La hermosa montaña caraqueña Guaraira Repano arde de manera implacable; el voraz fuego que fue simultáneo en tres puntos, arrasó más de 120 hectáreas. Un crimen sin nombre, brutal, injustificado. Los ocho millones de habitantes de Caracas no merecían tan brutal agresión, contemplar impotentes cómo árboles centenarios y bosques imponentes caían chamuscados y convertidos en cenizas. Un dolor hondo, profundo; una pena, nos embarga y abate a todos los que habitamos en la querida ciudad.
Y no podemos, en el análisis de la conducta de sectores opositores, cargados de odio hasta el infinito, pensar, sospechar que de allí salió la planificación y la acción piromaníaca de si no poder incendiar a la ciudad, por lo menos destruirle su pulmón natural. No han pasado dos años de aquellas violentas manifestaciones de los sectores juveniles, hijos de la burguesía, estudiantes de la UCAB, la UCV, la Universidad Metropolitana, la Universidad Simón Bolívar. Todo el mundo recuerda cómo aquellos muchachos, llenos de iracundia, vomitando odio contra el proceso bolivariano y contra la ciudad, arrasaron, con su manía piromaníaca, con casi todas las hermosas e imponentes acacias que adornaban la avenida Bolívar. No fue lo único destruido entonces, también los asientos, las vallas y cercas, los depósitos de basura o fueron consumidos por el fuego o destruidos a patadas y golpes. ¿Hubo alguna sanción, alguien fue preso o sancionado por aquellos hechos, pese a que los videos mostraban las acciones vandálicas y se veían claramente a los vándalos? Nada, ni el gobierno, ni la fiscalía, ni los tribunales actuaron. Se sentaba un grave precedente para que imperase la impunidad.
Jhon Goicochea, mamarracho sin cerebro pero encumbrado a la notoriedad gracias a la acción mediática que necesitaba crear líderes artificiales, habladores de estupideces y bolserías, pero que asumió la incendiadera y llegó, incluso, a amenazar al gobierno y a la ciudad con “incendiar Caracas” si eran reprimidos por las autoridades en sus acciones violentas. Tamaña desfachatez y amenaza delictiva pasó, igualmente, debajo de la mesa. El gobierno, obligado a actuar; la Fiscalía no tomaron ninguna acción y todo quedó como una fanfarronada de un muchacho medio estúpido, sin calibrar los alcances de aquella terrible amenaza.
No pararon allí las pretensiones incendiarias de los grupos ultrosos, extremistas de un fascismo en pañales. Envalentonados los zagaletones que estudian en una universidad privada, la Metropolitana, actuando como paramilitares procedieron a ir mucho más allá, a incendiar una parte de la montaña caraqueña, la que nuevamente ardió por la acción criminal de aquel apátrida grupo de jóvenes que con su acción enlodaban la pureza y la grandeza de la juventud.
¿Les pasó algo, cuántos fueron enjuiciados por los tribunales, dónde estaba la fiscalía general de la república y la defensoría del pueblo? ¿Es que acaso no se veía venir la terrible tragedia que destruyó el Guaraira Repano?
Con la terrible sequía que padece el país, que afecta de manera directa la naturaleza, es presumible que la acción misma del calor pueda prender, en extremo, una candela, pero lo que ocurrió, según señalan los expertos, no fue producto de una combustión espontánea, da la casualidad que el incendio fue por encima del corta fuego, en tres puntos diferentes, lo que lleva a pensar que fue acción de manos criminales.
El gobierno está obligado a no descansar en la investigación y dar con los culpables ante este crimen ecológico. ¿Cuántos árboles, arbustos, fauna se destruyeron en tres días de fuego implacable? ¿Cuántos años costará –si no lo sabotean los piromaníacos de la extrema derecha fascistas que piensan, no sin razón, que nada les pasará– reforestar esas 120 hectáreas, hoy chamuscadas? Se habla entre 15 y 20 años. ¡Ese es el precio que hay que pagar por la maldad y la iracundia de los extremistas y fascistas!
Gozosos deben estar, frotándose las manos, los empresarios de la construcción, que ven llegado el momento de meterle manos al cerro para invadirlo con propiedades horizontales –Terrazas del Ávila dixi– y terminar de desmantelar la ya mortalmente herida montaña. ¡Un negocio redondo! Millones de bolívares para las arcas de las empresas constructoras. Hacia allí también deberían dirigirse las investigaciones.
¿Cómo se sentirán los émulos del piromaníaco Nerón que incendio a Roma?
(humbertocaracola@gmail.com)