Dos strikes por el centro del plato lanzados con zapatos

La verdad es que éste que está aquí no deja de gozar de sus asombros.

Y debo agradecerle, una vez más a la vida, por cierto, que haya permitídome, en mi vejez, vivir durante una revolución mundial que naciera en Cuba, con la dignidad y voluntad de acero de Fidel y del pueblo cubano, que continuara con la dignidad manifiesta de Daniel y del pueblo nicaragüense, luego, con la lucidez, tenacidad y dignidad de Chávez y del guerrero pueblo venezolano, que continuara con la sabiduría indígena y dignidad de Evo y del pueblo boliviano, luego con el arrojo juvenil y dignidad de Correa y del pueblo ecuatoriano, y, últimamente, con la dignidad camilotorrérica de Fernando Lugo y del pueblo paraguayo, y que, aspiro antes de morirme, que termine siendo de todo el pueblo suramericano, y, más allá, de todo el pueblo indoamericano y caribeño.

¿Cómo carajo entonces puede uno aburrirse en esta vida -que resulta tan tronco- y que fluye con la emoción que lo hace el Caroní para darnos tanta energía?
Pero también, ¿quién hubiera podido pensar, que, en el mundo árabe, coño, haya podido existir, en estado de latencia pura, tanto potencial para un tan cipote, inédito y excelente pitcheo?

Yo vi que ambos se estrellaron en la mera zona de strike -que se delimitaba con la cara de susto que tenía el esperpento ese como plato- como dos lanzamientos impecables, bajo condiciones, incluso, muy adversas. Primero, que en vez de bolas eran zapatos que son muy difíciles de ‘agarrar por las costuras’, sobre todo para lanzar dos [tan seguidas y semejantes] rectas de humo, y, segundo, que tenía mucho más que las bases llenas (de espalderos) y que, si no hubiera sido por los reflejos que aún le quedan no obstante el severo deterioro cerebral, le hubieran estallado en la nariz como lo hacían, otrora, los rectazos del Carrao Bracho en la retumbante mascota de Guillermo Vento, con el subsiguiente pujido delirante del umpire Roberto Olivo, en el Universitario.

Y Maliki, por su parte, se quedaría con los ojos claros y sin vista ante ambos lanzamientos, que hubiera gustado batearle a ese seguro Cy Young, para evitarle, a su desastroso protector, tan terribles impactos en el vómer.

Pero con este tan histórico medio ining, cuyo partido se suspendiera por lluvia (de golpes sobre el lanzador), también pudiera quedar modificado el aforismo que ahora rezaría: el que a hierro mata, pudiera eventualmente morir a zapatazos…

Y, como radiodifundía Buck Canel en las series mundiales de béisbol: ¡No se vayan, ‘questo’ se pone bueno!


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Raúl Betancourt López


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