Para quienes estamos
a favor del gobierno, la ausencia de un relevo para el presidente Chávez
en los actuales momentos es más que evidente. Simplemente no existe.
Ninguno de sus allegados calza los puntos para tomar el testigo en la
carrera por la construcción de un modelo socialista a la venezolana,
y garantizar la unión y el éxito de los factores progresistas, cuando
apenas tenemos logros que aunque significativos, son todavía incipientes.
Todos los dirigentes de izquierda dentro y fuera del PSUV lo reconocen.
Además, para el principal beneficiario de la acción gubernamental,
que es el pueblo, está claro que Chávez es el chavismo.
No son fantasías las
que enfrenta internamente el gobierno venezolano y menos aún en lo
externo. No es objetivo de estas líneas discutir si el cuadro político
venezolano de los últimos diez años refleja o no la existencia de
una revolución, como plantea Villegas. En lo personal nunca he empleado
ese calificativo para referirme al proceso de cambios que lidera Chávez,
porque entiendo que una revolución empieza por hacer justicia y aquí
no sólo hay muchos corruptos y golpistas sueltos, sino que las condiciones
para que sigan conspirando y recibiendo apoyo gringo y europeo, están
intactas. Por eso la derecha ha recuperado espacios en gobernaciones
y alcaldías. Además, las instituciones del Estado siguen siendo, en
esencia, las mismas que dejaron los adecos, las empresas nacionalizadas
operan bajo el enfoque capitalista y las estructuras mentales de los
venezolanos, incluso en algunos sectores pobres, todavía responden
más a las pautas que dictan los medios, que al mensaje humanista del
Presidente.
Pero sería mezquino
negar que desde diciembre de 1998, la aprobación de una nueva Constitución,
el reforzamiento de la OPEP y con ello el aumento en los precios del
petróleo, el lanzamiento de las misiones sociales, el combate al latifundio,
la construcción de grandes obras de infraestructura y vialidad, la
disminución del desempleo, la recuperación y posicionamiento de PDVSA
como quinta empresa petrolera en escala mundial, la puesta en órbita
del satélite Simón Bolívar, el apoyo sistemático a una visión multipolar
del mundo, y la proyección de Venezuela en el escenario internacional
con énfasis en América Latina, son lo más trascendental que ha ocurrido
en nuestro país en todo el siglo XX y en lo que va de la primera década
del XXI.
Obviamente el peso de
Chávez como líder indiscutible ofrece la ventaja de la coherencia,
de la cual carece la oposición apátrida que nos adversa, pero al mismo
tiempo hace muy frágil la estructura que soporta al propio movimiento.
Quizás la fortaleza del nexo comunicacional y afectivo de las grandes
masas de la población con el Comandante, junto con algunos rasgos de
su propia personalidad, dificulten la sucesión. Pero no es un asunto
fácil, como lo demuestra el hecho de que después de 50 años de
logros incuestionables bajo el asedio pertinaz del mayor imperio que
ha conocido la historia, Fidel Castro aún tiene que hacer por la Revolución
Cubana, y nadie cuestiona la naturaleza de aquel movimiento que conmocionó
al mundo, especialmente después de la derrota de la invasión de Playa
Girón.
Sin duda el Presidente
venezolano está consciente de eso y de allí su empeño en hablar de
la revolución de la conciencia, y de la importancia de la formación
de cuadros, ante la campaña permanente de consumismo y banalidad que
propaga el imperio, para seguir imponiendo su modelo basado en el despilfarro,
el culto a las apariencias, el individualismo y la corporativización
de la política. También urge la construcción de una teoría sólida
que oriente el proceso y se alimente del mismo, pero sin Chávez no
hay proceso.
En Venezuela transitamos
por una lucha de clases en la cual el enemigo es muy poderoso y no da
tregua. Por eso no caben vacilaciones conceptuales, cuando está en
riesgo todo lo logrado hasta la fecha y en la acera de enfrente nos
amenaza el fascismo revanchista. Es la hora de pensar políticamente,
sin formalismos y siguiendo el sentir popular. Para poner orden interno,
frenar la corrupción y la inseguridad, agilizar la gestión pública,
afianzar la participación comunitaria y consolidar y expandir las misiones,
Chávez tiene que continuar en Miraflores. Lo demás son levitaciones
intelectuales que reflejan titubeos ideológicos o ignorancia de la
realidad. Por eso en este momento hay que decirle sí a la enmienda
y estimular la participación total de quienes simpatizan con el Presidente,
para que acudan a las urnas a depositar su voto afirmativo, en la fecha
que determine el CNE. Mi abuela decía que después del ojo sacado no
vale Santa Lucía.