Es muy lamentable que para enfrentar una posición se tenga que recurrir al uso sistemático de la ofensa y la calumnia y la repetición de “letanías revolucionarias”, que sólo agradan a los fanáticos de su contenido. Es todavía peor que se recurra a la descalificación de quien expresa una posición argumentada, sin utilizar nada diferente que ofensas personales y políticas. Cuesta incluso entender el contenido de estos artículos, pues no expresan con claridad el concepto que se enfrenta, ni el contexto en que éste se expresó, ni los argumentos dados para sustentarlo. Con insultos como “mercenario de la política”, “tránsfuga”, “intelectual de pacotilla”, “escuálido reciclado” y “basura”, se pretende compensar la carencia de lenguaje sustantivo y de argumentos, lo que se acompaña de la existencia de un pensamiento desordenado, confuso y muy contradictorio.
Es ésta la actitud de un tal Alexis Arellano en Aporrea el 26 de junio pasado, quien no haya como demostrar que, en el caso de las empresas mixtas de hidrocarburos, las posiciones de Rafael Ramírez y de Giusti no son similares. Busca y busca en su cerebrito y nada que aparecen los argumentos, para señalar las diferencias, en esta materia, entre las dos gestiones de PDVSA. Dice: “No hay muchas personas que por su intelecto inspiren respeto en la oposición”, por lo que afirma: “Están urgidos de gente con un poquito de cerebro”, para concluir que es allí donde yo veo la oportunidad de que alguien que me “pare bolas” (alguien distinto de él, me imagino). Reconoce entonces que tengo algo de cerebro, aunque ésta no es sino una demostración de lo mucho que a él le falta en este aspecto.
En una parte de su escrito dice que soy “despreciado por una derecha y una oligarquía (lo cual es una alabanza) que nunca olvidarán que fue chavista”, algo que nunca he sido, para contradecirse de inmediato diciendo que me darán cabida en la oposición si estoy “dispuesto a atacar a Chávez y a la revolución”. ¿En qué quedamos? ¿Por qué la duda? Si soy un contrarrevolucionario, debería estar dispuesto a hacerlo. Concluye este adalid de la democracia participativa y protagónica y de la libertad de los derechos ciudadanos, que no me deberían permitir escribir en Aporrea. ¡Qué rápido llegó a esa conclusión tan democrática! Pareciera ser un ejemplo claro de lo que ocurren en ciertos niveles gubernamentales, que dan la razón a quienes señalan las restricciones de la libertad sindical, las acciones represivas de calle, la falta de tolerancia y otras cosas más.
Este Arellano, sin dudas peligroso para la revolución y la consolidación de un régimen de libertades, respetuoso de la pluralidad y la disidencia, debe dirigir su rabia y sus ofensas hacia los intelectuales revolucionarios reunidos por el Centro Internacional Miranda, pues no hice sino repetir sus críticas y sus quejas en un artículo cuyo objetivo era afirmar que la oposición no tenía ninguna de las virtudes y sí todos los vicios que tiene la revolución. Nuestro verdugo no entendió de qué se trataba.
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