Según relata el ex embajador estadounidense en Haití, Robert White, en entrevista con el diario La Jornada del pasado 2 de marzo, quienes hoy lideran el avance de las fuerzas insurreccionales en Haití son "figuras muy sospechosas y desagradables que habían sido expulsadas de las fuerzas armadas de Haití, y que volvieron apoyadas -hay algunas razones para creerlo- por las fuerzas armadas estadounidenses." Igualmente, White sostiene que el gobierno de Aristide ya había solicitado a Republica Dominicana la extradición del líder de los grupos rebeldes, Guy Philippe, pero que ésta había sido negada por ordenes expresas de Washington. Además, el Boston Globe asegura que "las fuerzas armadas estadounidenses reconocieron haber descubierto que algunos de los 20 mil rifles M-16 entregados al gobierno dominicano no pueden ser contabilizados y podrían haber terminado en manos de los sublevados haitianos", lo cual se explica por "la larga historia que tiene la CIA de apoyo a las fuerzas policíacas, militares y paramilitares anti Aristide."
Y es precisamente Guy Philippe, quien hoy se yergue como el caudillo paramilitar que pretende conducir el destino de Haití, dejando atrás a la oposición "democrática" que lo apoyó para derrocar al presidente Aristide.
De acuerdo a Francoise Escarpit (La Jornada, 3 de Marzo de 2004), periodista francés del diario l'Humanité, la entrada de Philippe a la capital de Haití ha sido marcada por una violencia infame. Las hordas que lo apoyan quemaron enormes hogueras donde fueron lanzadas obras de arte y reliquias del vudú que se encontraban en el Museo de Arte. Según relata Escarpit,
« Philippe, que ha cambiado su atuendo de camuflaje militar por un traje negro, entró a la casona y se asomó al balcón principal, acompañado por Paul Arselin, ex embajador de Haití en República Dominicana. Ante unos mil 500 seguidores fanatizados que se habían congregado bajo el balcón, el líder de las bandas armadas leyó una lista de jefes de la pandilla rival, los chimeres, seguidores del presidente caído, y ordenó que éstos se presentaran antes de las 16 horas en ese sitio, declarado desde ese momento su cuartel general, a entregar las armas. De no hacerlo, dijo, sus hombres, constituidos ya en fuerza pública, los irían a buscar. Arselin tomó la palabra y el ánimo del mitin se encendió más. Este último hizo vitorear al jefe de las bandas armadas, dijo que Aristide debería ser encarcelado. Arengó a los seguidores que se habían congregado a ir a apresar al primer ministro Yvon Neptune. »
« Dicho lo cual, Philippe, Arselin y sus hombres montaron en sus pickups y partieron en medio de la algarabía. Instantes después la multitud irrumpió en las salas del museo. El primer asalto fue a un bellísimo salón dedicado a la religión nativa: el vudú. Todo su contenido salió volando por el balcón mientras la gente gritaba que Aristide era el diablo y tenía que ser quemado. Valiosas pinturas de grandes maestros del naif, tallas de madera, objetos para la magia y las ceremonias fueron amontonados. En un instante todo estaba envuelto en llamas, a pesar de que algunos cuantos, entre ellos los periodistas que presenciaron los hechos, trataban de intervenir, de evitar el desastre argumentando que ese es un patrimonio del pueblo. »
« Después la manifestación se dirigió hacia la sede del primer ministro, ubicada enfrente a la embajada mexicana. Ahí subieron los ánimos hasta que la emoción decayó cuando se supo que Philippe y sus hombres se habían dirigido a Petion Ville, el barrio alto que en otros tiempos fue de clase alta, a una reunión "del estado mayor": comandantes e ideólogos del neoduvalierismo: Jodel Chamblin, Paul Arselin, Winter Etienne... Ahí, ignorando los reclamos de Washington que pidió su rendición el martes por la tarde, anunciaron que finalmente no van a dejar las armas mientras existan los chimeres. »
La decisión de Philippe de no deponer las armas – aunque después tuvo que acceder tras el ultimátum dado por Washington - violó el acuerdo que se había logrado con la clase política opositora una vez consumado el golpe de Estado, y convirtió a las fuerzas armadas rebeldes en organizaciones políticas beligerantes por encima de la sociedad política y civil que los apoyó para derrocar a Aristide.
Y no podía ser de otra manera.
La violencia no es un instrumento que puede ser utilizado indiscriminadamente como expresión política porque casi siembre termina por corromper el fin para el cual es empleada. Eso es lo que ha sucedido con el irresponsable llamado de la oposición venezolana a manifestar "pacíficamente" en las calles contra la decisión del CNE utilizando métodos insurreccionales y claramente violentos.
La violencia suele cobrar vida propia y termina arrasando el propósito original que la genera. Quienes pensaban utilizar la violencia como instrumento para presionar al CNE y gobierno, terminaron presos de ella.
En su extraordinario articulo "Soldados e institucionalidad" (Aporrea.org, 2 de Marzo de 2004), el general de división Alberto Müller Rojas sostiene que si bien la violencia puede ser una alternativa viable y legitima, "su colocación como un valor ético mediante lo que se ha llamado ‘el culto a la violencia’", es lo que define el fascismo. En este sentido, Müller Rojas afirma que "tanto los líderes de la CD, como los medios de comunicación masiva privados, han hecho de esta devoción un valor que pretende convertir la barbarie en una conducta cívica."
Es así como la legítima protesta ciudadana es prostituida por una dirigencia política que protege, financia y justifica la violencia para exigirle a las instituciones democráticas del Estado sus demandas políticas.
La oposición venezolana desencadenó su furia fascista pensando que podrían controlar la violencia a su antojo; pero como sucedió en Haití, la bestia no toma ordenes de nadie y arrasa con todo en su camino, hasta con su propio creador, quien termina siendo parte constitutiva de ella.
Antonio Guillermo García Danglades
Internacionalista, MA