A Rosales, Ismael García hizo de Celestina

Hay una vieja tradición del luchador político venezolano de no asilarse en embajada y menos salir huyendo del país. Quienes acosados salían, no tardaban en volver a hundirse en las catacumbas clandestinas e integrarse a los frentes de combate. Hasta el cura José Cortés Madariaga, aquel del dedo agitado detrás de Vicente Emparan, sin ser venezolano de nacimiento, salía pero inmediatamente volvía a entrar. Usted lo puede detectar deambulando por los lados del río Hacha, en territorio neogranadino, como lo encuentra metido en los avatares de la guerra en Maturín o en Cariaco. Hasta llegó a fugarse de Ceuta, en España, donde estaba prisionero, para aparecer de nuevo en el oriente venezolano.

Bolívar, solo salía a prepararse y hasta apertrecharse para volver al combate. Pudo estar en Nueva Granada, Jamaica, Haití, pero sólo hasta estar listo para el regreso.

Los combatientes orientales como Mariño o Bermúdez, apenas salieron a Trinidad para inmediatamente integrarse a la guerra y no salir más nunca del territorio nacional. Otros como los Monagas, Cedeño, Zaraza, Sotillo, Páez, mientas duró la lucha por la independencia, en ningún momento dejaron la amada tierra.

Más tarde, en la Guerra Federal, los Zamora y todavía esa leyenda que fue Juan Antonio Sotillo y otros más, se fueron a Trinidad únicamente a preparar los planes de invasión.

Para no alargar demasiado el asunto, recordaremos que en la dura lucha clandestina contra los gobiernos de AD y COPEI, a los militantes del MIR y PCV, les estaba prohibido, sujetos a la pena de expulsión, asilarse en embajada alguna o salir del país por su propia iniciativa. Incluso, aquellos que el gobierno sacaba y cuya presencia en Venezuela fuese necesaria, volvían como los viejos héroes.

Manuel Rosales, estrictamente hablando, no está siendo solicitado por motivos políticos. El debió asistir a una audiencia preliminar, por un juicio que se le inicia bajo la acusación de presunto enriquecimiento ilícito. Y es falso que sea objeto de persecución por orden del gobierno, porque de ser así, no se le hubiese amnistiado por los hechos de abril y ahora mismo, el juez de la causa, si es que recibe órdenes del Ejecutivo, como afirman los opositores, le hubiese impuesto, por lo menos, prohibición de salida del país.

Rosales se fue al Perú, primero porque está conciente de la validez de los cargos que contra él pesan. Aquí basta con decir que es difícil esconder la gripe y el dinero. También porque AD - Rosales sigue siendo adeco- el APRA y particularmente Alan García, son como uña y carne. Ese contubernio viene desde los tiempos de la amistad de Betancourt con Raúl Haya de la Torre, fundador del partido peruano. Y por estas razones el prófugo, espera que no le dejen en la estaca y le concedan un asilo aunque no sea nada honorable. Uno espera que Alan García, como dijese Obama, “no esté atrapado en el pasado”.

Para la oposición, la huída del alcalde de Maracaibo, que tiene toda la connotación de una confesión de los delitos que le imputan, es un inconveniente y una mancha difícil de sacar. Aquella hubiese preferido que se quedase en el país enfrentando el juicio y eso sirviese de elemento de agitación para enrarecer el clima político venezolano. Pero Rosales, inocente o culpable, no tiene los rasgos de todos los héroes, conocidos o anónimos, que arriba citamos. Por eso, tomó la decisión de marcharse a sabiendas que los recursos que dispone le aseguran una vida muelle.

Por esa salida, Rosales y la oposición quedaron mal parados. Si es inocente, como puede ser que alguien crea, le quedó muy feo huir y no enfrentar, como corresponde a la tradición venezolana y a un alto dirigente, a sus acusadores. Aún más, si hubiese actuado de otra forma, brindaba a los opositores y a quienes luchan por la “libertad” y contra la “dictadura”, una bandera de referencia nacional e internacional. Además vale decir, “QUIEN NO LA DEBE NO LA TEME”.

Pero Rosales no tiene pasta de héroe y, con su conducta, reforzó la idea que los cargos contra él son en exceso pesados y contundentes.

Dadas así las cosas, había que brindarle al acusado aunque fuese una hoja de parra, para justificar su huída y a la oposición una excusa para no abandonarle y eludir el riesgo que el sujeto dijese posteriormente cosas indebidas. Aquí, por diferentes motivos, nada difíciles de determinar, funcionó la solidaridad expresa y automática.

El refranero popular oriental dice que el hambre se junta a la necesidad. La oposición sintió de pronto el hambre de encubrir políticamente a Rosales. Ismael García, tiene la apremiante necesidad de ganarse la confianza de la derecha, que le pueda permitir volver al parlamento y seguir aunque sea con una vida agónica.

Los conversos suelen ser más peligrosos y hasta extremistas que quienes, en su entorno nuevo, no buscan el perdón o la aceptación.

Por estas cosas, Ismael García, dirigente de un “partido” que se quedó en la orfandad, se prestó para brindarle a Rosales la hoja para cubrir la vergüenza, por lo menos derivada de la inexplicable huída de quien se dice inocente. Pero siendo más ajustado, es procedente decir que García, sin rubor, hizo de Celestina.

Y con todos esos fines, el de justificar a Rosales, tapar lo que es un nuevo error opositor y garantizarse una dádiva, Ismael García sacó su enjuta hoja de parra, para compartirla con quienes como él, quedaron desnudos. Una condena inexistente, absurda e increíble, firmada y todo.

Hablamos del anuncio hecho por García, de poseer una copia de una sentencia adelantada, que condena a Rosales a 30 años de prisión y hasta determina el sitio donde debe cumplirla.

Y ese argumento nada sensato y hasta pueril, sobre todo sabiendo que el juicio apenas está en sus inicios, es el argumento que se ofrece para pedir en Lima el derecho de asilo y excusar el vergonzoso proceder ante la opinión nacional e internacional.

Nunca antes uno podría encontrar una mejor oportunidad para decir el viejo refrán “Dios les cría y ellos se juntan”.

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Eligio Damas

Militante de la izquierda de toda la vida. Nunca ha sido candidato a nada y menos ser llevado a tribunal alguno. Libre para opinar, sin tapaojos ni ataduras. Maestro de escuela de los de abajo.

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