el fondo en la trampa de la democracia burguesa: si en el futuro la oposición aumenta su capacidad de manipulación del proceso electoral, incluyendo al Consejo Nacional Electoral (CNE), el gobierno revolucionario tendría muy difícil desmontar el fraude pues el CNE es a la vista de todos su criatura7.
¿Significa esto que el movimiento bolivariano debe tomar a partir de ahora la táctica suicida del boicot electoral? Eso sería sencillamente ridículo. No obstante, de cara al futuro, las victorias electorales deberían ser la consecuencia, antes que la causa, de victorias en terrenos más importantes de la lucha de clases.
Y aquí el papel protagonista no corresponde ni al presidente Chávez, ni a la dirección nacional del PSUV, ni a los gobernadores y alcaldes bolivarianos sino a la hasta ahora gran ausente de la revolución bolivariana… el movimiento obrero organizado. Para apuntalar a la revolución bolivariana la clase obrera venezolana debe levantarse sobre sus dos pies, actuar con independencia de clase en los terrenos sindical y político.
Esto significa en primer lugar combatir los efectos de la crisis económica que esta por venir, generalizando el control obrero tanto en instituciones privadas como públicas. Demandar además al gobierno revolucionario pasos adelantes en la socialización de la economía, lo que implica pasar de las medidas de nacionalización parcial actuales a la planificación democrática de la economía por parte de los trabajadores, implementando medidas como el monopolio estatal del comercio exterior capaces de blindar a Venezuela de la crisis financiera internacional. Por otro lado, la clase obrera debe tomar el control de los consejos comunales, limitar en ellos la influencia creciente de la burguesía e iniciar la creación de las comunas socialistas, como un primer paso en la construcción de un nuevo estado obrero revolucionario. Finalmente, sólo la intervención consciente y organizada de los trabajadores podrá purgar definitivamente el PSUV de la perniciosa influencia de los elementos burocráticos y reformistas.
Lo que esta por venir:
¿Cómo ha reaccionado la dirección del PSUV ante los contradictorios resultados electorales del 23 de noviembre?: en primer lugar lanzando un mensaje triunfalista basándose en el elevado número de gobernaciones, alcaldes y votos conseguidos, para tratar de minimizar cualquier sensación de derrota que hubiera entre sus seguidores; en segundo lugar transfiriendo gran parte de los recursos en manos de las gobernaciones opositoras a las instituciones nacionales o locales todavía en manos del PSUV, al tiempo que se integran al consejo de ministros (con voz y voto) toda una serie de alcaldes y gobernadores psuvistas como el de Vargas, Guaicaipuro o Libertador en un claro mensaje de Chávez de que esta vez no se va a dejar de lado a la región central. Por último, el presidente “autorizo al pueblo” a que presente con carácter inmediato una enmienda constitucional que permita su reelección continua.
Esto significa que de aquí a finales de febrero (fecha probable del referéndum) toda la dinámica política venezolana queda supeditada, una vez más, al dilema “Con Chávez o contra Chávez”. Seguramente haya tareas más urgentes en la agenda de la revolución bolivariana, habida cuenta de que el mandato de Chávez no expira hasta 2012. Pero lo cierto es que el conjunto del movimiento bolivariano siente que la reelección presidencial es una cuestión que debe ser resuelta antes de pasar a otros asuntos.
El presidente Chávez es aun enormemente popular entre el pueblo venezolano y no debería tener mayores problemas para ver aprobar una enmienda tan sencilla como la que se plantea para su reelección. Sin embargo, dos interrogantes están encima de la mesa: ¿logrará la oposición romper la barrera de los 4,5 millones de votos en que se ha instalado en los últimos dos años? y ¿realizarán en la practica todos los aliados de Chávez, dentro y fuera del PSUV, campaña por el “Sí” en el referéndum de febrero?
Independientemente del resultado de este nuevo referéndum constitucional, que significará no obstante o un jarro de agua fría o un fuerte respaldo moral para el movimiento bolivariano, el destino del proceso revolucionario en Venezuela debe lucharse en las dos esferas clásicas de la lucha de clases: la producción y la calle.