La Sociedad Venezolana y su economía vista a través de Daka

No quise precipitarme a escribir sobre la situación que se presentó con Daka. Quise esperar primero la evolución de los hechos y no opinar con el hígado, como se evidenció que hizo un gentío a través de las redes sociales: desde gente que cobra por opinar, periodistas, otros formadores de opinión, analistas y por supuesto, los panas, esos que le llaman la gente de a pie.

Lo primero que debo decir es que me sorprende, por decir lo menos, la capacidad de consumo del Venezolano. En un contexto de altísima inflación y escasez, no se si admirarme o espantarme porque todavía haya tanta gente con ganas, disposición y plata (o capacidad de endeudamiento) para seguir demandando electrodomésticos de toda naturaleza, marca, precio y prestaciones tecnológicas. Las colas antes y después de cada devaluación, la cola permanente en operativos de Mi casa Bien Equipada, las de Bicentenario, las del puerto libre de Paraguaná, las de Margarita, las de los aeropuertos en las tiendas duty free, las de los couriers que traen las compras por amazon y las del centro de Caracas, le harían pensar a un ingenuo como yo que las necesidades de electrodomésticos de nuestra sociedad deberían estar si no cubiertas, al menos bien reducidas. Obviamente no es así, parece que la demanda es infinita, como la de los celulares, o la de dólares.

Esta demanda tiene claramente un componente económico: en un contexto inflacionario no vale la pena, en ausencia de oportunidades rentables de ahorro ó inversión, guardar el dinero para recibir una remuneración real negativa. También es cierto, que endeudarse a la tasa activa actual sigue siendo negocio por la revaluación de los activos que se produce a causa de una inflación desbordada. Claro, que esta lógica no aplica para la electrónica de consumo y mucho menos la computación pero siempre habrá quien consiga un mercado para un celular usado. Finalmente, hay un elemento idiosincrático, sociológico, normal en una sociedad de consumo como la occidental pero que en la Venezuela petrolera y rentista, la del tabarato evolucionado de hoy, la Cadivista; se hace más que evidente: el snobismo criollo, el afán por tener el ultimo aparato, el celular de última generación sólo 6 meses después de haber adquirido el anterior, el de la renovación anual de televisores, el que hace que en cualquier estación del metro, se vean los zapatos, carteras, lentes, y accesorios más costosos. Sobre esto hay poco que discutir, sólo véanle los zapatos a los muchachos que llenan las bolsas en el supermercado. Un verdadero fetiche de la mercancía.

Ahora al tema de Daka. Estoy perfectamente consciente de que una medida de ocupación de un grupo de comercios no soluciona el problema de la especulación, mucho menos si ese comercio expende bienes no esenciales como es el caso de televisores y blu rays (excluyo cocinas y neveras, que si son esenciales en cualquier hogar). Lo que no se puede negar es que estas tiendas, especies de santuarios del consumismo, cuyas vidrieras son objeto de contemplación deseosa y hasta de paseos domingueros sólo para admirarlas, hace rato que cruzaron la línea delgada e imperceptible al parecer, que separa lo racional de lo absolutamente inconcebible, del abuso y la usura, en un contexto en el cual estado hace rato había abandonado la regulación y la aplicación de la ley. Soy una persona promedio, de capacidad intelectual limitada y quizá por ello no logro entender, tratando de imaginarme en el lugar del gerente de compras ó dueño de alguno de estos establecimientos, como puedo comprarle a mi proveedor una nevera que estoy obligado a vender en Bs. 850.000; es decir, 300 salarios mínimos ó 100.000USD (15.000USD en el mercado negro), si es que quiero realizar una ganancia modesta (asumiendo que sea modesta, recordando que aquí todos los negocios dan pérdida según sus dueños). En ese caso, sólo hay dos posibilidades: una es que jamás en la vida el costo de adquisición podría resultar en semejante precio de venta, lo cual evidenciaría un comerciante absolutamente estúpido y criminal que pretende cubrir sus costos con margen y no con volumen, o podría ser también, un intento deliberado de estos comerciantes, de contribuir con el colapso la economía, destruyendo en un solo momento las aspiraciones legitimas de los consumidores de hacerse de algún activo con el cobro de sus utilidades luego de un año entero de trabajo. Ni reuniendo las utilidades de todos los miembros de una familia podría pagarse la inicial de una nevera lo cual sin duda produce una frustración generalizada, condición necesaria para ciertos propósitos que para muchos son evidentes.

El episodio Daka también ha puesto sobre el tapete nuevamente lo sustantivo: las posiciones encontradas de al menos dos visiones del país, y eso quizá es el mayor mérito que tiene la medida. Por un lado, están quienes celebran que el gobierno se enfrente a esos demonios malvados y peor aún, capitalistas, conocidos como empresarios. Recordemos que desde la izquierda se les considera culpables de todos los males de la humanidad y no le ven ni una sola virtud al emprendimiento privado. Estos sectores, en diferente grado de devoción, promueven la estatización y colectivización de todo, de este modo quien necesite una nevera “solo” debe inscribirse en algún registro, censo, operativo etc y cruzar los dedos hasta que el estado le “asigne” el codiciado bien, en los términos que el estado y la planificación central lo hayan decidido. La muerte pues, de los gustos y preferencias de la teoría microeconómica.

En la otra esquina, como dicen en las peleas de boxeo, se encuentran también en diferentes grados, los defensores del libre comercio y la propiedad privada como valores centrales, principios irrenunciables del orden social. Economistas, periodistas, sesudos analistas y en general, formadores de opinión, estuvieron durante tres días ó más, descolocados, escribiendo desde el hígado, insultando, minimizando, despreciando como siempre, la acción del gobierno. Toda la medida, la venta a precios controlados de miles y miles de artículos de electrónica de consumo y otros, fue deliberadamente reducida a los “saqueos”, hechos producidos en el marco del desorden y la falta de autoridad, ambiente propicio para que un grupo de vivos, que los hay en todas partes, pretenda obtener algo gratis pescando en río revuelto. Estos sectores alzaron su voz y en coro llamaron saqueo a todo el proceso de venta, es decir, aquí nadie compró nada, simplemente somos un país de saqueadores. Lo más triste es que nunca falta quien, siendo empleado de quince y ultimo, limpio de solemnidad, quizá con una tarjetica de crédito y un titulito universitario razona como si de Rockefeller se tratara y pretende colocarse por encima de sus compañeros de clase, apoyando, evidentemente a los dueños del capital, aun cuando seguramente lo hacen por el twitter y por el facebook, desde la cola para comprar a “precios justos”. Todos los argumentos de defensa vienen, como debe ser, coronados del siempre útil aunque desgastado argumento de la estampida de las inversiones, del “mensaje a los mercados” de la “creación de confianza” de la falta de conciliación necesaria para enrumbar al país, y por supuesto, de la pérdida de empleo que generan estas medidas. Los comerciantes que nos hacen el favor de vendernos podrían abandonar su loable labor si seguimos intensos así que mejor…

Dentro de este grupo hay también quien procura matizar su opinión, estoy de acuerdo pero… el Indepabis debió advertir, debió llamarle la atención a esos señores para que bajaran los precios, no le dieron derecho a la defensa etc. Diría que estos son los institucionalistas, los que aun creen, o quieren creer que las instituciones funcionan y que estos empresarios pueden responder razonablemente ante los exhortos y las multicas que Indepabis tenga a bien imponer.

No podemos olvidar, el mensaje de odio social que se difunde por las redes sociales a partir de este episodio: quienes apoyan la medida son unos lambucios, arrastrados, ladrones. Quienes la rechazan, lo hacen desde el pedestal de quien puede, o peor aún, de quien quiere pagar los objetos al precio que le de la gana (o que le de la gana al vendedor), porque “para eso trabaja”.

En resumen, el episodio Daka deja clara varias cosas: si existe un gobierno que toma decisiones, aun cuando estas estén equivocadas, lo cual, luego de meses de no hacer nada es una buena noticia. Queda claro que el Venezolano es vergonzosamente consumista -¿en cual estrato social se ubicarán quienes se desvelan en las colas nocturnas?- También se desnudan las posiciones conciliatorias y quienes se mimetizan detrás de esos llamados fueron puestos en evidencia como representantes de una u otra visión, los mensajes de odio social ayudan a visualizar a cada quien en el lugar que le corresponde. Se evidencia también que el gobierno sigue actuando en función de casos particulares, con la mentalidad del operativo, de la atención coyuntural a determinadas situaciones sin enfrentar las transformaciones que el modelo económico demanda. La sostenibilidad de las medidas en el tiempo, el no ceder los espacios ganados, la desactivación de los elementos subyacentes de una economía profundamente distorsionada siguen pendientes por atender y yo sigo sin ver que se avance en su solución, ojala y me equivoque.

Me voy porque toca mi turno en la cola


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Javier Hernández

Economista (UCV). Candidato a Msc en Gerencia.

 jhernandezucv@gmail.com      @jhernandezucv

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