Ejercer un cargo directivo en la Administración Pública es una responsabilidad que se asume dispuesto a cualquier situación; cuando se acepta la designación y se tiene conciencia de clase, principios acrisolados en la lucha social e ideología cimentada en una concepción socialista, la complejidad y el compromiso son mayores. No es fácil abordar la función pública con ánimos de transformar el anacrónico y corrompido sistema si en esos espacios existe enraizada una cultura de la negligencia, ineficacia y corrupción. Más difícil aún es tratar de hacerle cambiar la actitud a los funcionarios viciados o a los que cansados de la “tradición” “más de lo mismo” ya no creen en nadie y su apatía se traduce en “no pararle bola a nada”. Otros empleados u obreros, cuyo numen es el “cuanto hay pa`eso” se dedican a cazar el mínimo trámite de algún ciudadano con el expreso objetivo de martillarle cualquier cantidad de Bolívares a cambio de hacerle “más rápido” el servicio.
Se puede llegar con muchísimos ánimos de cumplir el trabajo con honestidad, eficiencia, eficacia y ética profesional, sin embargo, quienes desde dentro o fuera de las propias instituciones no tienen esos atributos y sólo piensan en su provecho propio, generalmente se dedican a entorpecer, entrabar o destruir lo que uno hace para entonces ellos reinar en ese maldito mundo de la ineficiencia gubernamental, de donde sacan provecho mediante centenares formas de evadir los controles administrativos; el colmo es que siempre nuestras madres, sin tener culpa alguna de las acciones de sus hijos ya mayores, terminan inculpadas sin ellas apenas enterarse del asunto. “Ese coño de madre” (CDM), es la expresión más común que el corrupto o intolerante utiliza para categorizar a quien no le complace sus aspiraciones.
Por otra parte en la calle circula una fauna improductiva de flojos y ociosos, que ha venido año tras año alimentándose de las “ayudas” a costa del erario público o de la “operación martillo” aplicada a funcionarios directivos de las instituciones. Individuos de ambos sexos que en las puertas o antesalas de las oficinas pasan horas enteras fingiendo una que otra desgracia, enfermedad, viaje o necesidad “vital”, la cual uno debe contribuir a resolver inmediatamente de manera financiera; si en contrario nos negamos a hacerlo o le ofrecemos un trabajo para que se gane dignamente el dinero “necesitado”, la mentada de madre es espectacular, seguida de una sarta de improperios los cuales comienzan recordándonos la abuela y terminan deseándonos que un camión cargado de cabillas se tome la cortesía de utilizarnos como pavimento vial.
Existen también otros ardides para martillar efectivo, se tratan de contribuciones para “ayudar” a “fulano” que se le murió una tía, para comprarle la medicina a “perenceja” que sufre de una enfermedad “peligrosa”, para celebrar el día de tal o cual cosa, en fin, se inventan lo que sea para pedir dinero y si la respuesta es una negación… la madre sale a pagar la culpa. Cualquiera para justificar los insultos argumenta que los directores ganan buen sueldo, sin embargo, no cuentan que los martilladores consuetudinarios superan el centenar; en definitiva, por un lado nos llega el plomo parejo de “los compañeros” de trabajo y por el otro dinamita de los de afuera.
Lograr que nuestra sociedad avance hacia una transformación efectiva es un desiderátum existencial muy difícil, de ello estamos convencidos. Más arduo aún se torna cuando algunos de los principales actores políticos no tienen las convicciones necesarias para acometer con empeño, sinceridad, transparencia, nobleza y sentimiento patriótico las ejecutorias de sus responsabilidades gubernamentales. Alguien lanzó un día una frase que se hizo aforismo popular: “una golondrina no hace verano”; que acertada fue esa comparación, hoy día muchos podemos decirla con efectividad aunque no declinamos en nuestro empeño por transformarlo todo, pues es tan enorme la incertidumbre y los ataques viscerales porque le entorpecemos o molestamos a la iniquidad funcionarial, que se nutre del robo y la corrupción, así como la envidia que se nos tiene por mantener una sola línea de conducta solidaria, transparente, comprometida e identificada con los más necesitados; que en nuestras reflexiones silenciosas o en alta voz expresamos… -seguimos en la lucha, pues si la mentada de madre viene de las ratas quiere decir que lo estamos haciendo bien.
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