La maquinaria –la oligarquía parasitaria y el fascismo– de usura y desestabilización no cesa, hace pausas de acuerdo a como actúa el Gobierno, pero continúa su marcha para lograr su objetivo: sembrar la desesperanza y la desmoralización del pueblo, de la sociedad en general.
La táctica es sacudir, molestar la cotidianidad, el día a día de la población, contagiar de ira hasta los espacios más íntimos de la familia venezolana. En otras palabras, buscan el desgaste emocional, el hastío.
El pueblo venezolano vive uno de sus momentos históricos más dignos desde todos los ángulos: humano y sus necesidades, espiritual, cultural y económico.
Paradójicamente, en medio de la mayor capacidad adquisitiva que jamás tuvo nuestro pueblo, la oligarquía parasitaria y el fascismo han desatado el mayor ataque económico (acaparamiento, desabastecimiento, especulación) y violencia terrorista contra la familia venezolana.
Vemos como empresas, ¿nacionales?, y trasnacionales de higiene y alimentación dolarizan su producción y automercados que por la puerta de atrás venden todo tipo de mercancías a mercenarios de la reventa.
El ataque es a la salud, alimentación, higiene, vestido, calzados, repuestos y aceites para vehículos automotores, etc. Ahora se le suman panaderías que han subido de 6 a 12 bolívares la canilla
Sería irresponsable negar que la táctica económica fascista esté teniendo sus efectos en la atmósfera emocional (molestias) de la población.
Creemos –por la coyuntura– que el Gobierno debería evaluar los esfuerzos realizados hasta ahora –contraofensiva– oír, leer las pulsaciones de la calle y reorientar su estrategia hacia acciones drásticas, que renueven y movilicen la pasión revolucionaria de nuestro pueblo y derrote los planes de la oligarquía imperial.
El grito de la calle: ¡Mano dura Nicolás!
