Durante las dos últimas décadas del siglo
XX se ha comprobado científicamente que la actividad humana está
deteriorando o provocando cambios sustanciales en el planeta. Hasta
entonces existían percepciones de que la actividad productiva provocaba
problemas de contaminación y explotación (en sentido destructivo de la
naturaleza) en las zonas donde se asentaba la actividad industrial,
pero dichos problemas eran percibidos localmente. Afortunadamente, sin
embargo, hoy en día ya existe consenso a la hora de aceptar que la
amplitud del problema es global.
No en vano, el sistema
productivo dominante se caracteriza por una cadena de producción de
bienes de consumo duradero fragmentada alrededor del mundo, y por
procesos de cultivo y distribución de los alimentos que provoca que
éstos puedan recorrer varios miles de kilómetros desde el punto de
origen hasta el punto de destino. Además, la cultura despilfarradora de
usar y tirar que rige en occidente, así como la esquilmación de la vida
animal y vegetal que rompe el equilibrio biológico de los ecosistemas a
los que pertenecen son también signos propios del actual modo de
producción y consumo.
Siendo el planeta el soporte vital para
el ser humano, sorprende que la actividad del hombre ponga en peligro
su propia supervivencia y la del resto de las especies. No obstante, en
la historia y en las diferentes culturas existentes hasta la fecha, el
hombre no siempre ha jugado el papel destructor de la naturaleza
actual, sino que también ha adoptado el rol de protector de la
naturaleza y “representante” preocupado por todas las especies vivas.
Los cambios determinantes: La Revolución Industrial y los postulados clásicos
Con anterioridad a la revolución industrial la sociedad se organizaba
de forma que el impacto que producía al medio ambiente era
relativamente leve. La economía y la subsistencia social dependían de
la agricultura, por lo que era necesario configurar un entorno adecuado
para no producir un desgaste natural que impidiera la reproducción
agrícola.
Sin embargo, en el imaginario y cultura europea,
que es donde se origina el capitalismo y surge la revolución
industrial, es predominante la concepción judío-cristiana que sitúa al
hombre y a la mujer en el centro de la creación del mundo. Bajo esta
visión, el ser humano, como ser protagonista de la creación del mundo,
tiene todos los recursos naturales que desee plenamente disponibles
para su uso y disfrute.
Pero no sólo es la cultura y la
visión antropocéntrica del mundo la que configuró un sistema
capitalista miope con la dimensión ambiental. Los adelantos técnicos,
los avances en las ciencias físicas y naturales, la filosofía
cartesiana, la física newtoniana, etc., ayudaron a sostener la creencia
en un mundo de progreso infinito y oportunidades materiales ilimitadas
para el ser humano que ignoraban el daño ambiental provocado.
En este sentido, con el nacimiento de la Economía Política clásica, se
introduce plenamente la lógica mecanicista y la racionalidad occidental
en la visión que la economía actual aplicaría después. J. M. Naredo
describe en su “La Economía en Evolución” cómo se produce el
desplazamiento ideológico en la ciencia económica a lo largo de la
historia de la economía, concluyendo que es a partir de los clásicos
cuando los autores que escribían sobre la actividad económica abandonan
la preocupación por la relación existente entre ésta y el medio natural
en el que se inserta. Desde ese momento el mero crecimiento económico
se convierte en la prioridad fundamental, casi de una forma dogmática y
prácticamente nunca puesta en duda.
De hecho, los enfoques
fisiocráticos, previos a Adam Smith, contenían en su seno la idea según
la cual la producción no debería separarse del mundo natural. Los
autores clásicos, en cambio, rechazando esa idea pasan a concebir la
posibilidad de un progreso ilimitado mediante la simple multiplicación
de mercancías como fenómeno ajeno a los procesos de obtención de las
mismas.
Bajo estas nuevas ideas, el modo de producción, el
ciclo de vida de un producto, la formación de necesidades materiales
artificiales, la lógica capitalista de valorización continua del
capital, las estructuras institucionales, etc., fueron amoldadas a unas
circunstancias ajenas al sistema natural.
De esta forma el
sistema económico capitalista , con una proyección de expansión
infinita, olvida que se inscribe en un marco natural y abierto a escala
global. Marco que está compuesto por multitud de sistemas biológicos y
naturales que permiten que los sistemas económicos-sociales puedan
existir al dotar a sus modelos productivistas de los recursos y
energías que necesitan.
En todo caso, el deterioro del medio
ambiente producido por la actividad económica es una cuestión técnica
que se materializa con independencia de la forma en la que se
constituyen las clases sociales dentro del sistema económico. Esto
quiere decir que incluso en una sociedad capitalista más igualitaria,
pero que funcione bajo la misma lógica, el proceso de deterioro
seguiría avanzando irremediablemente. De la misma forma, un sistema
económico respetuoso o incluso subordinado al medio ambiente podría
seguir manteniendo relaciones de desigualdad muy acusadas.
El problema también reside en que los procesos de redistribución están
asociados necesariamente, dentro del capitalismo, a procesos de
crecimiento económico. Esto supone un posible nexo entre una mayor
redistribución y un mayor deterioro del medio ambiente. Y si
renunciamos, como hacen los autores del decrecimiento, a la posibilidad
de continuar la senda del mayor crecimiento económico sin seguir
perjudicando al medio ambiente, tenemos que aceptar que la
complementariedad de las escuelas centradas en la cuestión
medioambiental y las escuelas centradas en la redistribución sólo puede
darse en un marco de reconocida crítica al capitalismo.
Y es
que a pesar de que el capitalismo es relativamente joven, es tan fuerte
su impacto que ha provocado que el equilibrio ecológico del planeta se
deteriore hasta el punto que se teme por la supervivencia del planeta
mismo. Esta constatación se puede comprobar con fenómenos empíricos
como el cambio climático, la destrucción de bosques, la esterilidad de
tierras, la esquilmación de vida terrestre y marina o la
irreversibilidad de algunas acciones humanas. Pero sin duda, estas
constataciones se confirman de forma teórica cuando las analizamos
desde la ecología y cuando incorporamos en el análisis las leyes
termodinámicas.
Reflexiones
Mientras la
ciencia económica continúa profundamente obsesionada con el crecimiento
económico, ignora a su vez y por completo la destrucción ecológica a la
que sometemos diariamente al planeta.
La enorme dimensión de
la guerra abierta desde el capitalismo a la naturaleza no es
irrevocable, y es necesario e imprescindible alcanzar a corto plazo la
paz. Pero para ello el sistema social-económico imperante tiene que
aceptar una serie de limitaciones necesarias. En este sentido, los
agentes sociales y las instituciones han de tener un papel activo
durante todo el proceso de cambio, ya que la actual lógica del sistema
capitalista parece no ofrecer respuesta automática al problema.
Para alcanzarlo se requiere imponer un cambio radical dentro de la
lógica del modo de producción y consumo, como ya hemos visto antes; un
cambio también en la organización demográfica, evitando los
desplazamientos innecesarios de las personas; la eliminación de las
guerras, que destruyen la naturaleza y no sólo las vidas humanas; el
fomento de la reparación y reciclaje de los distintos elementos de uso
cotidiano, así como la prolongación de su vida útil; huir de la lógica
del “cuanto más mejor”, depredadora de energías y recursos; y adoptar
una visión colectivista de la sociedad. Se hace urgente concebir un
sistema económico en el cual el ser humano, sin dejar de ser el centro
de la creación, adopte el rol de preservar y defender el medio natural.
Es urgente construir una sociedad que no comprometa la sostenibilidad
del medio ambiente, aunque para ello hay que comenzar por lo más
difícil: aceptar el cuestionamiento radical que requiere nuestro modo
de vida, sin que ello signifique una renuncia a cualquier tipo de
avance tecnológico o sanitario. Es imprescindible incorporar en este
planteamiento a los Países del Sur, en condiciones de igualdad y
redistribución equitativa. En este cuestionamiento es imprescindible
tener en cuenta la necesidad de integrar el sistema económico y social
en coherencia con las limitaciones del sistema natural global.
En consecuencia, la búsqueda de los economistas debe centrarse en la
consecución de un sistema económico justo, igualitario y que acepte
estar integrado en el sistema natural, con todo lo que ello conlleva.
Eso puede suponer en la práctica cambiar los modelos productivos:
acercando los centros de producción a los de consumo, reduciendo el
gasto energético en todos los niveles, apostando por la energía solar,
renunciando al crecimiento económico como fin y tomándolo, ajustado por
las restricciones, como medio para otros fines más amplios.