La cultura del parasitismo estatal, el consumismo, la especulación, la búsqueda del dinero fácil, el peso de las actividades y de la mentalidad comercial y de servicio por encima de la mentalidad productiva forman parte del venezolano. Esta cultura de la extracción y del ingreso rápido y violento se ha internacionalizado en los genes y la psiquis de los venezolanos. Nos hemos acostumbrados a producir poco con alto ingresos, a obtener riquezas rápidas. Lógicamente este comportamiento es más predominante en los sectores de la burguesía, pero la clase trabajadora no está exenta de ella, la cultura del azar, del vivismo, amiguismo, “ponme donde hay”, es decir una cultura anti moral y corrupta forma parte de la sociedad venezolana.
Luis Buttó (2000) relaciona a la cultura del Petróleo con la cultura de la pobreza. Para Buttó en el gobierno chavista este proceso ha llegado al clímax, ha degenerado en una cultura que exalta a la pobreza como símbolo de virtud, una cultura del conformismo, y por el contrario margina al trabajo y el esfuerzo productivo y la competitividad como ejes centrales del ascenso social:
La cultura que descalifica al rico (de allí epítetos como ladrón, explotador del hombre por el hombre, corrupto, burguesito, y demás) y que conlleva a que 87% de la ciudadanía esté a la espera de la actuación del Estado providencial para que le resuelva sus problemas individuales (Consalvi, 2000). La cultura que sostiene que Venezuela es un país rico, razón por la cual las carencias no son producto de la falta de empeño y dedicación de cada quien, sino de la injusta distribución de la riqueza, que pervierte el otorgamiento de lo que a cada uno le corresponde por derecho de nacimiento (Zapata, 1996). La cultura en la que hasta los ricos piensan como pobres (España, 2000) y la gran mayoría justifica su fracaso en la mala intención ajena, la superchería y la mala suerte. La cultura donde, a diferencia de los países más desarrollados, las transacciones económicas y personales se basan en la desconfianza mutua (Fukuyama, 1996) (Barragán, 1995), y en el deseo de engañar al otro mediante la actuación propia del "pájaro bravo". La cultura dentro la cual la gente no muestra interés alguno en construir su futuro, pues espera sentada que el mismo brote de la nada, encarnado en un formulario hípico o un billete de lotería. La cultura donde la gente come mal e insuficiente, pero usa zapatos de "marca" (Davies, 2000), y su principal sueño es comprar un auto con equipo de sonido capaz de reproducir en tonos estridentes, para pasear por las calles la prepotencia que resulta del tener, nunca del ser. En fin, la cultura del rancho, del Dorado, del populismo, del todo debe ser gratis, del Estado "piñata", de la competencia inversa (si a todos toca lo mismo, nadie hace un esfuerzo mayor; o a todos da lo mismo hacerlo mal), del carácter público de los bienes (todo es de todos, por consiguiente, nadie es responsable del deterioro), de la exigencia por repartir una riqueza que nadie ha producido previamente.
Si bien es cierto de que desde el inicio de este gobierno hay toda una política y un discurso a favor de la soberanía nacional tampoco es menos cierto que no hemos logrado la añorada soberanía económica. Lo mismos podríamos señalar en relación al trabajo, a pesar de los avances tanto en la legislación de trabajo como en la reivindicación de las clases trabajadoras, que ha hecho de este gobierno el de mayor carácter popular en la historia de este país, tenemos que reconocer que aún persiste no solo la economía capitalista como dominante sino peor aún la racionalidad y la cultura capitalista, el modo de vivir capitalista, de competencia, del lucro individual, del egoísmo, sigue predominando en el venezolano.
A pesar de los intentos que se han dado, experiencias en la distribución de la tierra, la nacionalización y cogestión obrera, el cooperativismo, además de la corrupción hemos visto el surgimiento de una nueva burguesía, que algunos han llamado la boliburguesia, que se han asumido como nuevas élites, no han entendido el socialismo como proyecto, sino como beneficio personal.
Así mismo, hemos visto la generación de un sentimiento radicalizado de odio en muchos casos irracional, que lleva a la venganza de orden personal, donde se cree que ser pobre es bueno y todo el que tenga una cierta riqueza y conocimiento es malo perse, es una visión estúpida e ingenua de la “lucha de clases” que ve en todo empresario y en todo hombre con formación intelectual un enemigo, “porque tiene lo que no tengo yo”, “tiene lo que carezco”. De ser así todos deberíamos ser pobres y además ignorantes para que todos seamos iguales.
No se trata de caer en contradicciones, pero el socialismo no puede ser confundido con la postulación de la pobreza como modelo y además todo modelo socialista está obligado a producir una economía socialista, que tiene que ser eficiente, bien administrada, con unos principios distintos al capitalismo en cuanto que se busca el beneficio general y no producir daños al ambiente y a los seres humanos, pero el socialismo no está reñido con la productividad y la eficiencia. El socialismo no puede ser confundido con distribución de la renta petrolera: “darle a cada uno una gota de petróleo”, eso raya en el populismo, y nos convierte en una economía de reparto y distribución y no de producción.
La ineficiencia y la corrupción junto a la burocracia están destrozando no solo a la economía nacional, sino, quizás lo más importante, amenazan con revertir todo el proceso de dignificación de lo político y lo ético que tanto le costó al gobierno bolivariano del presidente Chávez.
Esto que hemos señalado en lo económico igual podríamos señalarlo en lo político, reconociendo que hoy el venezolano es distinto políticamente, que ha madurado, que son mayores los niveles de participación y protagonismo, es necesario también reconocer, después de 18 años, que muchos de estos logros y cambios no han traspasados en algunos casos lo cuantitativo y no son tantos los avances en términos de la participación y la democracia protagónica en lo cualitativo. Desde el 2006, con los consejos comunales, hasta las más recientes comunas, deben ser evaluadas para ver hasta qué punto se ha asumido una verdadera participación protagónica, así mismo hay que revisar cuál ha sido el grado de formación política -que es la garantía fundamental para que la participación no solo sea cuantitativa (es decir simplemente un voto).-
Consideramos que más criticable que las deficiencias económicas y políticas de este proceso revolucionario son sus deficiencias en lo cultural y educativo. Nadie duda de todas las buenas intenciones y además de las acciones concretas que se han tomado para masificar la educación, dar respuesta a los excluidos, reivindicar la historia y la identidad nacional, pero aún es muy cuestionable los avances cualitativos en la educación, no solamente en su capacidad para generar hombres capacitados para el trabajo y la producción socialista sino peor aún para romper con la cultura capitalista.
Aún en el venezolano predomina el pensamiento consumista, lo individual sobre lo colectivo. Lamentablemente muchas políticas de gobierno que pretenden reivindicar y dar respuesta a los pobres a través de la vivienda, la casa bien equipada, mayores ingresos, al final, sino van acompañadas de un proceso socializador de integración a través de los consejos comunales y las comunas, pero fundamentalmente de formación política, no superamos la visión reformista que solo busca reivindicar y elevar las condiciones de vida.
No es posible hablar de revolución si no se logra la transformación de la cultura. Desde el nivel central podrán producirse cambios en la legislación y hasta transformaciones estructurales del sistema económico y político, pero si no se transforma al Hombre nada se habrá hecho. Sin la menor duda lo más difícil para un proyecto humanístico o socialista es lograr cambios significativos en la vida cotidiana: se puede decretar cambios e intentar diseñar un modelo de economía solidaria, enfrentar los latifundios y el poder de los grandes grupos económicos, defender la soberanía nacional, dar mayor participación y protagonismo político, pero si en el día a día, en nuestra práctica cotidiana, no transformamos nuestros valores, si aún en nuestras mentes y comportamientos sigue latente las pautas de consumo, los vicios, los valores de egoísmo, competencia desleal, nada se habrá hecho, será una revolución de pies de barro.
Es necesario romper o deconstruir el pensamiento consumista capitalista que producto de la alienación ha sido internalizado en cada uno de nosotros. A pesar de que estemos formados y pregonemos un discurso socialista, en la práctica diaria muchos de nosotros reproducimos la mentalidad capitalista: no solamente los vicios como los juegos, el alcohol, la lotería, la droga, sino el egoísmo, el machismo, el irrespeto a los demás, la intolerancia. Si esto no cambia nada habremos hecho. Seguiremos viendo y escuchando a viciosos dando discursos de moral, machistas pregonando la libertad y la igualdad de la mujer, socialistas que solo añoran el tipo de vida burgués y los modos de vida del exterior. Como hemos dicho, de esta transformación depende la revolución venezolana. Sería populista pretender ser indiferente ante la realidad de los múltiples vicios que tenemos los venezolanos y responder: “es que el venezolano es así”,” nos gusta el bochinche”.
El socialismo no es igualitarismo infantil, existen condiciones y necesidades distintas: mujer y hombre, trabajo manual e intelectual, experiencias, formación académica. Ni tampoco un igualitarismo hacia abajo, un igualitarismo religioso, donde todos seamos pobres y la pobreza sea un elogio, en vez de una deformación y desgracia a la que hay que eliminar. El socialismo no es populismo, no es simplemente colocar precios más económicos y distribuir bienes. El socialismo parte por valorar el trabajo como condición orgánica del ser humano, no es dádiva ni asistencialismo, no hay socialismo donde no hay auto sostenimiento, las comunas deben auto sostenerse.
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