Mi delirio sobre el Chimborazo

Una de la más bella obra literaria que ser alguno haya escrito lo fue por un hombre portentoso, sin haber sido conocido como escritor. Él se dedicó principalmente a la acción militar, a batallar y a manejar conflictos y dificultades, sin embargo siempre estuvo inspirado por la Providencia y produjo unos escritos hermosos; su prosa siempre fue fina, enérgica e incuestionable. Aquel escritor ejerció un poder humanos jamás imaginado, en lo real y teórico, y así su pensamiento escrito sigue brillando en el tiempo, eternamente vigente, e iluminando a todas las personas que busquen amor y justicia; sublimes anhelos encontrados en la gracia de Dios. Convénzase de lo anterior, amigo lector, lea, más bien estudie, analice con el mayor cuidado la siguiente pieza literaria creada por el ingenio de aquel gran hombre venezolano, nuestro brillante, inmenso e incomparable héroe inmortal, el Libertador Simón Bolívar; cuya memoria en ocasiones es irrespetada por rabiosos y repulsivos apatridas.

“Yo venía envuelto con el manto de Iris, desde donde paga su tributo el caudaloso Orinoco al Dios de las aguas. Había visitado las encantadas fuentes amazónicas y quise subir al atalaya del Universo. Busqué las huellas de La Condamine y de Humboldt, seguidlas audaz, nada me detuvo; llegué a la región glacial, el éter sofocaba mi aliento. Ninguna planta humana había hollado la corona diamantina que pusieron las manos de la Eternidad sobre las sienes excelsas del dominador de los Andes. Yo me dije: Este manto de Iris que me ha servido de estandarte, ha recorrido en mis manos sobre regiones infernales, ha surcado los ríos y los mares, ha subido sobre los hombros gigantescos de los Andes; la tierra se ha allanado a los pies de Colombia, y el tiempo no ha podido detener su marcha de la libertad. Belona ha sido humillada por el resplandor de Iris, ¿Y no podré yo trepar sobre los cabellos canosos del gigante de la tierra? ¡Si podré! Y arrebatado por la violencia de un espíritu desconocido para mí, que me parecía divino, deje atrás las huellas de Humboldt, empañando los cristales eternos que circuyen el Chimborazo. Llego como impulsado por el genio que me animaba y desfallezco al tocar con mi cabeza la copa del firmamento: tenía a mis pies los umbrales del abismo.

Un delirio febril embarga mi mente; me siento como encendido por un fuego extraño y superior. Era el Dios de Colombia que me poseía. De repente se me presenta el Tiempo bajo el semblante venerable de un viejo cargado con los despojos de las edades: ceñudo, inclinado, calvo, rizada le tez y una hoz en la mano. Yo soy el padre de los siglos, soy el arcano de la fama y del secreto, mi madre fue la Eternidad; los límites de mi imperio los señala el Infinito; no hay sepulcro para mí porque soy más poderoso que la Muerte; miro lo pasado, miro lo futuro, y por mis manos pasa lo presente. ¿Por qué te envaneces, niño o viejo, hombre o héroe? ¿Crees que es algo tu Universo? ¿Qué levantaros sobre un átomo de la creación, es elevaros? ¿Pensáis que los instantes que llamáis siglos pueden se servir de medida a mis arcanos? ¿Imagináis que habéis visto la Santa Verdad? ¿Suponéis locamente que vuestras acciones tienen algún precio a mis ojos? Todo es menos que un punto a la presencia del Infinito, que es mi hermano.

Sobrecogido de un terror sagrado, ¿Cómo, oh tiempo respondí, no ha de desvanecerse el mísero mortal que ha subido tan alto? He pasado a todos los hombres en fortuna porque me he elevado sobre la cabeza de todos. Yo domino la tierra con mis plantas; llego al Eterno con mis manos; siento las prisiones infernales bullir bajo mis pasos; estoy mirando junto a mi rutilantes astros, los soles infinitos; mido sin asombro el espacio que encierra la materia, y en tu rostro leo la Historia de lo pasado y los pensamientos del Destino. Observa, me dijo, aprende, conserva en tu mente lo que has visto, dibuja a los ojos de tus semejantes el cuadro del Universo físico, del Universo moral; no escondas los secretos que el cielo te ha revelado: Di la verdad a los hombres. -El fantasma desapareció-. Absorto, yerto, por decirlo así, quedé exánime largo tiempo, tendido sobre aquel inmenso diamante que me servía de lecho. En fin, la tremenda voz de Colombia me grita; resucito, me incorporo, abro con mis propias manos los pesados parpados: vuelvo ha ser hombre, y escribo mi delirio”


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José M. Ameliach N


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