La cosecha roja de la Universidad de Carabobo

La inolvidable novela policial de Dashiel Hammet Cosecha roja concluye con la toma de la Guardia Nacional, de aquella ciudad maldita en poder de unas mafias implacables que habían desatado su furiosa guerra en las calles, enfrentamiento sangriento y generalizado. Qué sorpresa (y qué vergüenza) que la Universidad de Carabobo ahora luzca como aquella ciudad desbordada por los criminales, las armas, las llamas, la sangre y hasta los muertos. De veras que quema los fusibles de la cabeza ver cómo las mismas autoridades y grupos dominantes de la UC, que desde hace tiempo se rasgan las vestiduras por la autonomía universitaria, como si algún peligro externo (o sea, el gobierno) la asediara, se hayan visto precisadas a convocar ellas mismas, insisto, a la Guardia Nacional para resguardar unas elecciones decanales.

En realidad, la violencia no es nueva en la Universidad de Carabobo. Recuerdo claramente, por ejemplo, el asalto de aquellas elecciones estudiantiles de 1987 por parte de las bandas armadas de Acción Democrática. El fenómeno de la llamada “capucha” viene desde, por lo menos, la segunda mitad de los ochenta. Antes, los enfrentamientos con la policía se hacían con las caras descubiertas. Eran choques de verdad verdad, con plomo de allá para acá. Había estudiantes y profesores heridos y muertos, acerca de los cuales ni se sabía, porque “misteriosamente” no salían por los medios. No había cámaras de televisión como las que ahora cubren cualquier pataleta de los dirigentes estudiantiles de ahora. Ante la acción de los agresivos organismos de seguridad de aquellos gobiernos verdaderamente represivos, se impuso el tapado de rostro como mecanismo de seguridad, porque si te identificaban cuidado si no te buscaban y desaparecían. Eran batallas por el presupuesto universitario, enmarcadas en larguísimos paros, por el pasaje estudiantil, contra allanamientos siempre justificados por los medios y por el gobierno de turno, adeco o copeyano.

Pero aquella “capucha” politizada, aguerrida y hasta disciplinada, fue degenerando en un proceso promovido por los nuevos grupos de poder que también se fueron enquistando en la universidad. Posiblemente el punto de quiebre de ese proceso degenerativo fue cuando un grupo estudiantil cambió unos votos en el claustro por las iniciales de unos apartamentos y unos carros. A su vez, esa conversión de la negociación política en simple negociación entre mafias, tuvo que ver con la consolidación de una macolla que se atrincheró en importantes posiciones de la estructura de poder ucista.  O la degeneración tocó fondo cuando se ofrecieron unos reales para garantizar “la seguridad” de un rector o un decano. O cuando se ofrecieron unos cargos administrativos. O cuando se permitió la construcción de una “ciudad bendita” (en alusión a una conocida telenovela) en los pasillos adyacentes a FACES, Educación o Derecho.

Los muertos que viene “cosechando” esa guerra entre grupos armados delincuenciales, ya tienen varios años. Así mismo, las violaciones, las redes de narcotráfico y de prostitución juvenil. Que todo viene junto. Así como las pugnas por piñatas tan apetitosas como aquella “fundación”, cuyos millardos ofreció alegremente Acosta Carles hace pocos años. O las pugnas por concursos, por cupos, por cargos administrativos. Todo se fue mezclando en un solo caldo de corruptelas, violencia, malandraje y crimen organizado desde las alturas, hasta llegar a un sicariato que ya se anuncia.

Por eso, pensándolo bien, no nos sorprenden demasiado esos guardias nacionales apostados en la avenida Salvador Allende para resguardar unas simples elecciones decanales, porque ¿qué estamos eligiendo los universitarios en realidad? La complicidad ha sido la actitud generalizada en TODO el bloque de poder que ha gobernado esa institución desde, por lo menos, comienzos del nuevo siglo. Apriete usted cualquier pequeña protuberancia en el régimen universitario y le saltará a los ojos una gota de pus.

O un disparo.


dagamajose@hotmail.com


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Jesús Puerta


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