Con el ánimo de colaborar con la lucha contra la guerra económica en Miranda paso a describir algunos huecos negros que campean impunemente en un concurridísimo hipermercado privado y en la sucursal de una gran red farmacéutica, próximos a la estación Miranda de la línea 1 del Metro. A cuyo efecto tomo como ejemplo lo observado un lunes relativamente tranquilo por no ser día de recepción de mercancía.
En un ala del estacionamiento del hipermercado, bajo control de un hueco negro goloso de salud y paciencia, centenares de trabajadores humildes venidos de distintos sectores de la ciudad, hacen cola para adquirir azúcar a precio regulado.
Mientras tanto en el interior del local, se ha formado un nudo gordiano de señoras con carritos vacíos luchando por colocarse frente al hueco mayor: la puerta de la trastienda desde donde un empleado, más esperado que el mesías, se supone sacará en algún momento uno o más productos, desconocidos pero intensamente deseados por consumidoras dispuestas a todo con tal de adquirirlos. En medio del tumulto, un guardia solitario intenta inútilmente abrirse paso y poner en orden a las doñas.
Listos para pagar, los clientes hastiados por lo que hay y lo que no hay, se encuentran frente a cajas tomadas por huecos que retrasan "el sistema", caldo de cultivo para todo tipo de prédicas contra el gobierno y el país.
La farmacia a su vez tiene distintos tipos de huecos. Unos que se alimentan de las energías de madres y barrigonas que hacen cola bajo el sol para adquirir pañales y compotas "disponibles" a discreción de los responsables del local y otros que comen remedios sin importarles las urgencias de personas desesperadas ante repetidos "no hay". Unos gordos y crueles que degluten cajeros que deberían estar atendiendo al público y otros, más flacos y sofisticados que chupan la vitalidad de los clientes, incapacitándolos para reclamar sus derechos.
Sin embargo, huecos que por lógica debieran existir aparentemente no están allí. No vimos ninguno que se nutriera de los bolívares dejados de ganar por empresarios y comerciantes que no colocan sus productos en los mercados. ¿Será que sus ansias son compensadas por jugosos y alimenticios dólares?