Hace 100 años, en 1910, frente a la Segunda Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas, Clara Zetkin propuso la celebración de un día Internacional de las Mujeres para llamar la atención sobre las condiciones laborales de la mujer, la falta de derechos políticos y la paz, y en apoyo a las luchas que las mujeres venían llevando a cabo por los derechos a una jornada laboral establecida, el descanso dominical, la protección al trabajo infantil, el derecho a igual salario, y también por los derechos civiles y políticos: el sufragio femenino universal, y contra la explotación sexual.
Después de un siglo de luchas, con millones de mujeres movilizadas, hemos avanzado, pero seguimos luchando por lo mismo. Ahora sabemos que el sufragio femenino no ha bastado, porque el sistema de género es un sistema de prestigio que estructura los espacios políticos y de poder social. Una simple mirada evidencia que en los espacios sociales donde el trabajo es más arduo, como el nivel comunal/local hay más mujeres y en los niveles donde el poder es más abarcante hay menos.
Y continuamos en lucha como las trabajadoras que somos todas, batallando por derechos en los dos planos en que lo somos: trabajadoras remuneradas en el plano público y trabajadoras no remuneradas en el cuidado de nuestros hogares y comunidades. Sin embargo, los derechos laborales de protección y seguridad social, descanso, jubilación, siguen estando exclusivamente asociados al trabajo remunerado.
Además, las mujeres como trabajadoras remuneradas seguimos estando a nivel mundial en completa desventaja: somos la mayoría de quienes tienen peores salarios, peores posiciones, discontinuidad laboral, precariedad laboral, migrantes en ilegalidad, trabajo sin beneficios laborales, dificultades para el ejercicio pleno de profesiones a pesar del aumento vertiginoso de los niveles educativos femeninos durante el siglo XX. Se ha hecho evidente que más educación no es para las mujeres garantía de mejores condiciones de trabajo. En fin, las mujeres siguen siendo mano de obra barata, hay desigualdad en las remuneraciones, desigualdad en el acceso al trabajo y desigualdad en la protección laboral. El Informe UNIFEM, 2005 sobre el trabajo femenino y la pobreza, concluye que el empleo informal –con la carga de riesgos que conlleva- es una fuente laboral significativa para las mujeres, tanto en los países más industrializados con en los que no lo están.
Las trabajadoras todas, estamos paradas sobre un “suelo pegajoso”, conformado por las responsabilidades de cuidado del hogar y la familias, con cargas afectivas, emocionales y de horarios que el sistema de género hace recaer exclusivamente sobre las mujeres que dificultan o impiden la plena y emancipada incorporación al trabajo remunerado. El trabajo del hogar es “suelo pegajoso” que frena a las mujeres en su desenvolvimiento laboral, en su participación en el ámbito público, atrapándolas en el ámbito privado o sus cercanías. El 70,7% de las mujeres llamadas inactivas tienen como principal motivo de inactividad las obligaciones familiares, y también éste es el principal motivo de renuncias o distanciamientos laborales temporales, sobre todo en los períodos de la vida en que se tienen hijos pequeños, padres muy ancianos, u otras obligaciones familiares que exigen mucha dedicación. En estudios realizados sobre iniciativas femeninas socio-productivas interrumpidas o abandonadas, la mayoría indicó como causa principal la enfermedad de algún miembro de la familia.
Con la noción de “suelo pegajoso”, se hace referencia también a la concentración de las mujeres en los escalones más bajos de una ocupación dada y el hecho de que los sectores feminizados tienden presentar las peores condiciones laborales. La concepción de que el cuidado del hogar es destino y obligación femenina afecta toda la organización social del trabajo y determina perfiles ocupacionales de las mujeres.
Las mujeres siempre han sido y son protagónicas como mediadoras del bienestar social, con rol central en lo comunitario y como responsables prioritarias y/o últimas del bienestar familiar. La realización de una enorme cantidad de trabajos no remunerados que garantizan el bienestar cotidiano (en lo doméstico, comunitario y en el conjunto de actividades a menudo calificadas como “de subsistencia”), ha venido siendo visibilizada. Pero la visibilización de este protagonismo no implica su aceptación acrítica. Enfatizar la presencia de las mujeres y su aporte al bienestar y al buen vivir sin paralelamente buscar la transformación de las estructuras desiguales de organización del trabajo, de reconocimiento, valoración y protección, lleva a una instrumentalización de las mujeres y perpetúa la explotación inherente a la división sexual del trabajo.
La igualdad no es viable dentro de las estructuras de poder establecidas, dentro de un mercado organizado por el poder patriarcal capitalista, modelado para quienes no tienen obligaciones familiares y tienen resueltas las condiciones de sobrevivencia. La potenciación de las actividades socio productivas de las mujeres es crucial, pero debe ir acompañada de la creación y ampliación de servicios públicos que acompañen y fomenten la redistribución de los trabajos históricamente realizados por las mujeres en lo no remunerado, y del fomento de la corresponsabilidad masculina activa. Se necesitan servicios públicos que apoyen las actividades de cuidado para el bienestar y el buen vivir, y recuperen el papel de las instituciones públicas como garantes de la participación y el empleo digno para las mujeres.
Se trata de construir condiciones laborales en las que se valore la vida y el cuidado y donde las trabajadoras todas tengan protección social y condiciones desplegar sus potencialidades. Y donde de esa manera, sea posible y efectiva, la igualdad económica.
Directora del CEM-UCV
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