Catia, la de antes
En los diversos textos que hablan sobre el pasado de Catia, se distinguen dos hitos históricos importantes: el momento de su fundación y la evolución de la vía que conecta Catia con La Guaira. No obstante, es sobre todo el segundo evento, el que pareciera tener mayor relevancia en las narraciones de los diversos autores citados. Esto, posiblemente, pudiera estar vinculado con la importancia material y simbólica que ha tenido para la población la conexión entre ambos sectores, dado que históricamente este enlace ha venido a significar la posibilidad de realizar operaciones comerciales, así como movilizaciones de la población nacional y extranjera.
De acuerdo con lo que plantea Quintana (2003), Catia, sector de nombre indígena, tiene un origen que se remonta a casi cinco siglos atrás, momento en el cual eran comunes las luchas entre los españoles y los indígenas venezolanos. Según la autora, para 1547 el conquistador Francisco Fajardo se estableció entre El Panecillo y Maracapana, territorio dominado por los caciques Guaicamacuto y Catia1. No obstante, no fue sino hasta el año 1558, cuando Fajardo fundó La Villa de Catia, asiento actual de Catia la Mar (Valery, 1978). Esto ocurrió en un contexto de resistencia por parte de los indígenas, quienes rechazaron los abusos cometidos por el conquistador, situación que provocó su posterior derrota y expulsión (Quintana, 2003).
Para aquel momento, el enclave del cacique Catia constituía un lugar estratégico, puesto que era la única abertura natural del valle hacia el mar. Según Valery (1978), puede ser que este territorio abarcara desde lo que es actualmente Catia, hasta el mar, a lo largo de la Quebrada de Tacagua. El recorrido se hacía a través del “camino de los españoles”, ruta de difícil acceso al valle, que fue sustituida, más tarde, una vez que Diego de Losada venció a los cabecillas de la tribu, por un acceso que iba desde la ciudad al litoral (Quintana, 2003). Ya para el año 1590, Andrés Machado abre lo que se conoce como el “Camino de Catia” (Valery, 1978)2; a partir de ese momento, se inició un tránsito que no ha dejado de fluir, y que ha hecho de Catia, desde entonces, “la natural puerta de entrada a Caracas” (Quintana, 2003).
Sin embargo, la vía original sufrió muchas transformaciones, hasta ser reemplazada, en el siglo XX, por la autopista Caracas- La Guaira. Para el año 1845, durante el gobierno de Carlos Soublette (1843-1847), se construyó la carretera hacia la Guaira. Pero, desde mucho antes de que se abriera este acceso, en Catia se venía desarrollando una sostenida actividad comercial. De hecho, hasta finales del siglo XIX [Catia] fue el segundo surtidor de leña de Caracas y, una vez comenzadas las actividades ferrocarrileras, se convirtió en la principal fuente de carbón (Quintana, 2003). Según Antillano (s/f), la vía férrea por la cual se transportaban estos productos a los cuales se refiere Quintana (2003), se inauguró en el año 1883, y partía del puerto de La Guaira, hasta la Estación Caño Amarillo.
La construcción del ferrocarril no significó la desaparición de la vía terrestre; por el contrario, ésta siguió modernizándose, y para 1912 Juan Vicente Gómez ordenó reacondicionarla. Más tarde, en 1920, mandó a inaugurar una nueva carretera con entrada en Plan de Manzano. Como consecuencia de esto, comenzó un sostenido crecimiento demográfico en el lugar; así, se produjo no sólo una importante migración de provincianos, sino también la consolidación de caseríos y barrios (Quintana, 2003). De hecho, para el año de 1930, comienzan a llegar los europeos a Catia, y a partir de ese momento, se comenzó a desarrollar proyectos de vivienda para proporcionar viviendas a los catienses. Son emblemáticas las construcciones del 23 de Enero, diseñadas por Carlos Raúl Villanueva, y Casalta (Quintana, 2003). Según Durand (2007), éstas y otras urbanizaciones, como Pro-Catia (1941), diseñada por Carlos Guinand y el constructor José Guevara, la Urdaneta (1946), con 1354 apartamentos, y Ciudad Tablitas (1952), con 976 apartamentos, de Villanueva y Cellis, fueron construidas para la clase trabajadora.
En esa Catia de antes no sólo destacan la vía que conecta Caracas con la Guaira y los referidos proyectos arquitectónicos. En la memoria histórica y colectiva de sus habitantes están presentes muchos otros elementos, dentro de los que cabe citar la extinta Laguna de Catia, a la cual se podía ir con la familia en los años 30 del pasado siglo XX (sitio que actualmente sirve de asiento a el ámbito territorial del C.C. Ayacucho, Tres Lunas a Blandín); la neblina de la tarde y el clima frío, tan característico del lugar hasta hace pocas décadas, los terrenos vírgenes, que aun no habían sido ocupados para la construcción de miles de viviendas, y el ya derribado Retén de Catia. Unos y otros elementos fueron desapareciendo para dar paso a la modernidad, la cual seguramente se aceleró con la Autopista Caracas- La Guaira, construida por Pérez Jiménez, e inaugurada en el año 1953. En su época, la autopista fue reconocida como “una de las obras de ingeniería mas importantes de Venezuela y de América Latina, por la técnica altamente especializada empleada en la construcción de sus túneles, viaductos, calzadas, sistemas de iluminación, etc.” (Quintero; 2003).
Catia, la de ahora
La Catia de ahora es, seguramente, mucho más rica en elementos de diversa naturaleza, que la del pasado, pues, en la actual están latentes tanto la Catia de antes, presente en la memoria histórica y colectiva de sus habitantes, como elementos culturales, políticos, económicos, simbólicos, etc., de la actualidad. Todos se conjugan para dar lugar a un escenario y unos actores sociales con posibilidades y virtudes, necesidades, limitaciones y contradicciones que, en conjunto, no es posible hallar en otros lugares de la capital. De hecho, tal como se verá, las particularidades del lugar, a las cuales se hará referencia, guardan estrecha relación con las prácticas cotidianas de los catienses y con su identidad.
Catia está ubicada al noroeste de Caracas. Este referente cardinal es importante ya que, por lo general, en el imaginario colectivo del caraqueño, hablar del oeste es hablar de pobreza, delincuencia, bajo nivel académico, y todos aquellos calificativos que identifican erróneamente lo que pudiera llamarse “un sector popular”. No obstante, en las palabras de Quintana (2003) y Socorro (1994), Catia luce como un escenario rico en historia, cultura y diversidad social, tal como podrá verse enseguida.
En la actualidad, lo que se llama comúnmente Catia comprende las Parroquias Sucre, 23 de Enero y parte de El Junquito, que juntas representan más del cincuenta por ciento (50%) de la población actual del Municipio Bolivariano Libertador, municipio capital de la República Bolivariana de Venezuela. Catia es, como comúnmente se dice, todo aquello que esta más allá de Miraflores (Sede de la casa de gobierno nacional) (Socorro, 1994). Allí se encuentra el mayor asentamiento urbano no regulado de Caracas, con 713,92 hectáreas, equivalente a Petare y Antímano, juntos, y para el año 2003, la población era, según las estadísticas oficiales, de casi 800 mil habitantes; “las otras, manejadas por los baquianos de la política local, dudan que los funcionarios de la Ocei hayan llegado a todos los vericuetos que aún no están registrados oficialmente como barrios por el Estado (…). Los datos, entonces, sobrepasan el millón”.
A nivel topográfico, Catia tiene una de las tierras más accidentadas del valle caraqueño (Antillano, s/f), donde pueden observarse múltiples colinas o cerros. En éstas destacan miles de viviendas, pues, Catia es un sector altamente urbanizado, donde además pueden encontrarse casas de diversas condiciones socioeconómicas, desde las más humildes, llamadas ranchos, hasta superestructuras de varios pisos, o edificios, de las clases media y media baja. La distribución de unos y otros en los terrenos de Catia se traduce en unas prácticas cotidianas que suponen para los habitantes del lugar, bajar y subir a diario los cerros para desplazarse del hogar al trabajo u otros sitios, lo que en ocasiones implica la inversión de mucho tiempo y esfuerzo físico, sobre todo para las personas que se encuentran en los sectores más pobres.
A pesar de esta particularidad de los terrenos de Catia, en el sector se aprecia una importante presencia de la vialidad y las comunicaciones. En este sentido, el metro juega un papel fundamental para la vida de los catienses, pues, seis de las estaciones de este importante medio de transporte, que conecta el oeste con el centro y el este, están en Catia. El transporte colectivo también es cuantioso y llega hasta los lugares más intrincados, aun cuando las vías no siempre están en el mejor estado, situación que genera diversos problemas, como el deterioro de los vehículos particulares y de aquellos que realizan transporte público.
Otro aspecto a considerar es la intensa actividad comercial del lugar, que constituye una de las formas de intercambio más comunes y cotidianas en Catia. En casi cualquier parte del sector se pueden observar comercios y negocios que expenden desde alimentos y bebidas hasta artículos de higiene personal y limpieza del hogar, talleres mecánicos, farmacias, mueblerías, peluquerías, piñaterías, entre muchos otros. A esta actividad le acompaña una movilización continua de transporte que lleva y trae las mercancías, así como la presencia masiva de gente en las calles durante la mayor parte del día, lo cual se traduce en la presencia de tráfico permanente y la producción de desperdicios humanos, de los propios catienses y de personas foráneas.
En algunos sectores, la actividad comercial se realiza de forma organizada, y en ella participan tanto venezolanos como extranjeros, tal como se recoge en uno de los fragmentos del texto de Quintana (2003), quien hizo una reconstrucción de la historia de Catia a partir de historias de vida de algunas personas del lugar:
Casi todos los concesionarios de ese corazón de Catia llamado Mercado Periférico son inmigrantes europeos; especialmente canarios, como Paulino Hernández y se esposa, expendedores de varias clases de cambur y plátano. Pocos allí, como el señor José Vera —dueño del puesto de batidos Rey de la Voladora, heredero indirecto del legendario “Médico Asesino”, son venezolanos; en cambio, al lado, en el Mercado Libre, la mayoría es criolla, pero han debido salirse a la calle por la escandalosa competencia de los buhoneros, amos y señores de las principales vías del casco central (Quintana, 2003).
De forma paralela a estas actividades, los buhoneros realizan una actividad comercial informal en el sector, cuyas prácticas son percibidas como uno de los problemas fundamentales de Catia. Según las narraciones de Quintana (2003)
La buhonería es el problema más grande de Catia, pues trae como consecuencia la inseguridad y la destrucción de todas las zonas comunes”, explica José Vera. “Además”, continúa, “la mayoría de esas personas no vive en Catia” (Quintana; 2003).
La gravedad de la situación llevó al principio de 2008 a los vecinos a realizar manifestaciones públicas para protestar por la presencia de trabajadores informales, que fueron expulsados del Centro de Caracas y hoy se alojan en el Boulevar de Catia (Brassesco, 2008). A este problema se le suman otros, cuya resolución se consideras prioritaria, como los problemas de inseguridad, de larga data en el sector, la basura y la vialidad. Los catienses deben afrontar a diario dificultades como éstas, que comprometen su bienestar integral y muchas veces retardan su desarrollo, razón por la cual las mismas no pueden quedar al margen de una descripción del sector.
Sin embargo, no todo es problemático. Del otro lado de la balanza, destacan diversos aspectos socio-culturales de los habitantes de Catia, que permiten dar cuenta de la riqueza de la idiosincrasia y prácticas de su gente. En ese sentido, se aprecia en el lugar una gran diversidad humana, una mezcla de múltiples culturas y razas en un mismo escenario:
“Somos multiculturales y plurales”, expresa Angel Machado que, como folklorista, señala el intenso movimiento cultural y religioso [de Catia]. Y es cierto, pues convergen, se mezclan y se aguantan con condescendencia decenas de costumbres provenientes de los puntos geográficos nacionales e internacionales. La fiesta de los portugueses (…) ; los velorios de Cruz de Mayo (…) ; el cultivo del son (…); las fiestas con joropo tuyero en algunas zonas de El Amparo; las paraduras del niño traídas por los andinos (…); la celebración del día de Reyes con las roscas de pan hechas por los canarios; la congregación de los libaneses los domingos en Flor de Trípoli, único sitio en Caracas en donde se hace knefe (…); las abluciones espirituales de los musulmanes los días viernes, cuando se trasladan hacia las mezquitas personajes (…); el dialecto africano que se habla en una de las escaleras del barrio Gramovén, propio de los naturales de Palenque, un pueblo de la costa atlántica colombiana; el persignarse “a lo contrario” de cristianos ortodoxos, como Nazareth Koftayan, dueño del secreto de cómo hacer el pan armenio; las transacciones de los judíos peleteros de la calle Argentina; la celebración del año nuevo de los chinos, dueños de todos los restaurantes para obreros y, antiguamente, de todas las lavanderías… un interminable rosario de ejemplos que (…) dan al catiense legítimo una idiosincrasia rica en coloridas narraciones que se convertirían en las películas de Román Chalbaud, las obras de teatro de Cabrujas, algunos sainetes de Aquiles Nazoa o las narraciones de Oswaldo Trejo (Quintana, 2003, p. 43).
Finalmente, esta breve descripción del escenario de estudio, lo complementaremos con otros elementos identitarios de los catienses. Por ejemplo, en uno de los fragmentos del texto de Quintana (2003) puede apreciarse el interjuego entre los propios del lugar y la gente de afuera, para dar respuesta a preguntas como: ¿quiénes son los catienses?, ¿quiénes somos nosotros? En el mismo se evidencia tanto la presencia de un discurso “negativo” sobre Catia y los catienses, quienes son cuestionados, tanto por ellos mismos como por la gente de afuera, por las condiciones de vida y dificultades que exhiben, como la existencia de otro discurso reivindicador del sector y de sus habitantes, lo que puede interpretarse como la presencia de identidades contradictorias en un mismo escenario:
“Cuando la gente de afuera piensa en Catia, ve un retén lleno de marginales e inadaptados pagando su condena”, comenta Ligia, ascensorista de uno de los bloques de Lomas de Urdaneta. “Cadena perpetua”, interviene un entrometido. “Sí, mijo, ¿tú no sabes que hay personas que creen que es un castigo vivir aquí? Tú, por ejemplo, ¿cuántas veces no has jurado que te irías si pudieras?”. Ligia tapa la boca contraria con ese típico movimiento que indica dinero hecho con los dedos, y tras esto coloca un cartel en la puerta de su trabajo: “No funciona hasta nuevo aviso”. “¡Trece pisos! ¡Y con estas bolsas!”, exclama un ama de casa (Quintana, 2003; p. 44).
Catia y la basura
Por todo esto y más, Catia merece que un gobierno que ha recibido de sus pobladores los más altos índices de compromiso con un proyecto político revolucionario y socialista se avoque urgentemente a solucionar los problemas estructurales de Catia. Es injustificable la situación del bulevar de Catia, pero peor aún es que estemos utilizando sus calles como centros de acopio y transferencia de basura al lado de un colegio y detrás de la estación del metro de Propatria. Si esta es una medida transitoria debe informarse por cuento tiempo, y además debe involucrarse a los sectores organizados para velar por esto. Sabemos que el asunto de la basura es un problema estructural pero una solución parcial como esa sin ver soluciones intermedias como el que se recolecte adecuadamente la basura en las calles aledañas alejan al ciudadano de simpatizar con medidas que convierten a Catia en un basurero, quisiera saber si son capaces de hacer eso en la Florida o Los Chaguramos, los catienses no soportamos más discriminación, la indignación debe llevarnos a ser creativos y buscar nuestras propias soluciones.
nicmerevans@gmail.com