Cabiria era una putica de barrio, dulce, crédula, bondadosa y fracasada. Así la muestra la película clásica de Federico Fellini de 1957, Las noches de Cabiria, de esas clásicas que tenemos la obligación de ver para siempre. Cada vez que Cabiria se topaba con un galán le creía todas y cada una de sus promesas y especialmente los castillos en el aire. Altísimos. La representa Giulietta Masina, inmejorable, inolvidable, irrepetible. De esas producciones que se te quedan adheridas a la piel porque te abren un portal ancho hacia realidades humanas tan hermosas como crueles.
Cabiria no se rendía a pesar de estar en la máxima indefensión porque no aceptaba que la vida fuese lo que le había tocado. Era, como todo rebelde, soñadora y quijotesca. Don Quijote se volvió loco de tanto no resignarse a la chatura de su vida de hidalgo provinciano y mediocre que entreveía una existencia gloriosa en el ejercicio de las armas, para no resignarse a secarse en aquella gris aldea manchega de cuyo nombre Cervantes ni siquiera quiso acordarse.
Hay una voluntad que se niega a resignarse a lo que halla en el mundo, como Cabiria, que quería ser una señora casada y no tener que vivir de aquel oficio afrentoso y por eso se tomaba en serio las promesas de matrimonio de individuos de su mismo ambiente sórdido, sin querer ver el engaño, la artimaña, la añagaza, natural en individuos que sobreviven como ella en esa precariedad en la que la marrullería es nativa. Como la que aparece en otra película italiana, Feos, sucios y malos, del recién fallecido Ettore Scola, quien declaró que no debemos idealizar la miseria porque en ella se sobrevive recurriendo a todo. Comedia terrible, esa película narra una existencia escabrosa en un barrio miserable. Existencia ante la que cabe sea someterse, sea rebelarse como Cabiria, en el contexto de una comedia del mejor cine del mundo, como lo fue el de la Italia de los años 50 al 80, y supongo que todavía, solo que el comercio cinematrográfico nos lo retiró de las pantallas en favor de solo el cine gringo, que no es malo, pero ni es el único ni nos exhiben siempre lo mejor de él.
¿Será que nos vamos a seguir ilusionando como Cabiria con los pícaros empresarios que nos prometieron huevos a 420 bolívares?