El publicitado empate entre la anclada candidatura retrógrada y la revolucionaria, más que técnico, es a todas luces psicotécnico. Sobre todo si vamos a la raíz del término griego psykhe, que significa alma. Todo este enredo etimológico, no carente de monería intelectual y echonería helenística, simplemente quiere decir que el fulano empate no es más que un deseo del alma, un sueño del inconsciente, un lejano suspiro anidado en el espíritu del candidato que hoy rezonga su arrepentimiento de haber ganado las primarias.
-Me echaron vainón- refunfuña cada vez que en el “casa por casa” –ese deporte que le resulta extremo- toca una puerta que no le abren.
Las firmas encuestadoras se han inventado un conjunto de recursos, trucos y conceptos (por lo general vacíos) para no perder clientes y muchos menos, matarlos con el gélido argumento de los números, versia. La retórica les presta sus eufemismos y la filosofía sus sofismas para que puedan decir a quienes las contratan que están perdiendo pero, comunicárselo de tal manera, que la desafortunada criatura sienta que está ganando y se eleve hasta un sublime estado de éxtasis. En Carúpano y pueblos circunvecinos a esto lo llaman “alegría de tísico”.
Un encuestador es un técnico, pero sobre todo es un psíquico, es decir, un psicotécnico. Tiene la muela de un vendedor de carros usados y el aura de un hechicero matinal de Venevisión. Es un encantador de serpientes, según mientan en Pariaguán y Mapire. La derecha nacional e internacional puso demasiado dinero sobre la mesa para que ahora le vengan a decir que su candidato está 30 puntos por debajo de su adversario y el rancho ardiendo. Por eso Consultores 21, experta en caminos culebreros, se inventó lo del empate técnico. Con ese delicioso consuelo, los financistas por lo menos medio duermen.
Datanálisis, menos zumbada, no se atrevió a tanto y prefirió recurrir al consolador recurso de los ni-ni. Le reconoce a Chávez una ventaja de 13 puntos -faltaba más- pero asegura que hay un 20% que no es ni chicha ni limonada, ni mariscos ni moluscos, ni naranjas ni limones, ni lo uno ni lo otro, o sea.
Estos irresolutos son los que decidirán a la hora de las chiquitas. En ese colchón de la indefinición puede dormir plácidamente el candidato desahuciado por los números hasta el intragable octubre. El séptimo día de ese mes, un coro de ángeles lo despertará para darle la buena nueva: la brecha de los 13 puntos lo que hizo fue agrandarse, pero la encuestadora ya cobró. Cuando el ofuscado candidato pregunte a los querubines por los ni-ni, éstos responderán: ni fu, ni fa.
Cuando un aspirante a la Presidencia apuesta sus esperanzas a un quimérico empate psicotécnico y a los impredecibles ni-ni, la cosa no anda muy bien que se diga. Aquella supersticiosa quema de los cuadernos no sirvió para exorcizar los demonios de la desunión en la unidad de la mesa. Ramos Allup desapareció sin ser Guarabombo El Invisible. Pablo Pérez, si no pudo conseguir votos para él, muchos menos podrá hacerlo para otro: es un peso muerto. Y cómo pesa. La diputada Machado llamó a su suplente en la Asamblea e hizo mutis con un mohín inescrutable. Del otro Pablo, ni las epístolas. Diego Arria es un Sísifo que todos los días baja y sube la insufrible cuesta de La Haya. ¿Y Copei? ¿Y Un Nuevo Tiempo? ¿Y?
Lo peor que un encuestador le puede decir a su cliente candidato es: “los ni-ni decidirán”. O: “no se preocupe porque ahorita, lo que se dice ahorita, hay un empate técnico”. Yo que usted, le pido mis reales para no perderlo todo.
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