Todas las encuestas han reflejado que el problema al que le teme más nuestra población, y que desea sea solucionado a la brevedad, es la problemática de la inseguridad. En el reciente referéndum para la enmienda a la constitución, al igual que lo viene haciendo en las últimas elecciones, el argumento más empleado por la oposición, fue el de la situación de la inseguridad. A partir de ese descontento en nuestra población, es que los medios de comunicación han impulsado sus diversas campañas machaconas, poniéndole la lupa a las debilidades que pueda conseguir en este aspecto.
Se entiende que la inseguridad no surge con la aparición del comandante de la revolución, y claro que no son comparables los niveles de inseguridad de la cuarta, donde te mataban por un par de zapatos, con los actuales. Pero al fin y al cabo el problema existe, ahora magnificado por la lupa mediática, y continua generando zozobra, temor y dolor en nuestra población.
Más allá del hecho de definir a cuales gobiernos corresponde el problema de la inseguridad y que se ha hecho en el nuestro por aminorarlo, deberíamos mortificarnos por reducir definitivamente este flagelo que azota a muchas de nuestras comunidades, casi impunemente. Hasta ahora, nos hemos dado cuenta que las innumerables políticas de inclusión, desplegadas por nuestra revolución, no lo son todo. Las diversas misiones educativas, las de salud, las alimentarias, entre otras, han hecho un inmenso aporte a nuestra población, pero no han resuelto el problema en su totalidad. En parte, porque la delincuencia no tiene una génesis común. Son muchas las causas del surgir de la delincuencia; no sólo la exclusión y la pobreza la generan, aunque se entiende que son sus mayores detonantes. Existen otros elementos como: La desintegración familiar, el consumo de drogas, la violencia y la codicia inoculada a través de algunos medios, pero sobre todo el clima de impunidad reinante en nuestra sociedad. Si no hay castigo por los delitos cometidos, ¿Por qué no reincidir?. Si nuestro pueblo percibe un ambiente de corrupción en algunas instancias de gobierno, si se emplea a las bandas de delincuentes, como grupos de choques en lo político. Si se observa que los bandidos con altos rangos en nuestra política, se pasean con inmunidad por nuestras calles, que se pudiera esperar del joven mala conducta del barrio. Si la espiritualidad que traspiran nuestros dirigentes es negativa, gran parte de lo que sucede hacia abajo lo generan ellos mismos.
Hablamos mucho, de que la base de nuestra revolución son los obreros y los campesinos, y día a día vemos como resulta tan fácil asesinar a un dirigente obrero o campesino. Son largas las listas de los asesinados por defender los derechos del pueblo. Somos indolentes hasta con su muerte, he llegado a creer que nos fascina tenerlos como mártires de nuestra revolución. Nuestro proceso se ha convertido en vampiro de nuestros dirigentes de la base obrera y campesina. Sostenemos un lamento hipócrita y estúpido sobre nuestros compañeros asesinados, como que si no tuviéramos en nuestras manos la posibilidad de hacer justicia infinita en cada uno de los casos que conocemos. Grosero me parece en lo personal, como ha transcurrido el vil asesinato del camarada sindicalista de la Toyota; Argenis Vásquez Marcano, el comportamiento de nuestros cuerpos policiales ha dejado mucho que desear. Es increíble que se acumulen los días y todavía no haya nada que decirle a nuestra población sobre el suceso. Y lo lamentable de todo, es que esta situación se repite una y otra vez y la impunidad sigue su galope, firme y rampante. Yo pregunto, si no hay una motivación especial para al menos llegar a los culpables en este caso. ¿Hay alguien en este estado que no haya sentido con dolor propio el asesinato de este camarada?. Decía nuestro libertador; que “La impunidad de los delitos hace que estos se cometan con más frecuencia: al fin llega el caso en que el castigo no basta para reprimirlos”. Como ya vemos, no basta con las medidas de inclusión y disminución de la pobreza. Hace falta más moral revolucionaria entre nuestros dirigentes y en todo nuestro sistema judicial. Pero sobre todo hay que empezar a castigar con fuerza a todo aquel que incurra en delitos, sean del color y del partido que sea. Urge complementar las políticas que en este aspecto viene desplegando nuestra Revolución.