Aunque algunos no lo crean, no está en mi intención cazar una discusión con el actual ministro de cultura. Lo que me motiva es alertar a nuestros camaradas sobre la necesidad de mantener una política revolucionaria en la gestión cultural.
Comienzo diciendo que me llamó la atención que la gente de ABN hayan titulado de esta manera el primer encuentro que sostuvo este ministro con los medios de comunicación luego de su revivificación. No creo que esa frase fue un invento de los periodistas. Por ella recordé una pregunta que me hicieron alguna vez como viceministro: Hay quejas reiteradas sobre los museos, se habla de abandono, falta de interés… Y les contesté: Tales quejas tienen su sustento en el convencimiento de que los museos son los templos de la cultura. Así fue en la Cuarta República, los museos eran la punta de lanza de la gestión cultural, se asumía que las Bellas Artes, con su concepción decimonónica, constituían la expresión más elevada de la cultura...
Volviendo al asunto del titular, no sé a qué se referirá exactamente el ministro cuando habla de que hay que encender los motores de esos espacios. Entiendo, sin ser experto mecánico, que si hay que encenderlos es porque se apagaron. Cosa diferente a la acción de cambiar de motor cuando se descubre que ellos no nos sirven. Y parece, por la manera como termina la nota de prensa, que se trata de eso, de empujarlos, con la segunda metida, para que prendan. Allí se dice: “Sesto expresó que dentro de las colecciones de los museos van a exponerse permanentemente las mejores obras. 'Que no vuelva a ocurrir que las obras que son del pueblo no haya forma de verlas'.
Los críticos de arte escuálidos, que es una redundancia, no van a aplaudir al ministro, son demasiado rencorosos para hacerlo, sólo dirán: ¡Vaya, por fin se dieron cuenta, tuvieron que pasar once años!
Retomando lo de la mecánica automotriz, el cambio de motor y no la empujada para que ese viejo motor continúe, se debe a que los museos, les guste o no a algunos nostálgicos, son una construcción burguesa en los que se ha desarrollado un discurso sobre el arte que obedece a las razones e intenciones de la burguesía ¿Cuáles son ellas? Se ha escrito suficiente sobre eso: el arte desprendido de utilidad material alguna, desvinculado de lo inmediato y lo físico, liberado de toda limitación espacial y temporal. Los artistas exonerados de todo compromiso diferente al que emana de la presencia de la propia obra, que no tiene que dar otra respuesta que su propia imagen. Es decir la pura visualidad.
Esto no tiene nada que ver con el esfuerzo que hoy, en la revolución, deben llevar adelante esos museos: caminar en dirección contraria a esta que hemos descrito, es decir, luchar por despojar su accionar de ese carácter de clase que las élites le impusieron. Lo cual significa despojar las artes de la exaltación a la individualidad del artista, a su pretendida sinrazón y a su supuesto universalismo.
Nuestro museo ya no puede ser el recinto silencioso de la pura visualidad, debe poner en acción una nueva política, impulsada por los motores de la revolución que le quite el carácter sacro que tiene y lo transforme, como lo dijo nuestro Comandante-Presidente, en museo orgánico. Es decir: que expresen los sentimientos de la comunidad, que pongan en valor las más profundas expresiones culturales de nuestros pueblos, aquellas que están fundadas en las tradiciones colectivas, en sus ritos y mitos, pues en lo colectivo está la esencialidad de toda cultura. En síntesis, hacer de todos los ciudadanos, creadores y de todas sus expresiones creación.
¡Ojo con los malintencionados! esto no significa acabar con sus colecciones, o esconderlas en las bóvedas. Esas colecciones, desde el punto de vista del mensaje, dejaron de ser los referentes de la cultura nacional (una especie de iconografía de la cultura), para convertirse en imágenes de la lucha de clases. Ahora servirán para la reflexión en voz alta sobre el papel de las artes en la construcción de las ideologías. Se trata, en síntesis, de evidenciar la existencia de la relación arte y clases sociales. Esto implica también, convertir a los museos en escuela de elevación de la conciencia.
En conclusión, los museos deben construir un ambiente cultural revolucionario que tenga unidad, continuidad y pertinencia, dotándolos de una razón colectiva. Es lo que llamamos el papel social de las artes. Es por eso que las colecciones de los museos deben estar acompañadas de un discurso totalmente diferente. Tiene que construirse una curaduría revolucionaria que explique al pueblo las circunstancias que rodearon las diversas creaciones artísticas, las condiciones en que ellas aparecieron y las razones que las motivaron, es decir: la conciencia de sí mismas y sus efectos.
Me puse demasiado discursivo, es verdad, pero me pareció necesario para marcar la diferencia que hay entre encender el viejo motor y montar uno nuevo. Los que por esto se atrevan a decir que en nuestra frustrada gestión, pensábamos destruir la memoria e irrespetar a los creadores son esos que sólo valoraron la memoria y los poderes creadores suyos.