Desde mediados de los años 60 del siglo XX, al producirse la mayor eclosión cultural en ese siglo, se produjo también la conciencia ecológica en un sector grande de países, donde grupos independientes primero, y luego comunidades de científicos y humanistas, habían advertido acerca de los peligros de permanente contaminación de nuestros entornos, de destrucción de árboles, bosques y cauces de ríos, lagos y mares con desechos químicos e industriales y pesca de arrastre. Lo mismo ocurría con el aire, con la capa de ozono, el efecto invernadero, el uso de sprays, el monóxido de carbono de automóviles, sin olvidar los tipos de contaminación sónica y contaminación visual, la primera producida por la permanente emisión de ondas sonoras proveniente de máquinas fijas o rodantes, ya sean taladros, martillos, mandarrias, perforadores, frenazos y aunque usted no lo crea, la llamada música puede llegar a ser, en vez de un sonido agradable al oído y a los sentidos, una verdadera tortura ruidosa que sale de altavoces, cornetas, radios, amplificadores, celulares y monitores que nos acechan en todo tipo de espacios. Usted puede estar buscando paz y tranquilidad en el más remoto confín de una montaña o playa, y ahí mismo le llega esta “música” convertida en ruido atronador que sale de los más insólitos lugares, y no dejan oír el sonido del mundo, de la naturaleza, del viento.
La contaminación visual no sólo es aquella donde lo que usted mira es algo sucio, feo, grotesco, hediondo, sino también cursi o vulgar, basura televisiva, internética, digital, periodística impresa y otras piraterías producidas por el consumismo irrefrenable, (como las llamadas “chatarritas”) a las que usted es sometido es espacios cerrados, abiertos, públicos o privados: no hay salvación posible: ni en el aire estratosférico, ni bajo tierra ni bajo el agua: usted es perseguido de manera inefable por estas alimañas chirriantes y retumbantes a cualquier lugar conocido o desconocido.
Los otros sonidos, los sonidos que emite la Madre Tierra cuando se enfurece, son los sonidos de huracanes, tsunamis, vaguadas, aguaceros, truenos, rayos y centellas, que son la respuesta de la tierra al gran ultraje que se está cometiendo en su seno. De un tiempo para acá no han dejado de sucederse desbordamientos de ríos, lluvias persistentes, nevadas, sismos o terremotos que como los de Nueva Orleans, Haití, Venezuela, y Chile han causado estragos cuantiosos en estos países; y en España, Francia y Portugal desbordamientos y nevadas que amenazan vidas humanas, al arrasar carreteras, comunidades enteras a causa de todo el desmadre que se ha causado en todos los niveles. A tal punto han afectado los últimos terremotos acaecidos en Chile y Haití al planeta, que han afectado su rotación, de manera que los días van a ser más cortos ahora. Y algo insólito: se anuncia en Venezuela que los hermosos relámpagos del catatumbo en Maracaibo, la capital zuliana, ya se están despidiendo de esos cielos, porque yo no hay agua en los lagos y los estanques, y hasta la belleza del firmamento ha sufrido con ello, y la de los seres que lo contemplan. Pero no le echemos la culpa a la tierra: esa es su respuesta a tanto desmán cometido en su seno.
A todo ello se agrega el arsenal de guerra que ha sido disparado y detonado en el todas partes, como el del Medio Oriente en las guerras entre Israel y los pueblos árabes como Iraq, y todos los seres inocentes que han pagado por estas manipulaciones bélicas y odios ancestrales. Grandes potencias, en su negocio armamentista y en su sed de poder económico, han destruido civilizaciones y legados culturales enteros. Y a todo ello se agrega la permanente violencia delictiva traducida en asesinatos, robos y secuestros que se producen a causa de la droga, la mafia, los cárteles y el paramilitarismo internacional. Hemos llegado a un punto álgido de descomposición social que convierte a países jóvenes como Venezuela, Colombia o México en zonas rojas marcadas por la delincuencia y la violencia hasta puntos delirantes, donde cualquiera puede tomar la ley en su mano.
La Madre Tierra, Pachamama, que nos parió a todos, a sus hijos los animales y los árboles, los frutos y las flores y los ríos y los mares y las arenas y los prados y los hombres para que sean felices y la adornen con su alegría y felicidad, esa que nos regala los alimentos y el agua y la luz para alumbrarnos, y el viento para respirar y para tener familias y naciones productiva llenas de bienestar y paz, está siendo víctima de todas estas espantosas agresiones. Ahora todo ello tiene una consecuencia en la economía, en la productividad, en el ahorro de energía, en las políticas que deben implementarse para ahorrar energía, pues la escasez de electricidad y agua están vulnerando nuestra vida cotidiana.
Tenemos la de responsabilidad todos nosotros, los humanistas, sacerdotes, trabajadores, campesinos, maestros, militares, políticos, científicos y organizaciones humanitarias y comunitarias, de elevar nuestras voces para evitar estas catástrofes que no se van a aliviar con ayudas humanitarias o circunstanciales que pueden servir para hacer politiquería con su tragedia, para a alimentar un terreno ideológico que carece de contenido humano, y está violentando las mas elementales leyes de convivencia. Tenemos esa responsabilidad desde todos los frentes: la de contribuir con una causa planetaria, una causa donde todos estamos involucrados como seres vivientes y pensantes, más allá de cualquier ideología.
Si no damos ese paso congregados por una filosofía común, habremos perdido todos los esfuerzos que se han acumulado en la historia para dignificar y purificar este planeta intoxicado, y el de grandes hombres y mujeres que han sacrificado su vida realizando descubrimientos importantes para dar una respuesta iluminadora a una posición ciega de enfrentamientos estúpidos en el seno de un mismo pueblo o un mismo país por pelearse a causa de diferencias ideológicas inflexibles. Tenemos el reto de cresar nuevas formas de organización social que nos permitan crear otros modelos y formas de convivencia y participación. De lo contrario iremos por un despeñadero de donde no van a poder sacarnos la acumulación de capitales ni el ilusorio poder político, ni los egos de los gobernantes ni las empresas que se creen todopoderosas. Tenemos que hacer todos un ejercicio de humildad y renunciar a nuestros egoístas proyectos personales y a nuestros sueños limitados de bienestar o riqueza; tenemos el deber imperativo de dialogar con nuestro prójimo. No es un asunto de enfrentar nuestra inteligencia con la del otro; ni de usar el conocimiento como si estuviésemos en una carrera de saberes para alcanzar un estatus privilegiado, sino de abrir el espíritu para reconocernos en el ideal de la filosofía, el arte y la sapiencia. Los hombres tenemos esa capacidad de ser inteligentes y exitosos, pero también de ejercer la piedad, la humildad o la esperanza.
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