Nuestro idioma, en oportunidades, es algo permisivo y tolera utilizar eufemismos para expresar con decoro o suavidad ciertas ideas o, sustituir una palabra que pareciera grosera por otra más delicada. Durante los estudios primarios y secundarios los maestros nos informaban que a finales del siglo XIX y principios del XX Venezuela era un país agrícola. En verdad esto no era del todo cierto. Indudablemente, en nuestra querida nación rural lo que existían eran hacendados cicateros y peones explotados, dado que el país nunca recibió los beneficios de dicha actividad. Con el reventón del primer pozo de petróleo la imagen del país cambió y la Caracas, algo bucólica y campestre de grandes haciendas y cafetales se transformó en una ciudad más urbana. En este período los terratenientes, herederos de los amos del valle, encarecieron los precios de las tierras planas, apoderándose de los mejores terrenos de la metrópoli en cierne. Comienza el éxodo de los campesinos hacia la capital y logran ubicarse en las partes altas (cerros), proliferando de esta manera los llamados barrios. Surgen así en la parte baja opulentas urbanizaciones como El Paraíso, El Contry Club, La Castellana, Alta Florida y paralela a estas, en la zona alta, los barrios misérrimos como La Charneca, El Guarataro, El cerro el Mamey, aparte de los innumerables ranchos construidos debajo de los puentes a la orilla de nauseabundas quebradas. Vemos de esta manera, que fue bajo actos de corrupción (aumento desmesurado de los terrenos), como infaustos oligarcas escamotean las mejores zonas de la capital, en combinación con las autoridades civiles y militares de la época.
Continuado con los eufemismos me voy a referir a lo que me siguieron enseñando en la escuela y liceo. Aquellos docentes pregonaban con certidumbre que a mediados del siglo XX Venezuela había dado un viraje en su economía, transformándose aquella apacible nación agrícola en un prospero país petrolero. Recuerdo aquella época cuando uno se dirigía de La Guaira hacia Caracas, por la recién inaugurada autopista, que lo primero que se notaba en la proximidad de la capital era una bandada de zamuros zangoloteando dentro del basurero de Ojo de Agua. Lindante al mal oliente vertedero se apreciaba un barrio llamado Plan de Manzano cuyos habitantes vivían a expensa de los que podían arrebatarles a las repugnantes aves carroñeras y para completar el paisaje, unos enormes tanques de gasolina engalanados con los logotipos de las compañías petroleras radicadas en el país (Esso, Shell, Texaco, entre otras). No era cierto eso lo del país petrolero, Venezuela era un patria explotada por las perversas compañías petroleras agrupadas en las llamadas “siete hermanas”. Esta era la corporación que agrupaba las empresas petroleras que tenían el monopolio de la explotación, refinación y comercialización del crudo. De esa renta petrolera solo se beneficiaron los gobernantes de turno y como siempre, la oligarquía parásita. Se evidenciaba una injusta distribución de la riqueza. Lamentablemente, tal despojo no hubiese sido posible sin el concierto de aquellas compañías con los gobiernos de la época y la “aristocracia de pacotilla”, la cual pactó con los gringos para recibir su parte de la concesión petrolera. De nuevo la corrupción maculaba a los conspicuos herederos de la mantuanía caraqueña. Algo que no era nada nuevo, dado que en tiempos de los Guzmanes (padre e hijo) a finales del siglo XIX, connotados ciudadanos de nuestra oligarquía indigna estuvieron comprometidos en actos de contrabando y participaron, como socios, en diversos monopolios con el “Ilustre americano” (Guzmán Blanco). Si lo dudan, pueden consultar el interesante libro “Los ilustres o las estafas de los Guzmanes” del escritor Manuel Briceño (Ediciones Fe y Cultura). Se sorprenderán de los “eméritos” nombres que aparecen en sus páginas.
Pero los eufemismos no paran y continuamente leemos en la prensa comprometida grandes titulares: “Venezuela es un país de corruptos”. A ciencia cierta, la corrupción es como la ignominiosa guerra, para desarrollar esta execrable actividad por lo menos se necesitan dos. Al igual ocurre con la corrupción, es decir, para la entrega o aceptación de dinero o regalos para conseguir un trato beneficioso o favorable, por lo general, ilegal, se necesitan dos. De acuerdo con lo anterior en dicho acto (corrupción) participan dos sujetos: el activo, quien desembolsa el dinero, es decir “el corruptor” y el pasivo, quien lo recibe, “el corrupto”. Algo así como el sujeto, el corrupto, que pone el recipiente (el bolsillo) y el otro, el corruptor, que lo llena con bolívares o dólares.
De acuerdo con el párrafo anterior el corruptor es el dueño del dinero y por lo tanto, este emerge, no de la faltriquera de un limpio, es decir, del pelabola, el caudal lo desembolsa el oligarca disfrazado de contratista, banquero, empresario agrícola y/o ganadero, industrial, constructor, dueño de clínicas y centros comerciales, quienes acuden a las oficinas del gobierno o ministerios con maletines abarrotados de dinero para conseguir permisos, contratos, concesiones, condonación de deuda privada, fletes aduanales especiales, exoneración de impuestos, licitaciones, préstamos a bajos interés y sin garantía, cartas de importación, “agilización” de documentos, entre tantos servicios que puede obtener el corruptor mediante el soborno a funcionarios deshonestos, es decir, el corrupto. Innegablemente, no existe corrupto sin corruptor.
Con la llegada de AD y Copey al gobierno ingresan al funcionariado público una morralla de militantes impúdicos cuyo único objetivo era hacerse rico en el menor tiempo posible. Ya los regímenes anteriores había preparado el caldo de cultivo al lado de la oligarquía pútrida y parásita. Posteriormente, estos “ricachones” en conchupancia con los presidentes cuarto republicanos y los partidos AD y Copey fortalecieron e institucionalizaron la estructura de la corrupción que ha perdurado y hasta ahora, ha sido imposible desmontar. La alianza del corruptor-corrupto creó un andamiaje podrido en la administración pública y privada, dado que esta última no escapa de tales prácticas ominosas. Quizás por esta razón nuestro egregio Simón escribió en una oportunidad: “Yo sé que las penas capitales participan de la crueldad, pero la existencia de un Estado es preferente a todo. Así no he vacilado en mostrarme severo contra los delincuentes que se alimentan de la sangre de sus ciudadanos”.
Sin pretender de chovinista y mucho menos de racista debo aclarar que la práctica de la corrupción se reforzó con la llegada de los inmigrantes. Los mismos que en un comienzo trabajaron duro y luego se convirtieron en dueños de automarcados, edificios, clínicas, industrias de alimentos, zapaterías, centros comerciales, entre tantos, trajeron de la vieja Europa a Venezuela sus funestas prácticas viciosas desconocidas en este país. Las mafias corruptas invadieron ministerios, hospitales, gobernaciones, municipios, entre otras oficinas públicas donde se observan ciertos empresarios extranjeros con maletines full de dinero o chequeras visitando a los jefes de compras de una dependencia, o un departamento de servicio, o un departamento que otorga permiso de cualquier tipo, o Cadivi, o un banco de gobierno, pretendiendo con su nefastas experiencias mafiosas sobornar a honestos funcionarios. En caso de lograrlo incorporará a su cáfila putrefacta a un nuevo canalla cuyo único objetivo es el enriquecimiento de manera fácil. Este malhadado individuo pretenderá desaparecer la virtud de la república, apoderándose la ambición en algunos débiles de personalidad y de esta manera, la avaricia entra a sojuzgarlos a todos.
Por todo lo anterior cada ciudadano debe convertirse en un fiscal que proporcione alguna información sobre hechos de corrupción. No sólo es una tarea de nuestro presidente MM, es una faena de todos. El objetivo primordial de esta cruzada es el adecentamiento de un país cuyos antiguos dirigentes y los de ahora, los nazi-amarillos y los falsos rojos-rojitos, ven en un cargo público una fuente para saciar su codicia, el boato, la suntuosidad y la vanidad, contribuyendo así al ultraje de la memoria de quienes murieron por dejarnos una patria digna y libre. Debemos impedir que un grupo de corruptores y corruptos hundan en la oscuridad los logros de los gobiernos de Hugo y del actual presidente chavista. No permitamos que la republica se hunda en manos de unos bandoleros que aspiran ahogarnos en la miseria de la corrupción cuyo único fruto es la rapiña y cuyo objetivo esencial es alcanzar el poder, por cualquier vía, para hipotecar a Venezuela.
Enoc Sánchez
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