La muerte del funerario

El poeta Diógenes Mata Rodulfo me hizo el honor de pedirme que leyera este poema ante la tumba aún abierta de su hermano, mi cuñado y segundo padre Hernán Mata Rodulfo:

“Pongo la mano en la herida

y la voz en el llanto que me ahoga.

El adiós solloza en el corazón.

El susurro alternativo y constante

de tus palabras serán mi compañía.

Hoy me miré al espejo.

Apareció tu imagen en el azul perplejo

y tu alma columpiada sobre olas ingentes

Te volví a imaginar.

Reposas sobre el ala gigante

del sueño de los justos.

Hermano, ¡adiós! Adiós por siempre.

Mi poema es un llanto.

La herida queda abierta”

En parte por mi propia negación, en parte por mitigar el dolor de mi hermana Clara y mis sobrinos, en parte también por la carga espiritual que lleva consigo hasta el más pintado de los incrédulos, y que hace explosión en momentos como aquél, antes de leer el poema hice salvedad de mi fraternal discrepancia con ese adiós, pues tenía —y tengo— la íntima convicción de que Hernán anda todavía por allí con su sonrisa perenne, burlándose de la muerte, con un chiste a flor de piel, solidario al por mayor, vivo en cada niño que juega alegre y en cada mano que se extiende desinteresada hacia el más pobre, débil, enfermo o necesitado.

Si el socialismo cristiano existe, tuvo en Hernán Mata su expresión moderna más acabada. Desprovisto de teoría y liturgia, pleno de práctica cotidiana.

La noticia de su muerte corrió como pólvora en Margarita. En el terminal de ferrys lo esperó un ejército de carrozas negras. Todos los funerarios de la isla fueron a escoltarlo.

Mientras lo velábamos en su propia funeraria —sí, Hernán era funerario, vivía de la muerte, pero por sentimental le huía a velorios, entierros y pésames—, pasó por la calle San Rafael de Porlamar un indigente que dejó en la puerta una bolsa plástica repleta de panes de perro caliente.

Uno de los empleados preguntó:

—¿Y esto que es, mijó?

—Es que el señor me regalaba un pan todos los días y yo quise traerle este paquete.

Más que caridad

No sólo ejercía Hernán la caridad con aquello que sobraba. Así, cualquiera. No. Su propio negocio dejó de prosperar como otros, y él vivía secretamente agobiado por las turbulencias económicas. Esto porque se resistía a subir los precios de los servicios fúnebres, ya de por sí difíciles de afrontar para la gente humilde que tocaba a su puerta en momentos de máximo dolor y también porque buena parte de su activo era “plata en la calle”, es decir, dinero que le debían —le deben— cantidad de paisanos suyos a quienes no tenía cara para negar un “fiao” a la hora de enterrar un familiar. Muchas cuentas por cobrar las anotó en una panela de hielo.

“Yo no voy a especular”, respondía cuando alguien sugería pedir más una urna, una capilla, un traslado.

El egoísmo y su hija la avaricia le eran ajenos. Podían faltar cobres en caja, pero su casa era la casa de todos y de su mesa nadie se paraba sin el corazón contento. Sin una taza de avena, una lisa frita o un plato de hervido de pescado con bastante limón, ají margariteño y verduras blancas, como Hernán enseñó a Clara que se hace en la isla.

De niño tuvo que trabajar como marino en largas y fantásticas faenas junto a su padre, Chano, trasladando cemento por el Orinoco, para que su madre, doña Mena, y sus hermanos pudieran echar adelante allá en su natal Valle de Pedro González. Pudo, sin embargo, completar primaria y bachillerato para irse a estudiar a Mérida, de donde se fue a Caracas sin título alguno. Consiguió trabajo en Seguros La Fe, donde entabló amistad con el dueño, Elías Vallés, de quien se hizo amigo y compañero de tragos en la famosa República del Este.

Regresó a Margarita con Clara y cuatro niños a cuestas, huyéndole a la farra y para levantar, de cero, la Funeraria La Inmaculada, hoy Servicios Funerarios Mata. Apenas pisó su isla, de caña barata por el Puerto Libre, abandonó por completo el hábito, con una disciplina que ni los curas con su voto de castidad. Sólo accedió a probar un trago, del vaso en que bebíamos mi esposa y yo la noche de nuestro matrimonio. Un pase de factura de los mesoneros, molestos porque el recién casado les reclamó la desaparición de unas botellas, hizo que los tres amaneciéramos con una envenenada resaca, o sea, un ratón de marca mayor. Después, más nunca. Para alegrarse le bastaba oxígeno y compañía. A lo sumo, un disco de Reinaldo Armas. Era, además, un incansable lector.

Con la misma templanza dejó el café cuando sintió que estaba haciéndole daño. Era un tipo sano, vital, que se preciaba de tener más fuerza que nadie. Lo demostraba con la tenaza de su apretón de manos.

Un “sí” multiplicado

El sábado antepasado, en una de sus frecuentes visitas a Caracas, me acompañó a la Feria de Comunicadores con la Enmienda, a la que me invitaron para dar un saludo a la multitud en la Plaza Bolívar. Estuvimos rato echando broma con Joselo, el chino Oswaldo Pino, Francisco Pérez, Hindu Anderi, Vivian Alvarado, Alcides Castillo, Isidoro Duarte y otros más. Era resueltamente chavista, con críticas, como es normal, pero convencido de que devolver el gobierno a la oposición sería una desgracia para Venezuela. Se sentía contento y orgulloso de estar allí.

Iba a Margarita a votar y a dejar lista la declaración de impuestos, para regresar cuanto antes a Caracas, donde quedaban Clara, dos de sus hijas y su más pequeña nieta. La carretera a Oriente se lo tragó, como a muchos, en esa guillotina llena de huecos que hay por Cúpira, Buenos Aires, El Guapo. No se sabe qué pasó. Sólo se descarta el sueño, pues apenas amanecía y él había dormido completo. Pudo ser falla mecánica, exceso de velocidad, otro vehículo que lo embistiera o una repentina tronera mal esquivada. Lo cierto es que se encunetó y el carro volcó varios metros más allá. No llevaba cinturón de seguridad. De tenerlo, quizá se habría salvado. En todo caso, sin poder asegurar que ésa fuera la causa, ¿cuántos muertos más se necesitan para que arreglen la vía o terminen de construir la bendita autopista? ¿Cuántos votos de los que perdió la revolución están ahí, escondidos para los sabihondos, en el absurdo de un país petrolero, productor y exportador de asfalto, con carreteras principalísimas perforadas por la indolencia? Puede que en 10 años se hayan construido más kilómetros hacia Oriente que en 40 de puntofijismo, pero las estadísticas no admiten excusas. Era ésa una de las fallas de las que Hernán resentía, aunque convencido de que el compromiso de Chávez con los más pobres valía más que tales deficiencias y ciertas compañías, que algún día también tendría que superar.

Lo enterramos el sábado 14, un día antes del referendo. Con todo, su “sí” no se perdió. Más bien se multiplicó. Algunos deudos tentados a abstenerse votaron a favor en tributo a su memoria.

El poeta Diógenes le dijo adiós. Y tiene razón. No lo veremos más físicamente. Su ausencia es grito imposible de acallar. Se me antoja, empero, que anda por allí, con su cabello negrísimo de indio guaiquerí, su bigote blanco y sus manos de tenaza, mirando germinar las semillas de amor y solidaridad que dejó sembradas por doquier. Toca a nosotros regarlas. Cuente con eso, mi cuñao.

Taquitos

¿Y LA CORONA? Si hubiese sido cierto lo que se decía con desparpajo antes del 15F, por estos días deberíamos estar asistiendo a la coronación de Hugo I. Pero no es así, porque no era monarquía lo que proponía la enmienda a la Constitución. Con el mismo desparpajo, el antichavismo impreso esconde sus antiguas coronas de cartón y ahora muestra las cuentas que evidencian un cierto crecimiento electoral de la oposición a costillas del chavismo, mayoritario, aunque amenazado por la tendencia al desgaste. Cálculos que sólo son posibles en un escenario democrático, con excesos, omisiones y fallas, pero electivo, plural y alternativo, con niveles de participación superiores al de mucha “democracia” consolidada. Sí, esta es la única monarquía donde el rey se somete a elecciones y un plebeyo puede quitarle la corona en las elecciones de 2012. Una caricatura que desvió el debate electoral a ridículos terrenos ofensivos a la inteligencia. PLANCHITIS. Puede parecer temprano, y las prioridades nacionales son otras, pero ahora lo que corre en los subterráneos de la política es la planchitis. En uno y otro bando. Las elecciones para la Asamblea son el próximo año. Abundan aspirantes a diputados. A serlo o a seguir siéndolo. No son automáticamente trasladables, pero los pretendientes revisan los históricos electorales para ubicar circuitos y estados más salidores. Desde ya, en murmullo, hay gente pidiendo permiso al jefe para postularse o enfocándose en el patio más adecuado para promoverse. ¿Irá el PSUV solo? ¿O aliado con partidos y/o movimientos sociales? ¿Llevará candidatos comunes la oposición? ¿Se mantendrán las distorsionantes “morochas”? ¿El antichavismo tomará control de la AN? ¿O sólo bloqueará al PSUV las dos terceras partes necesarias para aprobar o reformar leyes orgánicas y designar autoridades constitucionales? ¿Viene nueva Habilitante para enfrentar la crisis capitalista? SUSPENSIÓN. Se estudia la posible suspensión de las elecciones de concejales y juntas parroquiales de este año para unirlas con las parlamentarias de 2010. Habrá que ponderar su efecto en los municipios, donde muchos alcaldes están en minoría en sus concejos. CITA: “En un mundo de falsedad universal, decir la verdad es revolucionario”. George Orwell.


columnacontralacorriente@yahoo.es


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Ernesto Villegas Poljak

Periodista. Ministro del Poder Popular para la Comunicación e Información.

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