Joel Atilio Cazal

Acaba de partir nuestro entrañable camarada Joel Atilio. En estos últimos meses, mientras luchaba contra quien se lo ha llevado, nosotros, con el alma desgarrada, fuimos recreando en la memoria parte de lo que compartimos, con la novedad de volver a ver cada vez que lo hemos hecho, algo que habíamos olvidado. Vivió la vida intensamente, muy intensamente. No era fácil conocerle, como no lo es conocer profundamente al guaraní. Hasta que él por la confianza que le han inspirado se abre. Todo paraguayo parece cortado con la misma tijera.

Arribó a Venezuela en el año 1975 desde Uruguay, donde llegó asilado desde Paraguay. Desde muy joven se vinculó con dirigentes revolucionarios que se oponían al Stroessnismo participando entonces como correo. Ninguna tarea le arrojó riesgo que le hiciera rehuir su cumplimiento. Algunas que por el peligro que implicaba, no se la atribuían por su corta edad, generaron su enojo reclamándolas como el militante que ya era. Entre nos, muchas veces para llamar su atención le decía “mira loco”. Lo era y en grado sumo. Pero era el loco más racional que he conocido en mi vida. Tenía algo de mago o de brujo, pues lo más complejo lo transformaba en algo sencillo.

Al llegar a Montevideo las autoridades le avisaron que no podía tener ninguna actividad política. Fue lo mismo que si le hubieran dicho que no podía respirar, ni comer ni beber. La política fue su vida. En ese tiempo la política en ese país –que él llegó a querer tanto-, se desenvolvía ardiendo. ¿Cómo podría haber omitido su acción ante lo tanto que se estaba jugando ahí? Y contra todo aviso, se involucró, no en la política reformista precisamente. Y cayó otra vez. Le avisaron que le harían cantar. Les contestó con su silencio imponente que no supieron entender. Comenzaron sus sesiones deshaciéndolo todo. Creyendo que se les moría lo llevaron al Hospital Militar. No sabían todavía qué era un guaraní.

Fue sometido a una dificilísima operación que le dejó una cicatriz que le cruzaba de lado a lado. Al día siguiente de la operación recobró el conocimiento. Estaba muy mal pero veía. Cuidándolo había un solo soldado que creyendo que moría aflojaba su atención. Desde su cama alcanzaba a ver donde los médicos dejaban su ropa de trabajo..., había comenzado a elaborar su fuga. Estaba en el ¡Hospital Militar! Solo a un loco en sus condiciones se le podría haber ocurrido pensar en escapar de ahí. Para su suerte él lo era. Cuando vio al soldado dormido se paró y comenzó a caminar con muchas dificultades. Estuvo caminando midiendo su resistencia, para ver si podría hacer lo que pretendía. Tenía que marchar, además, al azar, pues no conocía el lugar.

Cuando estimó el momento oportuno, fue hasta el vestuario, cogió una bata y mientras se enfundaba en ella, comenzó a caminar. Tomó de una mesita una naranja que había sobre ella y se la guardó en el bolsillo. Deambuló con mucha seguridad hasta lograr trascender el perímetro interno. Atravesó un espacio como un estacionamiento hasta llegar a la salida, que le debía ser abierta por la guardia armada. Cuando le pidieron la contraseña, con voz firme les gritó que no lo jodieran; que por falta de plasma se le moría un paciente y no le quedó remedio, en ese lugar lleno de ineptos, que ir a buscarla él mismo hasta la clínica vecina. Sorprendido por su reacción, el soldado se le disculpó y procedió a abrirle el portón. Metió la mano en su bolsillo, tomó la naranjita y se la lanzó al soldado deseándole las buenas noches.

Caminó su calvario sin permitirse ese tambaleo que quería tumbarle. Sabía qué le iba en ello. Para su suerte, en la segunda calle recorrida vio aproximarse un taxi. Se montó y le indicó a donde conducirle. Llegó y al timbrar, la señora que acudió a abrirle al verle se cayó. El esposo también pleno de susto, le dio el dinero para cancelar el viaje y le hizo pasar. Ya se habían enterado que lo habían detenido. Llamaron a un médico de confianza para que le examinara. No podía convencerse este, que en el estado en que se encontraba Joel, hubiera hecho lo que hizo solo, sin ninguna ayuda. Pero la tuvo; fue su pasado guaraní y sus convicciones revolucionarias que no le permitían una debilidad. No creo que alguien alguna vez le haya visto flaquear.

En Venezuela se le conoció muy bien. Toda causa noble le encontraba entre sus patrocinantes. Fue chileno y como tal denunció con fuerza a Pinochet. También acusando a Vídela fue argentino. Lo mismo con cualquiera de los dictadores de turno que asolaron América. Porque fue profundamente latinoamericano, lo que le hizo abrazar todas las luchas de sus pueblos. Se oyeron también sus gritos acusando al imperialismo cuando agredía a Vietnam. David siempre fue su compañero, porque aborrecía a Goliat.

Cuando se desmembraba la URSS y se caía el resto del campo llamado socialista, comenzamos a revisar profundamente lo sucedido. Fue en esa terraza inolvidable que guarda muchísimos recuerdos. Fueron varios meses. Ahí fortalecimos el marxismo leninismo que nunca dejamos de profesar. Lo mismo que el amor a la Revolución Cubana, y la admiración y respeto a Fidel.

Joel pudo ser porque tuvo a Blanca, guaraní como él. Anoche me llamó para decirme que lo habían internado. Supe al oírle, por el tono de su voz, que había llegado el momento. Anoche también, por primera vez, en este vía crucis que ha recorrido la noté débil. Fue gigante Blanca, y seguro que Joel se fue pensando en ella.

roosbar@cantv.net


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Roosevelt Barboza


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