A William Colmenares, alto pana

¡Ecuajey!

El Barrio lo hizo suyo. Símbolo de goce y alegría. Nostalgia repartida en esperanzas. Orgullo de negritud. Melodía de arrabal. Su partida todavía nos duele y su recuerdo evocará a los vientos y los muertos reclamaran algo fuerte. A esa privilegiada garganta, el Barrio supo responderle con la felicidad del ritmo y la candencia perpetua de la esquina. Somos herederos del énfasis de su improvisación, de la altanería de su étnia, de su ritmo natural, de su rebelde solidaridad. El tronar de las claves algo nos dicen. La conciencia social la aprendimos bailando.

La televisión parece haber sido la primera en presenciar aquel infarto súbito, terrible e inoportuno. Apenas pudo abrazarse a su vieja como quien se aferra al legado espiritual de la querencia. Los timbales lloraron y las congas lanzaron su protesta. Una eterna risa nerviosa se apodero de estos pueblos, descalzos y arrinconados de tanta miseria. Era una de otras tantas veces que bailábamos con lágrimas. Una escala musical partía, un derroche de ritmo se nos hacía tristeza. La nostalgia pudo sorprendernos. Confesamos nuestra soledad pero el orgullo del Barrio tiene belleza y también tiene poesía.

El triunfador juzgado y condenado en otro idioma, pero su defensa es el canto y la bachata. No tenemos miedo en repetirlo mil veces más como lo dijimos del otro: "Ese mudo, cada día canta mejor". Y nos pusimos a tararear sus compases. La Bomba y la Plena se hicieron caribeñas. Nosotros, los del Arrabal, somos los villanos groseros. Sacude Zapato viejo. La fiesta popular se hace irreverencia, tradición y cotidianidad. La autenticidad fue la mejor arma de este sonero nasal. Es una herencia cultural del Barrio.

En el gran escenario de la farsa, el Arrabal expreso sus mejores muestras de fidelidad y compromiso. Sin partituras y tocando de pie ni siquiera Lexington pudo con la rumba. Los peroles volvieron a sonar. Los barrotes se convirtieron en la clave. El idioma inglés no sirve para hacer ejércitos menos para prolongar cautiverios. La percusión y el canto pertenecen a la calle.

Aquellas primeras rumbas se iniciaron entre latas y cajas de cerveza. La pobreza se vestía de fiesta y la humildad cantaba entre esquina y esquina. El sistema escolar no pudo atrapar su presencia. Entre limpiabotas y albañil, los caminos de la música lo hacen conguero y cantante. Las maracas siempre tronaron, entre sus manos, al compás del Combo. Tres millones de dólares no pudieron con tanta bohemia y tanta salsa. Los excesivos éxitos también tienen sus trampas. A la sociedad racista le molesta mucho el triunfo de lo popular. Los rincones de su siempre Borinquen lo aplauden. Los Barrios del Caribe descargan con la sonoridad de su voz. El reencuentro posee la alegría de siempre. ¡Qué Chévere, a gozar de nuevo!

Los países del mundo reclaman su presencia y evocaran su nombre en cada baile. Las naciones parecen comprender el lenguaje del Barrio porque estamos hablando del éxito de los excluidos, del canto de los hambrientos. Los segregados de siempre tomaron el escenario para invocan a un Nazareno Negro y saludar con la herencia espiritual africana con un ECUAJEY.

 



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Efraín Valenzuela

Católico, comunista, bolivariano y chavista. Caraqueño de la parroquia 23 de Enero, donde desde pequeño anduvo metido en peos. Especializado en Legislación Cultural, Cultura Festiva, Municipio y Cultura y Religiosidad Popular.

 efrainvalentutor@gmail.com

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