problemas de derecho, sino de poder; la verdadera Constitución de un país
sólo reside en los factores reales y decisivos de poder que en ese país rigen;
y las Constituciones escritas no tienen valor ni son duraderas
más que cuando dan expresión fiel a los factores de poder
imperantes en la realidad social ...
Ferdinand Lassalle
Introducción
El quince de diciembre pasado se cumplieron nueve años de la aprobación popular de la nueva Constitución de la República Bolivariana de Venezuela. Hecho único en nuestra historia que colocó a Venezuela en la vanguardia de la democracia mundial. Dimos un salto cualitativo en materia de derechos, al darle rango constitucional a la protección ambiental, a los derechos de los Pueblos Indígenas, de la mujer, de las niñas y niños, de los discapacitados, ancianos, en fin, a los Derechos Humanos como paradigma de una nueva humanidad.
Durante cinco meses todo el país tuvo la oportunidad de expresarse y ser escuchado en un hermoso ejercicio de democracia participativa, de diálogo nacional abierto, que marcó profundamente el devenir y la conciencia de todos los venezolanos. El resultado no podía ser otro. Hoy, nuestra Carta Magna es defendida, incluso, por aquellos que no la apoyaron por razones políticas.
Cinco sólidos pilares constituyen la base del país fundado por La Bolivariana: Democracia Participativa, Estado Federal Descentralizado, Ética de lo Público, Economía Productiva Diversificada y Justicia Social. Ese modelo de sociedad es políticamente incuestionable y, en términos morales, sencillamente nítido.
No puede existir participación cuando la toma de decisiones queda a mil kilómetros de distancia y se hace a puertas cerradas. La Bolivariana ordena acercar el poder a la gente para que ella decida. El Estado Federal Descentralizado es el agua para el pez de la Democracia Participativa. Romper el cerco de la corrupción fue la motivación original que provocó esta Revolución. Rendirse ante este monstruo es traicionar medularmente el Proyecto y es plagar la Patria del peor veneno para su destrucción. Desarrollar una economía diversificada con acento en nuestras potencialidades y capacidad productiva es menester para ser realmente soberanos. Tener justicia social es la meta por la que luchamos y vivimos. Es el mandato bolivariano de lograr la mayor suma de felicidad para el pueblo. Y es lo que manda la constitución de 1999. La Bolivariana, como ha sido bautizada por el decir popular.. La utopía del hombre nuevo, de la sociedad solidaria, del desarrollo de las fuerzas creativas del ser humano, se entrelazan en una visión genuinamente revolucionaria que apunta a derogar los flagelos que merman las energías transformadoras de los pueblos. El camino para alcanzar estos objetivos trascendentales son la educación y el trabajo.
Por eso defendemos nuestra Constitución y el proceso por el cual nuestro pueblo se ha dado esta magnífica herramienta democrática. Los tiempos tormentosos que hemos vivido no son sino la consecuencia lógica de la instauración de un nuevo régimen, donde el Pueblo juega papel protagónico.
Días de Ruptura
El 27 de febrero de 1989 algo se rompió en el sistema político venezolano. Recién se había coronado para su segundo mandato el carismático líder del partido Acción Democrática, Carlos Andrés Pérez, el mismo que entre 1974 y 1979 dispuso del torrente presupuestario que significó el repunte internacional del mercado petrolero. Pero la ilusión de la abundancia que le llevó a ganar las elecciones de diciembre de 1988, era ya un verdadero espejismo.
Venezuela estaba hundida en la crisis de la deuda externa, el déficit crónico y la recesión. Pérez y su gabinete optan –tan creativos ellos- por la aplicación de las fórmulas fondomonetaristas. El paquete de medidas anunciadas aquel día 27, que implicaban el alza de todos los servicios básicos, combustibles y alimentos, provocó una sorprendente respuesta popular por nadie esperada. Las calles de Caracas y otras ciudades vieron incrédulas la protesta airada de un pueblo que comenzó a despertar de un prolongado letargo. El gobierno acorralado por la acción espontánea de la gente, sacó al ejército de los cuarteles y la represión se apoderó del país por varios días. Todavía no se sabe a ciencia cierta cuántas personas murieron. Grupos de derechos humanos los estiman en más de tres mil. Nunca se determinaron responsabilidades en la masacre, ni hubo condena internacional por estos crímenes.
Eso si, los venezolanos no fuimos más los mismos de antes.
En el aire anda un cambio
Pérez y la cúpula militar que lo respaldó, siguieron gobernando –más bien desgobernando- , pero un poder potencial comenzaba a acumularse debajo de las hojas: la voz de la gente que se hace Opinión y que pide un cambio.
La clase política tradicional hizo toda clase de promesas y actos de constricción. Decenas de leyes, por décadas engavetadas, fueron aprobadas por el Congreso en un santiamén. Se firmaron pactos por la reforma del Estado. Por primera vez se eligió a través del sufragio a los gobernadores de los estados. Se crearon instancias judiciales especiales para los casos de corrupción. Los partidos maquillaron sus viejas estructuras. Pero la gente quería un cambio de verdad.
Lo que la clase política, los grupos económicos dominantes y las transnacionales habían logrado hacer en Venezuela en cuatro décadas era realmente un acto de magia. Pero de la maligna. Con una población de apenas veinte millones de personas y unas exportaciones petroleras de tres millones de barriles diarios, la que debía ser una nación próspera y soberana, fue convertida, por el maleficio del sistema imperante, en un país cada vez más dependiente y más pobre. Tremenda paradoja esa de morir de sed junto a la fuente.
El germen constituyente
El 4 de febrero de 1992, el pueblo uniformado también habló. Una importante avanzada del ejército se pronunció contra la situación política reinante, y aunque no triunfaron militarmente, la cosecha estaba por venir. Así nació el Chávez que hoy conocemos, tras asumir públicamente su responsabilidad al frente del golpe y sentenciar, con intuitiva premonición, que no se habían logrado los objetivos ¡por ahora!.
La crisis política estaba en su punto más álgido. Había que buscar una salida. Y esa salida, decíamos, debía ser pacífica, democrática y constitucional. Fue cuando se comenzó a hablar de la convocatoria a una Asamblea Nacional Constituyente. Había que diseñar y echar a andar otro modelo de país. Y eso era posible, porque –para seguir en la onda lassalleana- “en los factores reales de poder imperantes dentro del país se había operado una transformación” [1].
Transformación que lucía más interesante y novedosa, porque lo realmente revolucionario era que había surgido un nuevo factor de poder: el pueblo.
“La Constituyente, como hecho socio-histórico, es un proceso que, en ningún caso, ocurre de manera fortuita. Es, ante todo, el resultado de un conjunto de acontecimientos que se van suscitando en la sociedad; un proceso de acumulación de cambios cualitativos y cuantitativos, que encuentran desembocadura en la revisión general del Status Quo. Porque, evidentemente, es la contradicción de una sociedad que reclama cambios profundos, con una dirigencia que trata de impedirlos, lo que provoca la confrontación histórica. Y, los cambios políticos que anteceden a cualquier cambio social verdadero, siempre están cargados de cierta dosis de violencia, aunque no se trate de un cambio revolucionario” [2].
40 años después ...
En el año 1958, el pueblo venezolano soñó con la democracia y se ganó en la calle ese derecho al derrocar la última dictadura –debí decir la penúltima para no olvidar a Carmona Estanga- de Marcos Pérez Jiménez. Eso que se llamó “El Espíritu del 23 de Enero”, un clamor popular de libertades y progreso, fue rápidamente secuestrado por el sistema al concretarse el “Pacto de Punto Fijo”, alianza de los grupos económicos y los partidos Acción Democrática, subespecie híbrida de socialdemocracia y populismo, y el democristiano COPEI, que dejaban al margen a la izquierda y al pueblo en general que habían sido los verdaderos artífices de la victoria sobre la tiranía.
Ese Espíritu resucitó en diciembre de 1998 con el triunfo de Chávez. Las mayorías populares así lo percibieron y lo vivieron en una inédita explosión de entusiasmo por el cambio que colmó la escena nacional. La nueva situación política hizo posible la necesaria convocatoria a transformar el Estado excluyente que representaba el “Pacto de Punto Fijo”, por un Estado social y de derecho que debía sustituir la fallida democracia representativa por una democracia participativa y protagónica. Los sueños postergados se ponían ahora a tiro de piedra.
La Bolivariana
El 25 de abril de 1999 los venezolanos aprobaron en referéndum la convocatoria a Constituyente. La victoria fue abrumadora. 72% a favor. Y lo fue más aún al elegir por nombre y apellido a los constituyentes en los comicios celebrados a tal efecto en julio de ese año. De 131, sólo seis correspondieron a la oposición.
Pero, ¿qué novedades tajo consigo la nueva Constitución?
La Constitución del “Pacto de Punto Fijo” sólo otorgaba al pueblo el derecho político del voto (Art. 110), que a su vez era obligatorio, signándolo de una mácula antidemocrática. Pues bien, la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, al dar un paso al futuro en materia democrática, transforma al voto en uno más de los derechos de participación popular y le limpia la mancha autoritaria de la obligatoriedad (Art. 63). El concepto de democracia participativa, que inspira este proceso de cambios, cruza transversalmente todo el texto constitucional, desde el Preámbulo hasta las Disposiciones Transitorias y Finales. Se da prioridad a la participación directa por encima de la delegación (Art. 62). Valga citar el Artículo 70 para ilustrar este amplio margen de participación que se abre con La Bolivariana: “Son medios de participación y protagonismo del pueblo en ejercicio de su soberanía, en lo político: la elección de cargos públicos, el referendo, la consulta popular, la revocatoria del mandato, las iniciativas legislativa, constitucional y constituyente, el cabildo abierto y la asamblea de ciudadanos y ciudadanas cuyas decisiones serán de carácter vinculante, entre otros; y en lo social y económico, las instancias de atención ciudadana, la autogestión, la cogestión, las cooperativas en todas sus formas incluyendo las de carácter financiero, las cajas de ahorro, la empresa comunitaria y demás formas asociativas guiadas por los valores de la mutua cooperación y la solidaridad” [3].
Basta gama de oportunidades que constituyen una conquista de los cientos de miles de venezolanos que se movilizaron en el proceso constituyente y que desde los movimientos sociales formularon aproximadamente trece mil propuestas al seno de la Asamblea. La más llamativa sin duda, la del carácter revocatorio de los cargos de elección popular, que constituye para nosotros la pieza que viene a completar el carácter verdaderamente democrático del voto: que quien elige también puede destituir (Art. 72).
La Constitución del 61 ni siquiera mencionaba los derechos humanos. La Bolivariana les otorga rango constitucional en toda su extensión, y ya en el mismo Preámbulo se pronuncia por su garantía universal e indivisible. Por si esto fuera poco, el Artículo 19 consagra en estricto orden imperativo que “El Estado garantizará a toda persona, conforme al principio de progresividad y sin discriminación alguna, el goce y ejercicio irrenunciable, indivisible e interdependiente de los derechos humanos” [4].
Un hecho insólito en la Constitución del 61, pero que se explica por el soterrado contenido racista del antiguo régimen, era la falta de reconocimiento a la existencia misma de los Pueblos Indígenas. Apenas en un párrafo del Artículo 77, referido a la población campesina, se menciona de soslayo a las “comunidades de indígenas y su incorporación progresiva a la vida de la Nación” [5]. La Bolivariana vino a hacer justicia con un asunto que llevaba 500 años de espera y que constituye el debate más antiguo del Continente americano, iniciado con el célebre sermón que pronunciara fray Antonio Montesino el 21 de diciembre de 1511 durante la celebración del cuarto domingo de Adviento en Santo Domingo.
Después de invocar en el Preámbulo el heroísmo y sacrificio de nuestros antepasados aborígenes, la nueva Constitución dedica el Capítulo VIII, Artículos 119 al 126, a los derechos de los Pueblos Indígenas. Quedan reconocidos los anhelados y postergados derechos a la tierra ocupada ancestralmente, a la lengua, a las prácticas religiosas, cosmovisión, culturas y al derecho consuetudinario. Que si para algo valía la pena llevar a cabo este proceso, era para reivindicar a los más pobres entre los pobres, a los que El Libertador Simón Bolívar reconocía en su Carta de Jamaica como los legítimos y verdaderos dueños de estas tierras.
La Constitución Bolivariana estableció, parece que para incomodidad de las mentes machistas, la igualdad de género. La redacción constitucional lleva a su máxima expresión lingüística y social, la presencia de la mujer como protagonista de su propia redención. No conocemos otra Constitución que asuma tan militantemente este compromiso. Ciudadanas y Ciudadanos. Presidente o Presidenta. Se termina con la dictadura machista en la palabra escrita, que es un buen comienzo para terminar con la absurda hegemonía del hombre en la vida pública y privada. Como debe ser.
Los derechos ambientales ocupan un lugar histórico por primera vez en una Constitución, zanjando sin devaneos el bizantino debate sobre si las generaciones futuras son sujetos de derechos o no. Allí quedó recogido en el Capítulo IX, el legado de las naciones indígenas americanas que fundaron, antes que Habermas o Heidegger, una sencilla pero impecable ética ambiental.
El sistema socioeconómico de la Nación queda definido como un espacio más para la libertad de creación y la búsqueda de la diversificación y el desarrollo sustentable, resguardando los principios de justicia social, solidaridad y soberanía. La Constitución reserva, por su carácter estratégico, la totalidad de las acciones en la empresa petrolera PDVSA, lo que no ha gustado a los apologistas del neoliberalismo y serviles de los intereses transnacionales. Ello explica la rabia con que han actuado en los sucesivos conflictos made in USA con que intentaron una y otra vez desestabilizar el orden constitucional.
Un intento de Reforma
En 2007 el Presidente de la República presentó al país un Proyecto de Reforma Constitucional que ocupó la atención nacional todo el año. Contenía dicho Proyecto, normas novedosas en materia del poder popular, la concepción político-territorial del Estado, la constitucionalización de las llamadas Misiones sociales tan beneficiosas para las mayorías populares, la noción de propiedad introduciéndose conceptos como la propiedad social, comunal, además de las tradicionales pública y privada. También había una propuesta de mandato presidencial de siete años con reelección.
Esa Reforma fue negada por un pequeño margen a favor de quienes se le oponían, en el referéndum popular que a los efectos, y tal como establece nuestra Carta Magna, se realizó el 2 de diciembre de 2007.
Tal Proyecto de Reforma no podrá presentarse en el mismo período constitucional, según lo establecido en el Artículo 345. Eso está muy claro.
Pero Enmienda y Reforma no son lo mismo…
Los opositores a la Revolución Bolivariana dicen que no es constitucional presentar este proyecto de Enmienda en este momento, porque ya fue presentado un Proyecto de Reforma. Por lo tanto, habría que esperar otro período constitucional.
El Título IX de la Constitución Nacional establece claramente tres mecanismos o caminos para su modificación, a saber: De las Enmiendas, Capítulo I; De la Reforma Constitucional, Capítulo II; y el Capítulo III De la Asamblea Nacional Constituyente.
Mientras la Reforma se concibe como “una revisión parcial de esta Constitución y la sustitución de una o varias de sus normas que no modifiquen la estructura y principios fundamentales del texto constitucional” (Art. 342 CRBV), la Enmienda es “la adición o modificación de uno o varios artículos de la Constitución, sin alterar su estructura fundamental” (Art. 340 CRBV).
La propuesta de Enmienda que ha puesto en marcha la Asamblea Nacional, haciendo uso de lo establecido en el numeral 1 del Artículo 341 Constitucional, es, en su contenido y en su procedimiento, algo sustancialmente diferente al Proyecto de Reforma Constitucional presentado por el Presidente de la República en 2007 y que ya fue discutido y negado en referéndum nacional.
Esta propuesta de Enmienda tiene por objetivo fundamental y fin explícito, crear el derecho de la reelección presidencial sin trabas a la soberanía popular.
Los argumentos opositores
Lo primero a recordar en esta parte, es que quienes se oponen a la Enmienda por la Reelección Presidencial son los mismos que se opusieron en 1999 a la convocatoria a una Asamblea Nacional Constituyente y luego se opusieron a la Constitución Bolivariana en el referéndum del 15 de diciembre de ese mismo año. Son los mismos intereses y fuerzas sociales y políticas que abolieron por algunas horas esta Constitución durante los amargos sucesos de abril de 2002, instaurando un régimen dictatorial que eliminó la separación de poderes y los poderes mismos concentrándolos en un solo hombrecito, raspando de un plumazo la cacareada descentralización, y pisoteando la propia soberanía popular.
Ahora argumentan que se viola el carácter alternativo del Gobierno previsto en el Artículo 6 Constitucional. Falso de toda falsedad. El carácter alternativo sigue garantizado toda vez que el período de mandato presidencial queda reducido a un tiempo finito de seis años, tras los cuales, deberán hacerse elecciones libres dando cabida a la postulación de cuántas opciones políticas se expresen dentro de la sociedad nacional. En ningún caso se permite la permanencia de un gobernante más allá del plazo establecido en el Artículo 230, sin que éste se someta al dictamen de la voluntad soberana del pueblo. De allí que los términos reelección indefinida, reelección continua, perpetuarse en el poder, no tienen cabida en una sana e inteligente discusión, ya que expresan especulaciones que rayan en la vulgar manipulación o hasta en una fanática y aberrante utilización del lenguaje, al pretender que lo perpetuo puede ser atribuible a la natural finitud de la persona humana en términos biológicos y existenciales.
En cualquier caso, el valor fundamental de nuestro sistema político, preexistente y preeminente sobre cualquier otra formalidad, cual es su carácter democrático participativo y protagónico, recogido y expuesto en el Preámbulo y los primeros cinco Artículos de la Constitución, es superior, determina y garantiza, al resto de los preceptos enunciados en el Artículo 6. Por eso el hecho de que una misma persona pueda postularse en varias ocasiones y, en varias oportunidades, llegar a ejercer el cargo de Presidente de la República, no contradice en absoluto los principios constitucionales que rigen la vida republicana.
La oposición antibolivariana descubrió al Libertador
Todos recordamos con estupor y rabia los vítores y ovaciones al “Decreto de Carmona” eliminando la República Bolivariana. Que grotesco espectáculo de los apátridas. Todavía el pasado 17 de diciembre, al cumplirse 178 años del fallecimiento del Padre de la Patria, una supuesta historiadora de apellido Quintero entrevistada por Unai Amenabar en Unión Radio, decía con sorna que ya debíamos quitarnos ese “cascaron de Bolívar” de encima, mientras el periodista lo compartía y celebraba. Así piensan los traidores políticos e intelectuales seguidores de Vargas Llosa y Brice Echenique, que van a Europa a recibir premios por su conversión en antibolivarianos y promonárquicos, a cambio de linchar cobardemente el cadáver y la memoria de El Libertador, y lamer las suelas de la derecha universal.
Cuando el Comandante Hugo Chávez llegó a Miraflores en 1998, Bolívar era apenas recordado como una moneda devaluada y unas estatuas receptoras de ramos florales. Hoy la mayoría de los venezolanos nos interesamos en conocer la vida y obra del Genio de América que es orgullo nacional y guía continental en la lucha por la emancipación definitiva de nuestros pueblos.
Por allí desempolvaron fragmentos del Discurso de Angostura para oponerlos maliciosamente a la Enmienda por la Reelección Presidencial. He aquí el párrafo completo que la oposición saca de contexto para mentir:
La continuación de la autoridad en un mismo individuo frecuentemente ha sido el término de los gobiernos democráticos. Las repetidas elecciones son esenciales en los sistemas populares, porque nada es tan peligroso como dejar permanecer largo tiempo en un mismo ciudadano el poder. El pueblo se acostumbra a obedecerle y él se acostumbra a mandarlo; de donde se origina la usurpación y la tiranía. Un justo celo es la garantía de la libertad republicana, y nuestros ciudadanos deben temer con sobrada justicia que el mismo magistrado, que los ha mandado mucho tiempo, los mande perpetuamente.
Aunque resultaría poco científico pretender que todo lo que dijo en su momento El Libertador sea santa palabra que siempre tendrá vigencia, nosotros los bolivarianos si defendemos y pregonamos la Doctrina Bolivariana integralmente como un aporte fundamental de nuestra ideología política. Estamos claros que no se trata de dogmas ni fórmulas para todos los tiempos, pero son una guía pletórica de enseñanzas y valores inmensurables que, en términos históricos, resultan de obligatorio estudio para cualquiera que se precie de patriota y revolucionario.
Obviamente, El Libertador arremete en su Discurso de aquel glorioso año de 1819, contra las figuras sub-monárquicas y tiránicas impuestas a Nuestra América por el Imperio Español, subrayando con fuerza la realización de repetidas elecciones como condición esencial que garantiza el carácter popular del sistema.
Y vaya si el nuestro es un sistema político popular basado en el ejercicio directo de la voluntad del pueblo y en la aplicación de diversas modalidades electorales que van desde la simple elección de voceros de Consejos Comunales o Gobernadores de Estado y Alcaldes municipales, hasta la revocatoria del mandato presidencial. Difícilmente se encuentre sobre la faz de la tierra otro país donde se consulte tanto y con tantas garantías de transparencia electoral al pueblo, llegando incluso a producirse una derrota al Gobierno como la del 2 de diciembre de 2007 en el referéndum por la Reforma Constitucional, o las más recientes en estados importantísimos como Zulia, Táchira, Carabobo y Miranda.
Es que en Venezuela, en concordancia con la Doctrina Bolivariana expuesta en el mismo Discurso comentado, existe un Poder Electoral autónomo del resto de los poderes que tiene bajo su custodia nada más y nada menos que la esencia y fuente de legitimidad del sistema democrático como es la soberanía popular.
Sobre la reelección presidencial
Es éste uno de esos temas que hacen caer caretas. Que todo el mundo diga lo que tiene que decir sin titubeos. Seamos sinceros, digamos nuestras verdades cada quien.
Hay una serie de prejuicios contra la reelección presidencial sin límites expuestos por la oposición y la derecha internacional que nos ataca constantemente. Pero son esos mismos personajes los que dan un ojo por fotografiarse con el Rey de España, por ejemplo, quien ejerce la jefatura del Estado desde hace cuatro décadas y fue puesto allí por una cruel y prolongada dictadura fascista. Para ellos las monarquías europeas son democracias perfectas que debemos imitar.
Ignoran sobretodo nuestras realidades históricas concretas. Nuestras naciones fueron desestructuradas desde su nacimiento por haber estado siempre atadas de forma esclavizante a los intereses de las metrópolis. Consecuencia de ello, no desarrollamos un esquema productivo autosuficiente y, muy por el contrario, nuestro aparato económico obedece a necesidades exógenas de suministro de materia prima, energía y mano de obra baratas. No establecimos modelos educativos soberanos y liberadores, sino, esquemas atrasados reproductores de esas relaciones de subordinación. Crecimos demográficamente deformados en el territorio, sin oportunidad de aprovechar todas las potencialidades nacionales, todo por servir a un sistema económico internacional injusto que nos condenó a ser gente portuaria con un Estado rentista y una burguesía parásita. Por eso el cambio no se hará en dos días.
Entonces lo que está en juego es un proyecto de país para una nueva humanidad, de allí que la disyuntiva entre devolverle todo el poder a la soberanía popular o mantener los formales dogmas burgueses de la representatividad y la alternación, los revolucionarios no dudamos en resolverla a favor de lo primero. Y lo primero es la voluntad mayoritaria del pueblo. Que sea el pueblo en soberana consulta nacional quien determine quitar o no los límites temporales a la elección presidencial.
Otro elemento trascendente y demoledor de ambages, inmanente a este debate, es el de la personalidad histórica. No nacen todos los meses líderes populares con rango histórico. Chávez ha representado esa posibilidad de un gobernante que ve mucho más allá de sus soluciones personales de prestigio o riqueza. Ha asumido con aspiración de historia la conducción de nuestro pueblo hacia estadios superiores de vida colectiva e individual basados en los valores del amor por el conocimiento y el trabajo creativo. El concepto de Patria, entendido como la noción de pertenencia a un territorio, un pueblo, una cultura, una historia, ha desatado una poderosísima fuerza política, capaz de emprender tareas heroicas que transformen definitivamente la vida nacional. No hay otro liderazgo con esas cualidades en el horizonte. Patiquines politiqueros ambiciosos sobran, pero esos estorban.
La reelección adquiere en esta encrucijada histórica, trascendencia continental. Nuestra revolución, lo sabemos, es para toda Indoamérica y El Caribe. Aquí no se discute una simple alcaldía o una gobernación, eso no trasciende de lo pequeño, lo parroquial. Estamos hablando de consolidar un liderazgo histórico para la gran confrontación de esta era, cual es: imperio o humanidad.
Porque cuando modifiquemos el Artículo 230 de la Constitución devolviendo todo el poder a la soberanía popular para elegir presidente a cualquier ciudadano sin límites temporales, estaremos tomando nuevo aire en esta contienda universal contra el imperialismo, para que renazca la humanidad.
La Reelección de Chávez
La primera y más trascendente tarea de Chávez es la consolidación del frente antiimperialista internacional, y esa responsabilidad apenas comienza a cumplirse. Chávez tiene un liderazgo entre los jefes políticos de las naciones hermanas que más nadie podría reunir en un corto plazo. Iniciativas como el ALBA o Unasur requieren un impulso viril que desmarque nuestros intereses de la hegemonía estadounidense en el continente y el mundo. Pero también en la OPEP es necesario ese talante combativo que caracteriza a nuestro líder, hoy más que nunca cuando las voces de los que le habían cavado la tumba vuelven agoreras a sentenciar el resquebrajamiento del cartel de los productores petroleros.
El magnífico tejido de relaciones bilaterales con China, Rusia, Irán, India, así como la red de multilaterales donde Venezuela ostenta posiciones de vanguardia, contribuyen al establecimiento de un mundo de mayores equilibrios geopolíticos que sólo podrá consolidarse y comenzar a dar frutos en materia de paz y respeto a la autodeterminación de los pueblos en la medida que la voluntad política de estos factores de poder se contrapongan a la pretensión imperial de los Estados Unidos y sus cada vez más escasos aliados.
Nadie puede negar el trabajo realizado por Chávez en este sentido.
La segunda tarea pendiente es la siembra definitiva del socialismo como modelo de vida. Aunque reconocemos la dificultad de que las relaciones capitalistas sean las dominantes a escala planetaria, nuestro papel revolucionario es el de comenzar a generar los gérmenes de la nueva sociedad. El socialismo es, en nuestro país, apenas una idea vaga que el común relaciona con solidaridad o amor al prójimo. Concepción cristiana muy acendrada en el alma nacional que debe convertirse en doctrina política y sistema económico aún no definidos pero que sabemos necesarios para sortear las amargas contradicciones del capitalismo decadente y depredador. En ese campo, Chávez ha hecho muchísimo; nada más poner a hablar de socialismo al conglomerado que lo sigue, ya es un aporte inmensurable a la lucha por la emancipación de las mayorías trabajadoras. Pero falta un mundo por construir.
La tercera de estas tareas es la de fundar un nuevo Estado que realmente obedezca a los intereses de las mayorías trabajadoras, acabando con este disfraz o armadura oxidada que es el aparato burocrático corrupto que aún nos calamos, comenzando por desmantelar la podredumbre del burocratismo y la corrupción, estableciendo la ética socialista como patrón conductual del funcionariado público. El denominado “poder popular” debe dejar de ser una consigna demagógica para pasar a realidad política cotidiana. El tiempo de la fanfarronería se agotó, el pueblo trabajador debe gobernar.
Consolidar y mejorar lo logrado en materia social, en salud y educación, suena como a carpintería dentro de esta agenda política pendiente, pero no son cosa desdeñable. Es parte de la movilización a que estamos llamados en forma permanente.
Para nosotros está claro desde hace tiempo. Chávez debe permanecer al frente de la nave bolivariana porque así lo requiere el tiempo histórico que nos ha tocado en buena hora. No vengan con la manipulación del Discurso de Angostura sobre la permanencia en el poder de un solo hombre. Se trata de estar, no en el poder echado en tersas poltronas rumiando exquisiteces y ensanchando panzas; se trata de estar al frente de un pueblo alzado contra siglos de colonialismo, explotación e imperialismo. Porque Chávez no es sólo un gobernante, Chávez es el jefe político militar de la segunda y definitiva independencia.
Porque los asuntos constitucionales, no son sólo asuntos jurídicos, son, sobretodo, la expresión de una realidad política que exige cambios paradigmáticos radicales cuando se haya en plena efervescencia y acción el Poder Constituyente, que es el Pueblo en movimiento haciendo Revolución.
Camino de Paz
Conociendo el talante democrático de la fuerza política que lidera Hugo Chávez y, por el contrario, las incoherencias democráticas de una oposición que juega al caos y la desestabilización mientras se niega a las consultas populares, verbigracia Golpe de Estado del 2002, Paro Petrolero, Guarimbas, importación de paramilitares, amenazas con incendiar las ciudades, planes de magnicidio, y más recientemente, agresiones contra sedes de Misiones Sociales; y ante la polarización política exacerbada por millonarias campañas mediáticas, la posibilidad de reelección de Chávez se convierte en un camino de paz, donde la mayoría del país encontraría cauce a los deseos de profundizar los cambios emprendidos a partir de diciembre de 1998 por la vía electoral, pacífica y constitucional.
Petitorio
Solicito respetuosamente a este Máximo Tribunal proceda con urgencia a despejar las dudas que se pretenden sembrar en la opinión pública nacional e internacional sobre el carácter nítidamente constitucional de la Enmienda que ha aprobado en primera discusión la Asamblea Nacional, así como la legítima potestad que ésta tiene para emprender tal iniciativa, y, lo que es más sagrado y fundamental al carácter democrático de nuestra sociedad establecido específicamente en el Artículo 5 de la Constitución, cual es la supremacía de la soberanía popular en todo asunto de la vida pública nacional, permitiendo al Poder Electoral la convocatoria a consulta para dilucidar pacífica y democráticamente si la Enmienda por la Reelección Presidencial es o no aprobada por el pueblo.
[1] Ferdinand Lassalle: “¿Qué es una Constitución?, Ariel 1989, pag. 102.
[2] Yldefonso Finol : “Tiempo de Constituyente”, Fondo Editorial NIGALE, Enero de 1999, pags. 18-19.
[3] Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, de 1999. Gaceta Oficial Extraordinaria No. 5.453, Caracas, Viernes 24 de Marzo del 2000.
[4] Ibid., pag. 7.
[5] Constitución de Venezuela de 1961. Gaceta Oficial No. 3.357 Extraordinario del 2 de Marzo de 1984.
"... los Estados Unidos que parecen destinados por la providencia a plagar la América de miserias en nombre de la libertad..."
Simón Bolívar, El Libertador.
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