¿Qué piensa la muchacha que pila y pila?

No he escuchado explicación más precisa, elocuente e inspiradora sobre la inspiración, que aquella que brotó de su humilde y gigante brillantez: “Los occidentales dicen que la Musa llega y te inspira… los orientales que la inspiración es un duende que está dentro de nosotros. Yo creo que la musa es como una mujer hermosa que llega, seduce al duende y entre los dos procrean el arte. No basta con uno de los dos”.

¡Claro! Él fue muchas veces cuna de aquel romance que engendró la más hermosa poesía. Como diría Kant o Pierce: él fue capaz de llegar a la más profunda “primeridad “, para encontrarse consigo mismo, sin prejuicios ni limitaciones de ningún tipo. Con su filosofía sencilla y profunda construyó dentro de sí, un universo que nos fue regalando como exclusivas flores melodiosas en cada una de sus primaveras.

“Yo no le pongo música a mis canciones con el cuatro, porque no lo toco bien… solo me sé cuatro notas y no quiero que eso me condicione. Así que yo escribo con el corazón, musicalizo con el alma y después… le impongo esa melodía al cuatro”. No necesitó instrumento… ni pentagrama... ni conservatorio. Solo sensibilidad… única y exclusivamente eso. Él no nació para leer, ni escribir la música, sino para hacerla y ofrendarla. Para extraerla de donde no pueden llegar todos los músicos, sino los genios. Los capaces de escuchar la tristeza de las campanas de la capilla… o en un perro, los ladridos del hambre que Dios le puso.

No veneró la pobreza, pero la respetó y la vivió. Recuerdo que cuando le entregaron el Premio Nacional de Música, Ítalo Silva y yo lo fuimos a buscar a su casa en Maracay para llevarlo a la sede del CONAC donde sería galardonado. A las siete de la mañana lo recogimos y le dijimos que el programa incluía un desayuno con el presidente de la Institución, así que salimos en ayuna. Llegamos a las nueve al lugar y a las doce del medio día, con un exquisito bufet montado, no se podía comer hasta que llegara el anfitrión principal. Cuando este apareció… y después de los respectivos saludos y demás retardos protocolares… al filo de la una de la tarde, un funcionario se le acercó y le dijo: “ya vamos a comer maestro… ¿tiene hambre?”. A lo que él respondió, de la manera más ligera, espontánea y repentista: “Desde muy temprana edad mijo”.

Él no fue humilde por no tener dinero. No, fue humilde de verdad. Creaba para vivir, en cada uno de sus actos, sin la premonición del dinero o la fama. Se cobraba y se daba el vuelto cada vez que escuchaba en la radio la voz de Lilia, de Cecilia o de Pablo Milanés, entonando sus creaciones. Inclusive, hasta cuando las escuchaba en la voz de los que omitían su autoría. Cuando le pregunté: ¿Cómo estás tú con el que canta tus canciones y omite tu nombre? Respondió con ese humor de verdades que nunca lo desamparó: “Bien… bien. Mientras no me hable y yo no le hable, todo bien”.

El reconocimiento a su obra, lo disfrutó en vida. ¡Bueno! Y en muerte, aún antes de morir. Una vez se enteró de un evento denominado “Homenaje Póstumo a Otilio Galíndez”. Sin decir nada se fue hasta el lugar, se sentó en una de las butacas del teatro y disfrutó de quienes interpretaban sus canciones. “Allí estaba yo, póstumamente sentado en primera fila”, me dijo. Otro día lo invitaron a un homenaje en el que estaban otras personalidades de la música y la composición siendo alagados. Me contó que el presentador fue llamando a cado uno de los homenajeados por sus respectivos nombres y agregando una breve reseña de su obra. Cuando le tocó a él, el locutor –a quien no había visto nunca en su vida- dijo: “y ahora… el reconocidísimo maestro y aún más, amigo personal… –algo así como-: Antulio Galínderez”. Al primer momento dudó, pero ante el señalamiento del animador, Otilio se levantó y subió al escenario exclamando como un susurro: “¿seré yo Padre?”.

Del reconocimiento que el pueblo ofrendó a su obra, se sirvieron algunos políticos que quisieron valerse de este cariño para hacer demagogia. Me confesó el Maestro que una vez le reclamó a un alcalde que en un acto le ofreció una casa: “Por culpa de ustedes un día de estos me van a secuestrar… porque me han ofrecido tantas cosas que la gente pensará que yo tengo más propiedades que Rockefeller”. “El mejor homenaje” -me dijo- “fue cuando me invitaron a un pueblecito, me hicieron recorrer las calles y por cada casa que iba pasando se iban abriendo las puertas”.

No compartí con él tanto como muchos pensarán después de este relato. Pero me bastaron unas horas para conocerlo. Como sé que a todo el que tuvo la suerte de tropezarse físicamente con él. Como sé que lo conoce Venezuela… porque no hay cosa más parecida a Otilio Galíndez que su propia Obra.

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Darvin Romero Montiel


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