Química (I)

Cuando tenía 16 años viví mi primer invierno en la isla de Cuba.

Meses antes no habría imaginado que me encontraría estudiando en una remota escuela en medio de aquellos campos sembrados de cítricos en la Provincia Habana.

Yo era un carajito venezolano, normalito, de los que jugaban pelotica de goma en las calles de La Pastora, gritando groserías y jubilándome del liceo para manejar bicicleta con mis amigos por toda Caracas. Normalito en mi estadium Universitario, normalito en mi Cota Mil los domingos en las mañanas, normalito jugando Atari, normalito pues, pero la vida a veces cambia como la dirección del viento y ahora estaba en medio de aquel verde intenso salpicado de mandarinas, limones y naranjas.

Lentamente comencé a adaptarme y a comprender que la adaptación es esencialmente un instinto de supervivencia.

Mi escuela se llamaba, República Socialista y Federativa de Yugoslavia, quedaba cerca de un pueblo llamado Caimito y era la décima de un grupo de escuelas llamadas Ceibas, donde en cada una estudiaban y trabajaban cerca de 600 estudiantes internados.

Aquél invierno del año 88 yo comenzaba a estrenar una rutina: Me levantaba a las 5 de la mañana para evitar que me despertaran con los acostumbrados golpes de olla y el famoso grito "¡De Pieeee! ". Silenciosamente junto a mis amigos Ariel Aragonés, Rolando ( El Pony) Fernández, y Eric Monteserín, nos escabullíamos al comedor. Estaba todo muy oscuro y el frío era tan frío, que a pesar de nuestros gruesos abrigos del uniforme era casi imposible evitar que te castañearan los dientes.

Nos colábamos en el comedor, allí las "Tías" estaban preparando el desayuno. Pan tostado en mantequilla y un vaso de chocolate caliente. Nosotros no nos sentábamos a comer, sino que guardábamos el desayuno y escapábamos al edificio del ala académica que era donde estaban las aulas y las oficinas particulares de cada materia, conocidas como Cátedras.

Furtivamente y huyendo del frío por fin llegábamos a la Cátedra de Química donde nuestro cómplice el profesor Miguel Charbonneau (El Químico) ya nos esperaba.

Era un momento mágico, pasábamos del frío al calor en 5 segundos, nos sentábamos alrededor de su escritorio y comenzaba nuestro íntimo desayuno. La conversación iba de los chistes a la política, de las confidencias a la química, de la inmortalidad a los chismes. Al lado pero dentro de la oficina, estaba el cuarto prohibido donde se guardaban los reactivos químicos. Solemnemente nuestro profesor lo abría y colmándonos de precauciones nos iba explicando el contenido de los cientos de botellitas y envases. Había Morteros, tubos de ensayo, recipientes, polvos de todos los colores, libros etc. Al otro lado estaba la puerta que daba al laboratorio, con su pizarrón gigante que era una pared pintada de verde y su inmensa tabla periódica a un costado. Pero nosotros a causa del frío preferíamos la pequeña oficina. Allí a falta de fósforos o por diversión, prendíamos los cigarros con una pequeña mezcla de Permanganato de Potasio y Glicerina, para fumar y jugar ajedrez escuchando las historias y anécdotas de aquel culto profesor que solo contaba con 19 años.

Ellos me bombardeaban con preguntas sobre mi patria y sobre Bolívar, mientras yo en mi mente agradecía profundamente el haber tenido una abuela y una madre bolivarianas, lo que me permitía contestar algunas cosas. Allí escuché por primera vez muchas extrañas palabras, como, Dialéctica, Proletariado, Bolcheviques, o frases como "Condiciones necesarias", "Conciencia de clases", "Injerencia extranjera", "Ayuda humanitaria"

El Químico nos hablaba de Mendeleiev o de Lenin, de la potencia del Cloro puro o de la influencia del desembarco del Granma, de la Alquimia o de La Revolución.

Luego llegaba el sol y con el sol sonaba el timbre para salir a formar en el patio de la escuela. Salíamos de nuestro refugio secreto y nos mezclábamos en el bullicioso alumnado. Ya formados se hacía silencio y comenzaba a sonar el Himno de Cuba. Al Frente una delicada y hermosa niña blanca, con su pañoleta roja al cuello, saludaba militarmente con la mano tocando su ceja derecha y nos gritaba con potencia:

-Si avanzo

Nosotros gritábamos como en una sola voz

-Sígueme

-Si me detengo

-Empújame

-Si retrocedo

-Mátame

-Pioneros por el Comunismo

Y en una gran explosión de voces todos gritábamos

-Seremos como el Che.

Fue allí donde comprendí que entre la Revolución y yo, había "Química"



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Uncas Montilla

Pintor, caricaturista, diagramador venezolano. Ha sido caricaturista en Aporrea y en Ciudad Caracas. Premio Nacional de Periodismo mención opinión gráfica.

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