Periodistas por tres monedas de oro

     Si algo demuestra la consistencia ética, política e intelectual de una profesión es el ejercicio público o privado que de ella se hace. Confrontarse con la realidad o mejor dicho, cotejarse con los hechos tal como se presentan, sean éstos en tiempos de paz o de guerra, de confusiones continuas o mediocridades consagradas, permite medir cuán densa y elevada es la integridad del profesional de ésta o aquella disciplina científica. Resulta de una comodidad artificial, vegetativa, por decirlo sutilmente, pasearse por los teoremas, postulados, autores y tesis mientras ante tus ojos hay un mundo real que se empobrece, una sociedad de consumo en completa podredumbre moral, modelos productivos capaces de mutilar hasta el alma misma de las fuerzas que lo operan. Nada es tan débil como la sombra ni tan falso como el reflejo en el espejo...

     El país vive desde hace diez años tormentas substantivas pero no inconexas. El viejo sistema bipartidista alcanzó tal grado de degradación estructural que fue capaz de implosionar. El capitalismo subdesarrollado que nos mantiene por debajo de la dignidad humana, agotó un modelo de operadores políticos que garantizaba y perpetuaba el control del aparato gubernamental, medios de producción, materias primas y manipulaba la conciencia colectiva.

     Ha sido una década cuya esencia no termina de revelarse ni cuyo pasado logra disiparse. Las fuerzas emergentes, autocalificadas de revolucionarias o bolivarianas, que no necesariamente es lo mismo, han sido atrapadas por su  propia medicina o inoculadas con su propio veneno. Partidos que nacen y mueren enarbolando ideales creados contracorriente. Organizaciones que emergen y luego desaparecen sin haber salido de la atrofiada infancia, creados por una necesaria urgencia estratégica de Poder. Un líder político como el Comandante Chávez, hiperbólicamente comunicacional, hecho a la medida de las circunstancias pero envuelto en sus propias visiones y astucia cívico-militar, con éxitos “oficialistas” relativos, pero evidentes.     

     Todos los días el país se mueve en direcciones imprecisas para algunos, coherentes para otros. Hay un discurso desde Miraflores concebido “in vitro” y, más aún, constante en sus objetivos. Mientras  tanto, la diáspora y el cinismo se apodera frenéticamente y de manera indisoluble, de lo que uno no sabe si llamarla oposición, enemigos, adversarios o despechados políticos. En todo caso, aun cuando no se disparen  tiros verdaderos ni salgan tanques blindados a destruir el nicho contrario, desde el amanecer hasta la medianoche los medios privados y públicos de parcializada información se despellejan entre sí, sin piedad ni un mínimo de respeto a terceros.

     Hay una historia,  muy “tropical” ella, que se registra por encima del asombro puntual, sin saber ciertamente hasta cuándo seguiremos demostrando esta colosal capacidad de construirnos, destruyéndonos y de hacernos, deshaciéndonos. Y uno de los personajes, tal como si fueran actores y actrices estelares, de esta especie de tragicomedia política venezolana son los y las Periodistas, con su destartalado pero inefable Colegio Nacional.

     Da vergüenza que a estas alturas del pensamiento civilizatorio, con una dimensión científica cada día más aguda sobre la trascendencia de la Comunicación en la sociedad humana, los periodistas venezolanos, de ambas bandas, reduzcan el ejercicio profesional al cegato espacio del “chavismo” y el “antichavismo”. Como si la punta de sus narices fuese la medida precisa hasta donde puede llegar su profundidad.

     Hacer creer (incisivamente) a la gente que lee, escucha, ve  y piensa lo cerca que estamos del infierno si este gobierno continua o lo lejos del retorno de la IV República, tiene tanto de burlesco como de majadero. Si bien el Periodismo está guiado por postulados teóricos y un Código Ético, lo que hacen sus ejercitadores es la más burda aplicación, traición conceptual y violación moral.

     Ciertamente que “la realidad exterior carece de una explicación absoluta. Siempre propondrá diversas lecturas para quienes buscan desmontar la trama, descubrir las causas y la explicación de los hechos observados”, de tal suerte que puede calificarse como un delito de “lesa profesión”, la embriaguez sectaria y mediocridad continua que sufren los y las periodistas al servicio de los medios públicos y privados de parcializada información.

 Que un periodista no puede ni debe ser insensible ante los hechos ni venderse por tres monedas de oro ante el patrón que lo utiliza, es tan irrebatible como si una mata de mango fuera capaz de dar manzana. Una cosa es la posición política que en determinado momento tiene que asumirse, a riesgo de la propia vida si es necesario y, otra muy distinta, utilizar la profesión para doblar la verdad, soltar mentiras a medias y cargarle el maletín al que le llena la barriga pero no los sesos.

El Periodismo venezolano no merece periodistas así. 

  *Periodista

elmerninoconsultor@hotmail.com


    



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*Elmer Niño


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