(Pero me gustan más los engordados en quintas del este)

Cuando de automóviles se trata no tengo preferencias

Yo quisiera tener un carrito nuevo, virguito, como dice el refrán, y si ha sido engordado en una quinta del este de Caracas mejor para mí, porque me dará el confort para dejar de ser un patas en el suelo como nos dicen a nosotros los pobres la clase media que quieren todo para ellos y, más ahora que han puesto de moda esconderlos apretujaditos para después vendérselos a un grupo de asalariados que deben pagarlos con sobreprecio meses después, por veranear en las residencias o mansiones de ricos que, algunos de ellos resultan ser dueños de medios y, para que todo el mundo se entere que son guapos y tienen modus vivendi se llevan su abogada chiclera y, sus cámaras para reforzar la legalidad de sus actos, nada legales, para atraer público que a coro responderá: con mis carros no se metan que quien los paga somos nosotros.

Cada vez que veo por televisión el descubrimiento de un nuevo lote de carros de todos los modelos en los nuevos estacionamiento que las concesionarias le destinan: me entra una comezón que no sé si de rabia o de alegría o de mala intención de pensamiento al desear tener uno para sentirme otro y, salir de esta rutina diaria que me mata de noche, de tanto echar paticas de día por estas calles de huecos sueltos que se come mis zapatos sin marca y, como mi sueldo mínimo no me alcanza para ponerme en uno: sufro amargamente de males mayores que trastocan mi soledad espiritual al no poder embarcarme en el mundo moderno del capitalismo a ultranza que no nos deja correr en la autopista de mis emociones acumuladas y, siempre ando de acera en acera sin tocar la raya amarilla de mi esperanza, y por tal motivo, sólo me que da reírme de los pobres pendejos que a diario trasquilan al ponerse en un carrote nuevo y, ellos campantes llevando palos de su misma clase, en cambio yo: cuando paseo por las vías de la ilusión lo hago en el cacharro rojo de amigo Toñodale Zuloaga sonreído cuando me lleva cada domingo impar a recorrer el Paseo los Ilustres hasta Los Palos Grandes y, de regreso coge la Cota Mil para finalizar en la Avenida Baralt a comer pollo asado dentro de lo que queda de lo que fue flamante modelo año ochenta sin marca visible al borrársele ésta, envidiado u odiado por los que lo ven pasar de lo feo que está el carrito esperando que el presidente Chávez se lo cambie por uno a gas que no los prometió y promesa es palabra empeñada.

No lo creerán pero en esta vida me he disfrazado de todo para tapar mi apariencia de bajo nivel social a ver si pego una, pero últimamente, lo que más quiero ser es dueño de una concesionaria que me permitiría ser súper millonario nueva onda –nada revolucionario- a más tardar una semana vendiendo con el precio del tanto por ciento que me venga en ganas cada día y, con la cantidad de “inocentes” sueltos en mi Venezuela me voy a burro en lo que tarda en cantar un gallo que, seguirían cantando para mí hasta que canten los inconformes de austeridad fácil.

Y para no perderlo todo sin darle un palito a la piñata de la inseguridad económica: dejen que la impunidad galope en el hipódromo de las injusticias sociales como le gusta a mi amigo Toñodale Zuloaga dueño de un galpón recoge latas en las vías alternas del poder mediático.







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Esteban Rojas


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