No hace falta ser un polifaculto ni un economista multidiplomado para enterarse de que no existe la menor posibilidad de liberación, soberanía económica ni de progreso con un país poblado de corruptos y menesterosos.
Así como la Democracia no puede instituir oligarquías políticas que se adueñen del presente y futuro del común, tampoco puede sacralizar oligarquías burocráticas o tecnocraticas que manejen y dispongan discrecionalmente la riqueza que nos pertenece a todos. En opinión de los venezolanos, según lo registran las encuestas mas actualizadas, la corrupción constituye uno de los tres principales problemas del país. A ella voy referirme con el aplomo y la causticidad que se puede permitir quien puede abordar un tema escabroso sin rubor y sin complejos.
La corrupción se aprecia como algo consustancial del sistema económico-político venezolano tanto al sector público como al privado. Esto es un lugar común. Es natural que que ocurra con mayor vigor en esta sociedad laxa y permisiva, en la que se festeja y se admira la riqueza prescindiendo de las consideraciones sobre su origen. La corrupción tenia que florecer en una sociedad marcadamente dineraria, donde el éxito se mide por la acumulación de poder económico y en la que jamás ha existido relación directamente proporcional entre riqueza y talento.
Aquí no se enriquecen la inteligencia y la creatividad sino la audacia y el inescrupulo. Aquí el delito no se sanciona y la pena no puede ejercer su efecto disuasivo o preventivo, como decían los juspenalistas clásicos. Aquí se encuentra mas defensa el transgresor que la sociedad ofendida. Aquí donde la impunidad ejerce su dinámica perniciosa instigando a delinquir, tenia que prosperar la corrupción como prosperaron todas las otras manifestaciones de conducta criminal.
Cito un extracto anónimo clásico que contiene una precisión descriptiva de la tolerancia que campea en niveles decadentes en nuestra sociedad:
“En tiempos de bárbaras naciones,
Colgaban de las cruces los ladrones;
Ahora, en tiempo de las luces,
Del pecho del ladrón cuelgan las cruces”.
La corrupción es un crimen de sujeto pasivo colectivo porque la victima somos todos. La del sector privado se nota menos o se propagandea menos porque su efecto nocivo y erosionante lesiona a un universo menos general o mas focalizado.
Un comerciante estafador o un banquero que cometa un desfalco causan una noticia que desaparece prontamente en los medios de comunicación, ahora si este es apoyado con la venia de un funcionario o el latrocinio de un político del alto gobierno de turno constituye un escándalo por la jerarquía de quien la perpetra y por el rol que tal agente desempeña el sociedad. Por eso, Taylor Caldwell, la genial novelista norteamericana, en una de sus obras plantea un dialogo entre dos personajes imaginarios, el irlandés Bernard y el italiano Maggiotti, ancianos cargados de años y honorable pobreza. Los personajes traban una disputa que nunca llegaron a resolver, sobre un asunto en el que apenas discrepaban del método: Bernard, oriundo de una patria en la que la violencia era rutina diaria, pensaba que todos los políticos había que ahorcarlos en la plaza pública; Manggiotti estimaba que había que suprimirlos sigilosamente, refinadamente a la florentina. Por supuesto que no comparto semejante ocurrencia.
LA PENA DE MUERTE ha sido suprimida de todas las legislaciones del mundo porque no resuelve nada y es irreparable, además de no cumplir con las finalidades que el derecho moderno asigna a la sanción. Pero la verdad es que todo el país clama por la aplicación de castigos ejemplarizantes para el delito de corrupción, que ahora resulta más irritante que nunca, habida consideración de la situación por la cual atraviesa el país y porque la gente siente y percibe la impunidad como algo peor y más indignante que el delito mismo.
Es el momento propicio del presidente Maduro para aplicar el alicate a la lucha contra la corrupción y cito a Maneiro su “Eficacia” política y su “Calidad” revolucionaria, para reentusiasmar a la gente y perfilar una solución efectiva distinta para que la revolución tome su carácter serio, porque sino la situación, las relaciones y las condiciones podría eventualmente dar paso a un verdadero punto de partida de cambio parido de la misma dinámica de los acontecimientos y recuerden que los procesos son dialécticos…
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